Tras rendir homenaje ayer a la memoria de Isabel II con el collar de perlas japonesas en el funeral de la duquesa de Kent, Kate Middleton ha rescatado del joyero real una de las piezas más emblemáticas de la monarquía británica: el broche de plumas de la princesa de Gales. Con él prendido en su vestido burdeos, la princesa de Gales ha recibido, junto al príncipe Guillermo, al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y a la primera dama, Melania, en los jardines del castillo de Windsor. No se trata de una elección casual: esta joya de más de 160 años, que combina diamantes, esmeraldas y rubíes en torno al emblema heráldico de las tres plumas de avestruz, solo puede llevarla la esposa del heredero al trono.
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Una joya con 160 años de historia
El llamado Prince of Wales Feather Brooch es conocido también como el Ladies of North Wales Brooch, pues fue un obsequio de la sociedad de damas del norte de Gales a la princesa Alexandra de Dinamarca con motivo de su matrimonio, en marzo de 1863, con Eduardo, entonces príncipe de Gales y futuro Eduardo VII. La pieza fue diseñada por la casa Garrard & Co., joyeros oficiales de la Corona, y venía acompañada de un par de pendientes de esmeralda a juego.
De forma ovalada, el broche puede usarse tanto prendido en la solapa como suspendido de un collar, gracias a un ingenioso sistema que lo convierte en colgante. Su diseño es una verdadera lección de heráldica real: dieciocho diamantes rodean el emblema de las tres plumas de avestruz, tradicional símbolo del príncipe de Gales desde la Edad Media, coronado por una tiara con piedras preciosas y el lema en alemán Ich Dien (“Yo sirvo”). La pieza está además adornada con pequeños rubíes y esmeraldas, y rematada con un colgante desmontable en cabujón de esmeralda.
De Diana a Kate, pasando por Camilla
El broche ha acompañado a varias generaciones de princesas de Gales. Lo llevó la princesa Mary y posteriormente la duquesa de York —más tarde reina madre—, en un tiempo en que no existía princesa de Gales. Diana lo recibió de la reina madre tras anunciar su compromiso con el entonces príncipe Carlos, y lo convirtió en un icono personal, aunque reinterpretado a su manera: prefería transformarlo en colgante. Así lo llevó en su debut en la Royal Opera House en 1982 o en la visita de Estado a Austria en 1986. También volvió a brillar en 1996 en el Royal Festival Hall, una aparición que fue recreada años más tarde en la serie The Crown.
Tras su fallecimiento en 1997, la joya volvió al tesoro real y, en los años 2000, comenzó a ser usada por Camilla, aunque nunca con el título de princesa de Gales. La entonces duquesa de Cornualles lo lució, por ejemplo, en Cheltenham Ladies’ Day en 2012. Ahora, la pieza llega a las manos de Kate, quien lo luce devolviéndole su sentido original: ser la insignia de la princesa de Gales.
Diplomacia en forma de estilismo
Más allá del broche, el look elegido por Kate merece un análisis propio. La princesa ha lucido un vestido estilo abrigo en color burdeos de doble botonadura, de Emilia Wickstead, una de sus prendas icónicas que ya es parte de su sello personal. Lo ha acompañado de un tocado en el mismo tono de Jane Taylor, un bolso de Chanel y zapatos de tacón de Gianvito Rossi.
El burdeos no es un simple matiz otoñal: se trata de un tono de rojo, presente en ambas banderas, tanto en la Union Jack como en la estadounidense, lo que lo convierte en una elección especialmente hábil para este recibimiento. No es la primera vez que Kate recurre al lenguaje cromático para tender puentes: en visitas de Estado ha elegido colores asociados a los países anfitriones, consciente de que la paleta es, en diplomacia, tan significativa como las palabras. En Windsor, el rojo profundo ha funcionado como un hilo de unión entre las dos naciones presentes y la monarquía británica.
De las plumas a las perlas: un relato tejido en joyas
La elección de hoy se entiende aún mejor al recordar la jornada anterior. Ayer, en el funeral de Katharine, duquesa de Kent, celebrado en la catedral católica de Westminster, Kate apareció con un impecable vestido negro y un tocado con red, acompañado de pendientes de perlas. La joya central, sin embargo, fue un collar de cuatro hileras de perlas japonesas que perteneció a la reina Isabel II. Realizado por Garrard en los años 70 con perlas obsequiadas por el gobierno japonés, fue un emblema de la difunta soberana. Kate lo había lucido ya en el funeral del príncipe Felipe en 2021 y en el de la propia Isabel II en 2022, en gestos interpretados como homenajes dobles al duque y a la reina.
En apenas veinticuatro horas, Kate ha pasado de recordar a la reina y a la duquesa de Kent con un collar de perlas de la máxima solemnidad, a reivindicar su propio papel de heredera con el broche de plumas reservado a las princesas de Gales. Dos joyas históricas, dos escenarios muy distintos y un mismo mensaje: cada aparición de la princesa construye un discurso de continuidad, memoria y futuro para la monarquía británica.