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No son pocas las veces en las que te hemos hablado de la importancia de mejorar nuestra relación con la comida. Cuando esta es mala, desequilibrada, cuando hace que nos castiguemos incluso, pueden aparecer los temidos trastornos alimenticios. Sin embargo, los psicólogos advierten: todos, y no sólo los afectados por estos trastornos que requieren de tratamiento exclusivo, deberíamos reflexionar sobre nuestras dinámicas de alimentación.

El motivo es bastante claro: el qué comemos, el cómo comemos y el cuánto comemos nos pueden dar pistas de nuestro estado mental, de cómo estamos pensando y sintiendo, tanto en un momento determinado, como a lo largo del tiempo.

¿Te has preguntado alguna vez, por ejemplo, qué tipo de hambre tienes? Desde Clínicas Origen nos aportan datos para ayudar a identificar los tipos de hambre, que explican que se pueden dividir en siete.

 

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Hambre visual

En este caso se hace más cierto si cabe el dicho de “la comida entra por los ojos”. ¿No te ha pasado que un plato te conquista por su apariencia? Nos enamoramos de aspectos que pueden ir desde una presentación bonita, del color de los alimentos o incluso del entorno en el que se sirve. Piensa, por ejemplo, en una paella en un restaurante mirando al mar... La belleza del producto y la que le rodea sirven de estímulo a la hora de comer.

 

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Hambre olfativa

Entra en juego otro de nuestros sentidos, sin duda muy potente: el olfato. Y es que abrimos la puerta de casa, por ejemplo, y lo que se 'está cociendo' en la cocina nos abre el apetito. También puede suceder lo contrario, un aroma fuerte que se prolonga por mucho tiempo —como el de un caldo o un consomé que puede llegar a cocer horas— nos produce sensación de saciedad.

 

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Hambre bucal

En este caso, los expertos apuntan a que está relacionado con el deseo de nuestra boca de experimentar sensaciones placenteras, de tenerla llena de alimentos que nos agradan, o experimentar determinadas sensaciones y sabores en la misma.

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Hambre estomacal

Seguro que has oído esta expresión: “Tengo un agujero en el estómago”. Pues es la perfecta definición de este tipo de hambre. Pero los expertos alertan: dicho agujero puede estar producido por otras causas ajenas a la falta de alimento. Desde el meteorismo en lo físico a la fuerte preocupación en lo mental. Por este motivo, si el hambre estomacal es una constante en nuestra vida, deberíamos consultar a los expertos, tanto a los especialistas en digestivo como a los profesionales de la salud mental; la sensación podría encubrir distintos tipos de problemas.

 

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Hambre celular

En este caso,  este tipo de apetito tiene que ver con nuestra necesidad fisiológica de nutrientes y se satisface mediante la ingesta de los elementos esenciales que precisan nuestros distintos sistemas orgánicos: agua, sal, proteínas grasas, hidratos de carbono, minerales, vitaminas y oligoelementos como el hierro y el zinc. Se habla de este proceso en el denominado mindfull eating, el comer consciente, que lleva aparejado un proceso de escucha en la alimentación.

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Hambre mental

En este caso, se basta en pensamientos que nos plantean, por ejemplo la disyuntiva “debería comer-no debería comer” y tiende a crear absolutos, polos opuestos que diferencian lo malo de lo bueno, como clasificar en “alimentos malos-alimentos buenos”. La mente se relaja cuando se calman las voces y cesan las contradicciones.

 

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Hambre emocional

Es uno de los tipos de hambre de los que seguro que has oído hablar, pues se da cuando la comida se utiliza para rellenar vacíos emocionales. Así, suele aparecer cuando nos sentimos solos, abatidos, en caso de pérdidas, rupturas y contratiempos. La necesidad de algo dulce, por ejemplo, suele estar muy vinculada con el hambre emocional. 

 

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Usar los alimentos para calmarnos

Según explica Pilar Conde, directora técnica de estos centros, todos hemos pasado en algún momento por estos distintos tipos de hambre, ya que culturalmente es muy habitual utilizar el efecto de calma que reportan ciertos alimentos para regularnos cuando tenemos estrés, ansiedad o preocupaciones.

La experta cuenta que las tipologías que se han detallado no son exclusivas de una edad determinada. Tal como explica la psicóloga, las reacciones emocionales empiezan desde que nacemos y en la adolescencia se van dotando de complejidad e intensidad, dependiendo de muchos factores como el carácter, la emotividad, la personalidad, etcétera, y de las herramientas que conozcamos para gestionarlas.

Sin éstas, no es difícil que seamos vulnerables a procedimientos inadecuados de gestión de las emociones. Y la comida es uno de ellos. Así, mientras que hay personas que saben diferenciar entre los distintos tipos de hambre y de las maneras de comer, la dificultad para otros reside en decidir de manera consciente si se quieren dejar se llevar o no por el impulso del hambre emocional.

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