Obsesionarse con alguien, pensar constantemente en esa persona que te gusta o que te ha dejado huella, incluso aunque apenas haya habido contacto real, es algo mucho más común de lo que parece. Sucede con frecuencia: te despiertas y acuestas a menudo pensando en ella, y, a veces, hasta tu estado de ánimo depende de la interacción que hayáis tenido a lo largo del día. Este fenómeno, que es mucho más habitual de lo que muchos muestran, no tiene que ver solo con la voluntad o la intensidad del amor. En él hay una mezcla compleja de neuroquímica, aprendizaje emocional y cultura que explica por qué te ocurre, y cómo gestionarlo para que no te desborde.
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A pesar de que es más habitual en la adolescencia y juventud, esta obsesión puede darse a cualquier edad. Desde la psicología se aborda como un proceso natural, aunque, tal y como cualquier emoción llevada al extremo, también puede volverse problemático si se vive desde la idealización o la dependencia emocional.
No es raro que un flechazo, una relación breve o incluso una ilusión sin concretarse deje huella durante semanas o meses. De hecho, en consulta psicológica, este fenómeno aparece con frecuencia, tal y como comenta la psicóloga experta en terapia de pareja y sexualidad, fundadora de Psicopareja en Murcia, y online a través de psicopareja.es, Teresa Ouro: "Recibimos con frecuencia a personas atrapadas en pensamientos recurrentes hacia alguien, relaciones breves que dejan huella, vínculos que generan ansiedad, dependencia o idealización, incluso cuando saben —racionalmente— que esa relación no les hace bien. Y no se trata de una simple falta de voluntad, sino que tiene raíces profundas".
¿Por qué esa persona y no otra u otras?
Ya sea en el supermercado, en un paseo, en una cafetería o en el trabajo. Conocer gente es parte del día a día, pero solo algunas personas activan esa conexión intensa que nos lleva a obsesionarnos con ellas. Y, teniendo en cuenta que hay miles de millones de personas en el mundo, resulta inevitable preguntarse por qué dedicamos tanto tiempo a pensar tan solo en una. Una duda que, a menudo, aparece cuando nuestro estado de ánimo flaquea.
"Algunas de las personas que conocemos a lo largo de la vida son amables, atractivas, o están disponibles para nosotros, pero , no generan ese ‘clic’ que sí provoca otra persona, a veces, en el momento más inesperado. ¿Por qué? Porque la elección amorosa no es del todo consciente".
Ese famoso “clic” no es casualidad ni magia, sino que está profundamente relacionado con cómo funciona el cerebro humano en las fases iniciales del amor. “Aunque creamos que elegimos racionalmente, en las primeras fases del enamoramiento intervienen mecanismos cerebrales automáticos, primitivos, e inconscientes.”, aclara Teresa Ouro.
El amor a primera vista tiene base científica
Decir que el amor es una de las emociones más difíciles de entender es algo manido. Pero lo cierto es que muchos de los comportamientos y pensamientos que surgen a partir de él guardan tras de sí una base neurológica que explica sus causas, y también consecuencias. Incluso, los flechazos a primera vista, o ese feeling que muchos sienten nada más conocerse, tienen explicación.
"Frases como ‘fue amor a primera vista’ o ‘en la primera cita supe que era ella’ tienen una base biológica real. Nuestro cerebro está predispuesto hacia la afectividad, la pertenencia, la cooperación, la sexualidad y la reproducción. Esta necesidad de vincularnos ha sido un mecanismo de supervivencia que quedó grabado en nuestro inconsciente colectivo", señala la profesional de salud mental, que, hace hincapié también en otros motivos más allá de los biológicos: "Desde la infancia comenzamos a trazar un 'mapa del amor', una especie de brújula interna que define qué nos atrae y por qué. Este mapa se construye con múltiples capas. Desde la forma en que nos vincularon en la infancia, pasando por el tipo de apego que desarrollamos, las primeras experiencias afectivas y, muy especialmente, la cultura en la que hemos crecido".
