En una primera cita, alguien dice que odia improvisar y necesita controlarlo todo. Tú asientes y le dices que te sucede lo mismo, que apenas dejas detalle suelto ni plan sin organizar, aunque no sea cierto del todo. La persona que tienes en frente siente una sensación inicial de conexión que, con el paso del tiempo, si la relación avanza, se convertirá en decepción por ver que no era real.
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Imitar al que tenemos en frente, consciente o inconscientemente, suele ser habitual. Sin embargo, puede acarrear consecuencias no deseadas tanto para quién tiene esa actitud, como para el que la recibe. Ver que una persona se ha presentado de una manera, y en realidad es de otra provoca confusión, sensación de engaño, rabia y, dependiendo de la situación, puede que hasta una tristeza que termine en duelo.
Búsqueda de aceptación o deseo de seducir
Hablamos con la psicóloga y terapeuta individual, de pareja y de familia, con consulta en Sevilla, Elena Tobaruela Villarejo, que señala que este comportamiento es más común de lo que pensamos: "La mayoría de seres humanos nos sentimos influidos por lo que la psicología social llama 'deseabilidad social'".
Esto explica por qué, al empezar una relación, tendemos a mostrar solo ciertos rasgos. Tal y como aclara la experta, "se trata de mostrar una buena cara o hacer gala de atributos que son valorados socialmente como la empatía, la extraversión, el buen desempeño laboral o una buena vida social y familiar".
En la práctica, esto se traduce en decir que te encanta madrugar cuando no es así, o en minimizar hábitos que crees que podrían no gustar. Aunque hay ocasiones en las que sí se trata de una mentira pronunciada a propósito, en la mayoría de los casos no es engaño consciente, sino, una adaptación automática. La intención de este comportamiento se explica al entender desde dónde se produce esa imitación. Cuando es espontánea, suele ser señal de conexión sana. Cuando es constante, empieza a ser una máscara.
La seducción también influye en este proceso. Como explica Elena Tobaruela, "por otro lado, cuando tratamos de seducir a alguien, de alguna manera, lo manipulamos aunque sea inconscientemente sacando nuestra mejor versión inicialmente para ser elegidos, sentirnos valorados, reconocidos por el otro o especiales”. Aquí no se busca conocerse, sino asegurar la elección. El vínculo se construye desde el miedo a no ser suficiente.
En este caso, también puede haber dilemas relacionados con la identidad personal. "A veces también, la falta de autoconocimiento y el miedo al rechazo o a no ser elegidos o percibidos como valiosos hace que ocultemos rasgos, pensamientos, emociones o patrones que puedan resultar desagradables para el otro”, explica Elena Tobaruela.
En estos casos, la relación empieza desde una versión editada del yo. Según la experta, " la persona estaría actuando desde su herida inconsciente y no de una forma madura o sana”.
Cómo eres vs. cómo te gustaría ser: un factor determinante
Hay otro matiz importante que suele pasar desapercibido. No todas las personas que se presentan de una manera y luego actúan de otra están fingiendo de forma consciente.
En algunos casos, la persona realmente se percibe así a sí misma. Habla y se muestra desde la idea de quién le gustaría ser, no desde cómo funciona en la práctica.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando alguien se define como tranquilo, empático o muy comunicativo, pero en situaciones reales responde con evitación, rigidez o silencio emocional. En este caso, la identidad se construye también a partir de deseos, expectativas y mandatos sociales. Muchas personas interiorizan cómo deberían ser para ser queridas, y terminan creyendo que ya lo son.
Qué hay detrás de este comportamiento
Pero, más allá del propósito que pueda haber detrás, ¿qué raíces profundas son las que provocan que actuemos así? ¿Tiene algo que ver nuestro pasado? La psicóloga lo explica claro. "Nuestras creencias limitantes adquiridas tanto en la familia de origen como en la sociedad pueden ser una de las causas”.
Creencias que suelen sonar así en la vida diaria. Como señala la experta, ideas como "si muestro mi enfado, el otro puede irse de mi vida" o "si enseño mis defectos no voy a gustar" marcan cómo nos mostramos.
El siguiente factor que señala la psicóloga es aún más profundo. "Nuestra necesidad de establecer vínculos significativos como la pareja viene de nuestra naturaleza gregaria y reproductiva como seres humanos". Cuando hay heridas emocionales previas, esa necesidad se intensifica. "Estas heridas activan el miedo a quedarse solo, a no ser especial, a no ser merecedor de amor, a no pertenecer", explica.
Ahí es donde la conexión deja de ser auténtica. La conexión sana permite diferencias y matices. La falsa conexión exige parecerse para no perder". "Porque cuando tienes que imitar para que te quieran, no estás conectando: estás sobreviviendo emocionalmente".
Cómo dejar las máscaras a un lado y mostrar tu verdadero 'yo'
Llegados a este punto, la clave ya no está en gustar más, sino en dejar de esconderse. Para romper este patrón aprendido, el trabajo interno resulta fundamental.
Desde su experiencia clínica, Elena Tobaruela apunta a una vía clara de salida. "Para ser más naturales y mostrarnos sin máscara, recomiendo como psicoterapeuta asistir a terapia, profundizar en nuestro autoconocimiento, descubrir nuestros defectos y aceptarnos tal y como somos". Este proceso no es inmediato ni puntual. Implica revisar creencias, vínculos pasados y la forma en la que aprendimos a relacionarnos para no sentirnos excluidos.
La experta advierte además que no se trata de una solución rápida. “Estas pautas pueden resultar sencillas en teoría aunque realmente de por vida se recomienda un trabajo de introspección”. Porque la conexión sana no exige perfección ni similitud constante. Se sostiene cuando no necesitamos adaptar nuestra personalidad para ser elegidos.
Por eso, el cierre no tiene que ver con el otro, sino con uno mismo. Como recuerda Elena Tobaruela, "Lo más importante es querernos a nosotros mismos por quienes somos y por lo que ofrecemos de manera auténtica a los demás”. Solo desde ahí, sin máscara ni espejo forzado, una relación puede construirse desde la verdad y no desde el miedo.
