Te levantas cada mañana repasando mentalmente todo lo que deberías lograr en el día. Si un proyecto no queda perfecto, sientes que no hiciste suficiente. Aunque los demás te feliciten, tú solo piensas en lo que podrías haber hecho mejor. Te cuesta descansar porque en tu cabeza siempre hay una lista de pendientes que te exige más, como si cada logro fuera solo un paso hacia la próxima meta. No estás conforme con tu look, sientes que podías haber cuidado más a una amiga, que tendrías que comer mejor. Si alguna de estas demandas, o si alguna otra parecida ha invadido tu mente al leerlas, puede que seas una persona autoexigente, un rasgo muy común, muy frecuente en mujeres, que en ocasiones altera la salud mental.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
"Tener objetivos, querer alcanzarlos, crecer, progresar, hacerlo bien, son ideas que pueden operar como motivación y crecimiento a lo largo de nuestro desarrollo", señala Silvina Pérez Zambón, doctora en Psicología y colaboradora experta de Clearly, plataforma que combina psicología e IA para facilitar el acceso a la terapia. "Ahora, es importante identificar cuándo pasan de ser una motivación a una exigencia y, en este caso, autoimpuesta", detalla.
Por qué la autoexigencia está a la orden del día
Para entender las palabras de la experta en salud mental hay que remontarse a la raíz del término. Entender que este sobresfuerzo por cumplir unos determinados estándares está a la orden del día guarda sentido en las construcciones sociales que hemos implementado. Más allá de las laborales, lo cierto es que, existen otras muchas que pueden llevarte a la autoexigencia extrema.
Si bien también son muchos los hombres que también están insatisfechos hagan lo que hagan, lo cierto es que, en el caso de las mujeres, el peso es todavía mayor. De ahí que sea frecuente que esta actitud sea una de las más comentadas en terapia. Como explica la psicóloga: "El rol de la mujer ha sido históricamente un rol sobrecargado. Las exigencias nos bombardean desde el ambiente, desde nuestro entorno, desde el momento en que somos concebidas como "mujeres". Ser exitosas, buenas hijas, buenas esposas (parejas, novias), buenas madres, buenas amigas; en fin, darlo todo en todos los vínculos que tengamos. Además, debemos mantenernos dentro de unos estándares de belleza y, por si fuera poco, estar saludables".
Motivación vs. autoexigencia: ¿Cuáles son las diferencias?
Sabido es que las motivaciones son un motor del día a día. Sin embargo, hay que distinguir estas metas o ambiciones de la autoexigencia. "Estas demandas, con el tiempo, se internalizan y comienzan a formar parte de nuestra personalidad. Es allí donde aparece la autoexigencia. Cuando algo nos motiva, lo que prima es un sentimiento de bienestar, de realización. Y este se puede percibir no sólo al alcanzar el resultado, sino también durante buena parte del proceso. Por otra parte, cuando las motivaciones se transforman en exigencias, comenzamos a observar señales de displacer, cansancio o fatiga, pérdida del sentido, desorientación y, la más importante, dejamos de cuidarnos. Nos olvidamos de nuestras necesidades básicas", apuntala Silvina Pérez Zambón.
Distinguir entre esa motivación y la autoexigencia no siempre es fácil. Más allá de las consecuencias que señala la experta en salud mental, hay otros síntomas que también indican que puedes tenerla instalada en tu día a día. "Cuando se vuelve excesiva empieza a manifestarse en pensamientos de insuficiencia, autocrítica constante y perfeccionismo rígido. Una mujer que está siendo demasiado dura consigo misma suele minimizar sus logros, enfocarse en los errores, sentir culpa o ansiedad si no alcanza sus estándares y tener dificultad para relajarse o disfrutar de sus éxitos y del descanso", comenta.
