En el corazón de Cantabria, sobre el profundo valle del río Bisueña, se alza una de las obras más impresionantes de la ingeniería española del siglo XXI: el viaducto de Montabliz. Con una altura que alcanza los 198 metros, una longitud total de 721 metros y más de 24.000 toneladas de acero y hormigón, este gigante sobre las nubes es considerado por muchos como el puente más alto de España; y uno de los más espectaculares de Europa.
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Situado sobre la autovía A-67, entre los municipios cántabros de Pesquera y Molledo, el viaducto conecta la meseta con la costa sin interrumpir el cauce del Bisueña. Su estructura se distribuye en cinco vanos de longitudes variables —110 m, 155 m, 175 m, 155 m y 126 m—, siendo el tramo central el más largo: 175 metros.
Aunque algunas fuentes reportan una altura máxima de 150 metros para la parte del tablero o de ciertas pilas, el consenso entre medios más recientes y especializados señala esos 198 metros como la altura más elevada de la obra sobre el fondo del valle, lo que le otorga con frecuencia el título simbólico de “puente más alto” en España.
Un desafío técnico colosal
La construcción del viaducto implicó enfrentarse a condiciones difíciles: terrenos escarpados, desniveles pronunciados y condiciones meteorológicas cambiantes. Para sortear estos retos, se empleó la técnica del avance en voladizo, construyendo los tramos desde los extremos hacia el centro sin necesidad de soportes provisionales en el valle.
El diseño del viaducto incorpora además una planta curva con un radio aproximado de 700 metros, lo que añade complejidad al cálculo estructural y al posicionamiento de tensiones. Su anchura es de unos 26,1 metros, alojando dos calzadas, y cuenta con un perfil longitudinal ligeramente inclinado para seguir la topografía de la zona.
Un emblema arquitectónico y funcional
Inaugurado el 31 de enero de 2008, el viaducto de Montabliz supuso una inversión millonaria (unos 26 millones de euros) y una de las piezas clave dentro de las obras de la autovía A-67 entre Cantabria y la meseta. Más allá de su función vial, este puente ha sido reconocido como símbolo del avance técnico español en infraestructuras.
Para muchos habitantes y viajeros, atravesar el viaducto produce una mezcla de vértigo y asombro. Las vistas desde su tablero ofrecen panorámicas de un valle profundo, bosques y montañas, mientras la estructura dominante parece desafiar al vacío.
Y es que esta obra no es solo útil, es un testimonio tangible del ingenio humano, una joya arquitectónica suspendida entre cielo y tierra que recuerda cómo la ingeniería puede transformar paisajes y romper barreras, literalmente, sobre el abismo.
