¿Has visto Frankenstein? ¿Recuerdas a Oscar Isaac entre frascos de vidrio (ya sabemos que de Jacob Elordi, te acuerdas perfectamente)? ¿Y de American Horror FreakShow y de esa escena en la que Emma Roberts se pierde entre estanterías asépticas de órganos, fetos y especímenes extraños bajo la mirada villana de Denis O’Hare? Vale. Desagradable a tope y te preguntarás: ¿Y estos dónde quieren ir a parar? Pues a recordarte que desde los albores de la ciencia, el alcohol, en eso de conservar los tejidos, ha sido un espléndido recurso. Una maravilla, al menos en Vera Wang, un ser humano de 76 años que no solo ha revolucionado las pasarelas (sobre todo, las nupciales) sino que nos tiene —a todos los que nos obsesionamos con el paso del tiempo, la edad, las cremas antiaging, los batidos antioxidante y multivitamínicos…— completamente locos.
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Ella es la diseñadora que, con cada aparición en una red carpet, ocupa los titulares de medio mundo con algo así como “La eterna juventud de Vera Wang”. “La espléndida vejez de la diseñadora que, con 76 años, aparenta 30”, mientras el otro (medio mundo) se interroga a sí mismo: “Pero, ¿se opera entera? Quiero saber cómo lo hace”. Y no, no te sientas culpable. La tiranía de la edad o la obsesión por la belleza de las nubileses es algo que nos angustia y obsesiona desde que Cleopatra se bañaba en leche de burra. No vamos a recordar ahora tampoco a las brujas de los cuentos de hadas solo deseaban una cosa en esta vida: ser joven (y eso lo llevamos inscrito a fuego en el ADN…) ni vamos a fustigarnos por haber sido frívolos a la hora de pinchar esta página…
Tu curiosidad es natural y… has hecho bien. Porque Vera… Vera ha confesado. No lo ha hecho en un potro de tortura. Tampoco ha sido abducida por unos marcianitos verdes que han hecho experimentos con ella como hicieron los de Tim Burton con Sarah Jessica Parker ni ha viajado hasta una China recóndita y ancestral para encontrar un trocito de corazón de dragón hidrolizado. Nada. Basta con ver su Instagram y… saber que se alimenta gracias a McDonalds, Dunkin Donuts y un chupito de vodka diario. ¿Será entonces que quizás nos equivocamos acompañándolo de naranja?
Esta es para nota. ¿Has visto Super Size Me? Vale, ésta es más difícil. Pero aquí estamos nosotros para contarte de qué va. Es un documental reality, al estilo de Bowling for a columbine (también de la misma época, de principios de los 2000) escrito, producido, dirigido y protagonizado por Morgan Spurlock, un tipo que partía de una premisa: durante 20 días, desayunaría, comería y cenaría en un establecimiento de comida rápida bajo una premisa, que siempre que el camarero le preguntara: “¿Quiere que por 50 centavos más (o whatever) convirtamos su menú en XXL?”, él debía responder: "Of course". Y así lo hace.
Durante la hora y 36 horas de metraje de la película. Y tú, durante ese tiempo ves cómo su cuerpo, su salud y su estado psicológico propio de un chico genuinamente americano (rubio como la cerveza, atlético, protestante y universitario, un WASP en toda regla) se convertía en un hombre melifluo, abotargado, cansado, sobre todo, enfermo. Con numerosas patologías de salud sobrevenidas por esta alimentación. En el hígado, en el intestino, en la dentadura…Pues… va a ser que no lo hacía bien. Porque Vera, todo lo contrario. Ella no solo esquiva el envejecimiento (no prematuro, sino el normal para una mujer que roza las ocho décadas de vida), sino que no se priva de un solo capricho.
Y sus caprichos no son acelgas sin sal y un chorrín de aceite. Lo contó en la gala DKMS de Nueva York. Que ella hace un pedido diario de hamburguesas y patatas fritas. “Me paso comiéndolo dos semanas todos los días y luego cambio”. Y dirás: “Venga va, estaba tomando el pelo a la reportera de turno”. Eso pensamos nosotros hasta que echamos un ojo a sus redes y la hemos visto posar. Lo hace con su pelo larguísimo y lacio yuko system de un color topo natural, y tras una gafas sky y un crop top que permite ver sus abdominales perfectamente esculpidos. Y, al lado, una bolsa de papel más grande que su cabeza.
Porque no obsesionarse y mantener las cosas sencillas de la vida es una de las claves de Wang para ser constante con su figura. Ya sea con Glovo o teniendo lo justo en el frigorífico. A ella nunca le falta ni pollo, ni brócoli, ni alcachofas en la nevera… Y si le apetece sashimi de arroz, engancha el Whatsapp, fin.