Además, ese esfuerzo por tener todo bajo control y llegar siempre al sobresaliente, no conformarse con un nueve, sino querer alcanzar el diez, puede generar también otras consecuencias emocionales, como el estrés, irritabilidad, sensación de nunca ser suficiente. Incluso, llega a provocar efectos secundarios físicos, que pueden ser desde el cansancio o el insomnio hasta la tensión corporal. Pero aún hay más, porque incluso derivan en consecuencias relacionales. "Puede aparecer una comparación constante con los demás, o la dificultad para pedir ayuda. La señal de alerta más clara para identificar si eres autoexigente o no, es que, en lugar de motivar, esta exigencia empieza a desgastar, generar malestar y restar calidad de vida."
El efecto contrario: el conformismo
¿Y si en lugar de sentir que nunca es suficiente, te sucede todo lo contrario y te sientes bien el conformismo? "Aunque ambos términos guardan raíz en la autoestima, son diferentes. Si la autoexigencia produce una activación excesiva e incansable; el conformismo genera una pasividad más parecida a la parálisis. Aquí tampoco hay una sensación de bienestar, aunque a veces podamos tener la tendencia a engañarnos pensando que sí la hay", comenta la experta.
De hecho, una persona conformista se adapta fácilmente a las circunstancias, opiniones y normas establecidas por un grupo o por la sociedad, sin cuestionarlas ni oponer resistencia, así como al orden natural de los acontecimientos. Su actitud es pasiva, no busca cambiar la situación, incluso si es injusta o adversa. Acepta lo que hay. Sin embargo, tampoco es beneficioso para la salud mental.
"El estado más característico de las tendencias conformistas es la apatía, es decir, la incapacidad de sentir o de sentir con intensidad, la falta de interés o energía hacia actividades que normalmente generan placer", comenta Silvia Pérez, que además hace hincapié en distinguir esta cualidad de la pereza: "En el conformismo predomina la reducción generalizada de la iniciativa, la emoción y la capacidad de respuesta frente al entorno".
Cómo dejar de ser autoexigente
Para encontrar un equilibrio sano entre la autoexigencia positiva y la autocompasión (entendida como la capacidad que nos permite aceptar errores y limitaciones), la experta propone dos prácticas:
- Aprender a decir "no". "Retomando la idea de que no nacemos autoexigentes, sino que somos educadas y moldeadas por las exigencias de nuestro entorno, una herramienta primordial es aprender a decir que "no"; ponerse límites, respetarlos, tomarse un tiempo para reflexionar ante un pedido y cuestionarse si es pedido, demanda, exigencia, y si es urgente. Dilatar la respuesta", señala. Además, propone ideas para llevarlo a la práctica: "Este vocablo admite variantes más moderadas, como "ahora mismo no, pero luego lo vemos" o "déjame que lo piense y te doy una respuesta". Aunque algunas veces solo debería ir acompañado de un agradecimiento o de la sencilla aclaración de que no te apetece. Incluso, a veces ni hay ni que dar explicaciones".
- Reflexión y meditación. "Tomarnos pausas conscientes a lo largo del día o de la jornada laboral para realizar actividades placenteras o simplemente para descansar, respirar. Es importante tener tiempo libre, momentos en que podamos bajar el ritmo y replantearnos algunas cuestiones", comenta Silvina Pérez Zambón, que señala un caso práctico para entenderlo mejor: "Por ejemplo, poder preguntarnos qué significa el éxito o la perfección para nosotras, cómo nos damos cuenta de si hemos alcanzado una meta, qué haremos para celebrarlo y con quién queremos compartirlo".
La autoexigencia impide disfrutar la vida. Estar en el momento presente resulta inviable si siempre buscas alcanzar más. "Implica un desgaste físico y emocional importante. Sin embargo, en una sociedad tan exigente, el amor propio, el autocuidado y la autocompasión, más que actos de salud, son actos de rebeldía", concluye la experta. Pero muchos de los mejores cambios en la humanidad comenzaron justamente cuando alguien se atrevió a desafiar las exigencias externas y a elegir, en su lugar, cuidarse y vivir con autenticidad.