Aunque en el amor romántico suele primar una idea de relación general, lo cierto es que, cada persona lo vive de una determinada manera. Que esto suceda guarda razón, precisamente, en ese entorno y en la educación en el que cada uno se ha desarrollado, como cuenta Teresa Ouro: "Nuestra idea del amor no surge en un vacío. Está moldeada por lo que vimos en casa, en películas, libros, canciones, redes sociales o incluso en cuentos infantiles. "Aprendemos, muchas veces sin darnos cuenta, cómo 'debería ser' una relación: quién debe cuidar, quién debe ceder, cuánto hay que luchar, si los celos son una prueba de amor, si el amor todo lo puede”, añade. Por eso, cuando aparece alguien que encaja con ese 'mapa' que señalaba la experta, incluso aunque no sea real, se activa todo un sistema emocional muy potente.
Qué pasa en el cerebro cuando te enamoras
Ese estado de euforia cuando recibes un mensaje, o la necesidad de revisar una y otra vez una conversación no es solo ansiedad, sino que es pura química cerebral. "Las primeras fases del enamoramiento se alimentan de novedad, ilusión, contacto físico, juegos, viajes y una casi total ausencia de conflictos. En este 'flechazo' se activan regiones cerebrales como el área tegmental ventral, el núcleo accumbens y la corteza orbitofrontal, todas ellas asociadas al sistema de recompensa", detalla Teresa Ouro.
Estas regiones liberan dopamina, conocida como el neurotransmisor del placer. "Por eso, cuando esa persona nos sonríe, nos escribe o simplemente la recordamos, sentimos un subidón emocional, y queremos más", comenta. Y ahí se encuentra el kid de la cuestión, pues este “enganche” inicial es el que también provoca pensamientos constantes. "La corteza prefrontal —encargada del juicio crítico y la toma de decisiones— se desactiva”, indica la psicóloga, detallando las razones por las que a veces se ignoran señales de alerta o se idealiza a alguien que no encaja con la realidad. Como resume, "el enamoramiento activa el deseo como una droga: te hace sentir bien... y te hace querer repetir".
¿Cómo evitar que esa obsesión te consuma?
Si bien las primeras etapas del amor son inevitables y naturales, existen formas de vivirlas sin perderse. Teresa Ouro ofrece claves muy prácticas para no caer en la dependencia emocional:
- Mantener tu autonomía personal: "No abandonar tus rutinas, amistades y actividades individuales. No dejes de ser tú por convertirte en ‘nosotros’.”
- Evitar decisiones impulsivas: "La corteza prefrontal está inhibida y tu juicio alterado. Posponer decisiones importantes ayuda a ver con más claridad".
- No idealizar o actuar desde la fantasía: Para ello, propone "ser consciente de tus emociones. Reconocer lo que sientes, sin idealizar ni dejarte arrastrar por el miedo o la ilusión"
- Buscar una conexión real, no solo química: "Buscar afinidades reales: Cuantas más coincidencias, mejor. Las diferencias pueden enriquecer, pero es importante evaluar si son complementarias o incompatibles".
- Enfrentar conversaciones difíciles desde el principio: “Tenerlas ayuda a ver cómo maneja el otro el conflicto y el compromiso. Evitemos el miedo a hablar de futuro y de lo que queremos en nuestra vida, ya que si no es compatible, es mejor saberlo antes".
El amor como decisión, no como accidente
Todo flechazo tiene fecha de caducidad. El subidón inicial dura unos meses —a veces un par de años—, pero luego da paso a una etapa más profunda. Toda relación evoluciona. "Ya no se trata de intensidad, sino de construir: comunicación, regulación emocional, proyectos compartidos, afinidad, reciprocidad y aceptación de lo que no me gusta tanto del otro.”, explica la psicóloga, que, ofrece un último consejo: "Ver el amor, no como algo que ‘pasa’ y empezar a comprenderlo como un proceso que también puede aprenderse, cultivarse y vivir con conciencia. Ssi tras esa embriaguez inicial seguimos eligiéndonos, entonces ya no es solo deseo, es una decisión. Y eso, sí que puede durar para toda una vida", concluye.