Y cuando su fidelidad con las verduras de McDonalds flaquea, confía… en la bondad de otra cadena conocida: Dunkin Donuts. “Me gusta la que va rellena de crema y cubierta de azúcar. Es como una rosquilla de gelatina, pero es crema por dentro. De crema de vainilla. También me gusta la rosa, la que va con virutas”. Atención a la frase “me gusta la rosa”, no la de “fresa”. Ella no se engaña. Hace comida consciente. Algo es algo. Y… sí, también hay constatación de eso en su perfil de Instagram. Un millón de seguidores pueden verlo. También, entre botellas de agua con gas italiana, ejercicios delante del espejo, vestidos joya, faldas abullonadas de cintura talla 36, copas de Martini y… de vodka.
De hecho, así se ha sabido que la mujer que vistió, entre otras, a Victoria Adam para convertirse en la señora de David Beckham: contestando a un follower. Éste le increpaba, bajo un post en donde la americana aparecía con un sujetador deportivo mostrando un tronco superior tonificadísimo bajo las palmeras de su mansión en Miami Beach, algo así como: “¿Pero usted que bebe? ¿Sangre de unicornio?” Y ella, estoica, no tuvo duda en contestar: “Una de las cosas que me gusta hacer es tomar un cóctel de vodka. Me tomo un vodka en algún momento después de las cinco o las seis de la tarde. Tipo… siete”. En People se lo preguntaron y, sí, tampoco era coña.
De todas formas, como hemos repetido —entre bromas e ironías, única y exclusivamente movidos por la envidia—, no solo de comida basura y alcohol vive la diseñadora. Ella también ha dicho que uno de sus secretos para mantenerse joven —mental y éticamente—, es trabajando duro y hacer deporte. Mucho. Y de eso, tampoco hay duda. En cuanto a lo primero, desde que con 23 años se convirtió en una de las editoras de moda más jóvenes de la historia de Condé Nast América y que, con 40, construyera su firma, no solo ha transformado la moda, sino también el negocio nupcial, diversificando la marca y diseñando los vestidos más importantes hasta atesorar una fortuna estimada en unos 500 millones de dólares, según Forbes.
Vera duerme 9 horas. Y si no es posible, nunca, jamás, menos de 7. “Dormir lo suficiente me ayuda a calmarme y a mantener el ritmo. Solo puedes rendir si estás descansada”, apunta. “Y trabajar, lo he hecho toda la vida, básicamente”. “Le dedico muchas horas. He criado a dos hijas ―Cecilia Becker, de 33 años, y Josephine Becker, de 30―. Creo que mantenerse ocupada es el mejor remedio para tener una buena salud. El trabajo es mi cardio” añade.
A diferencia de otras figuras públicas, no recurre a entrenadores personales ni rutinas intensas. “Trabajo demasiado para eso”, bromea. Su secreto, dice, está en mantenerse en movimiento: caminar por su taller, estirarse entre prueba y prueba y, a pesar de que las guías de bienestar insisten en que hay que entrenar fuerza tres veces por semana, ella pasa: "Solo hago cosas que me hacen feliz. Si es muy duro… No way”. Así que, juega al golf, monta en bici, y baila. De hecho, su sueño habría sido ser patinadora. Y lo intentó. Estuvo a punto de participar en los JJOO de Grenoble 68, pero Dios la condujo por el camino de la moda y no por el de los vestidos color carne con paillettes.
Vera Wang también asegura que jamás ha tomado el sol. Así que olvida freírte. Las rutinas de belleza coreanas de muchos pasos tampoco son lo suyo. “Soy bastante minimalista, la verdad. Quizás sea porque soy asiática. Mi rutina es la anti-rutina. Jabón y algún limpiador facial. Sé que ahora todo lo contrario está de moda, pero nunca ha formado parte de mi ritual”.
Quizás, donde Vera se pone más sibarita, es ese momento antes de irse a dormir. Ahí, suena a película de La primera de sobremesa. “Mi noche solo empieza después de tomar un baño caliente muy largo. Enciendo unas velas, pongo las noticias e intento ponerme al día. Es el único momento en que puedo respirar de verdad”, declara. Después del chupito, claro, porque eso es lo que la ayuda a "desconectar y disfrutar de un poco de privacidad”.
Sea como fuere, quizás el secreto de Vera Wang esté en no tomarse demasiado en serio.“Me siento muy halagada de que la gente piense que he envejecido bien, pero nunca fue mi objetivo”, declara. “Me enfrento a un momento en el que se ha hablado mucho sobre mi envejecimiento. Solo espero que no reemplace mi trabajo. Saca a relucir el tema de la discriminación por edad y no quiero que me encasillen”, ha seguido insistiendo. Porque, sencillamente, la edad es un estado de ánimo. "Las mujeres eran consideradas transparentes a cierta edad, incluso en lo que respecta a su carrera y no se trata de la edad, se trata del estilo. Y siempre me he sentido así. Nunca he dejado de sentirme así " palabra de Vera Wang. Amén.
