Hablar con tu mascota no es solo un gesto de afecto: la psicología reconoce que este hábito ayuda a regular las emociones y a fortalecer el vínculo con los animales. Expresar en voz alta lo que sentimos puede favorecer la calma y generar una conexión más profunda. Ahora bien, existe un límite que conviene no cruzar: humanizarlos en exceso.
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Atribuirles pensamientos o intenciones propias de las personas puede distorsionar la relación y crear expectativas poco realistas. Así lo señala Marc Rodríguez, especialista en inteligencia emocional, con quien hemos conversado para comprender mejor los beneficios y riesgos de este hábito.
¿Qué significa psicológicamente que hablemos a perros o gatos 'como a personas'?
Es una forma natural de antropomorfismo: atribuimos mente e intenciones humanas a quien queremos y con quien convivimos. Psicológicamente cumple varias funciones:
- Vínculo y pertenencia: hablarles nos hace sentir cerca, “como en familia”.
- Organización interna: al decir en voz alta lo que pensamos (“ya nos vamos al parque, ¿vale?”) nos regulamos y planificamos mejor.
- Expresión de afecto segura: con ellos podemos ser tiernos sin miedo al juicio.
Piensa en ello como en “poner subtítulos” a la relación: nos ayuda a entendernos… aunque el animal no descifre todas las palabras.
¿Es normal y sano o puede esconder carencia afectiva?
Ambas cosas pueden coexistir.
- Normal y sano cuando el habla cariñosa convive con límites, rutinas y sus necesidades “de perro o de gato” bien cubiertas.
- Bandera amarilla cuando se sustituye la vida social por completo (“mi gato es mi única relación”), se les exige comportarse como humanos o se proyectan en ellos conflictos propios (celos, reproches, “me entiende mejor que nadie”). No es “malo” en sí, pero conviene revisar el equilibrio.
¿Qué beneficios emocionales obtiene la persona?
Muchos, y muy concretos:
- Regulación emocional: hablarles baja el estrés y ordena la mente (como cuando te hablas a ti mismo, pero con alguien que te mira con atención).
- Conexión y oxitocina: el tono dulce, las caricias y la mirada aumentan la sensación de calma y afecto.
- Rutina y sentido: decir “hora del paseo” o “vamos a comer” estructura el día; la estructura da seguridad.
- Autoafirmación amable: con ellos practicamos un tono respetuoso que luego es más fácil llevar a nuestras relaciones humanas.
¿Ellos notan diferencia entre “hablar como a personas” y dar órdenes?
Sí. No procesan el lenguaje como nosotros, pero sí captan:
- Prosodia (tono, melodía, ritmo): un “buen chicooo” agudo y cantado suele asociarse a recompensa; un “eh” seco corta una conducta.
- Palabras-clave aprendidas: “paseo”, “comer”, su nombre, “ven”.
- Señales no verbales: postura corporal, manos, mirada, distancia. En la práctica: un discurso largo tipo “mira, hoy vendrá tu tía” les dice poco; el tono amable + tu cuerpo tranquilo les dice casi todo.
¿Humanizar fortalece el vínculo o puede empeorarlo?
Depende del equilibrio.
Fortalece cuando:
- Expresas cariño con voz suave y contacto respetuoso.
- Mantienes dos canales: uno afectivo (charla cariñosa) y otro funcional (señales claras, siempre iguales, para normas).
- Acompañas con enriquecimiento: paseos, juego, rascadores, descanso, previsibilidad.
Puede complicar cuando:
- Confundes reglas: hoy sí sube al sofá, mañana le regañas; eso genera ansiedad y mala convivencia.
- Ignoras su naturaleza: vestirlo siempre, cogerlo si no le gusta, no permitir exploración/rascar/olfatear.
- Refuerzas miedos: si ante cada susto lo sobreproteges, puedes fijar la inseguridad (p. ej., reforzar la ansiedad por separación).
- Somatizas en él: le das comida “humana” por culpa o para consolarte → obesidad, problemas digestivos.
Piensa en un semáforo: verde = afecto, juego, palabras cariñosas; ámbar = normas claras y consistentes; rojo = lo que invade su bienestar o su especie.
¿Qué nos dice esto de nuestra manera de gestionar soledad, afecto y comunicación?
Que somos seres sociales y buscamos conexión. La mascota:
- Funciona como “ancla emocional”: nos acompaña en rutinas y nos hace sentir vistos.
- Nos permite practicar la ternura sin juicio.
- Nos recuerda que la comunicación va más allá de las palabras: presencia, tono, gestos.
La clave es que ese apoyo sume: si detectas que tu mundo social se reduce en exceso a tu animal, es señal de ampliar red humana (amigos, familia, terapia, grupos).
Consejos prácticos para un equilibrio sano
Dos idiomas, una relación
- Afecto: habla suave, nombre + caricia, momentos de mimos que él/ella elija.
- Comandos: pocas palabras, siempre iguales (“ven”, “quieto”), tono neutro y claro, refuerzo inmediato.
Coherencia y rutinas
- Horarios aproximados para comida, paseo y juego.
- Reglas estables (si hoy no sube a la cama, mañana tampoco).
Lee su lenguaje
- Señales de calma o de estrés (bostezos fuera de contexto, girar la cabeza, orejas atrás, cola baja).
- Si no quiere contacto, respeta; el consentimiento también existe con animales.
Enriquecimiento según especie
- Perros: olfateo libre en paseos, juego de cobro/búsqueda, descanso.
- Gatos: rascadores verticales, alturas, escondites, juego de caza (plumero/puntero con pausa y premio).
Cuida tu red humana
Mantén conversaciones “de persona a persona”, planes fuera de casa y vínculos variados. Tu mascota es un plus, no tu único sostén.
Si hay señales de desequilibrio
Ansiedad por separación intensa, agresividad por confusión de normas, problemas de salud por alimentación “humanizada”… consulta a un veterinario y a un educador canino/felino o etólogo, y si lo necesitas, apoyo psicológico para ti.
Pero tal y como acaba reflexionando Marc, “hablar a tu perro o a tu gato “como a una persona” es, en la mayoría de los casos, normal, tierno y saludable. Nos calma, fortalece el vínculo y mejora la convivencia si lo acompañamos de reglas claras y de respeto por su naturaleza. La fórmula ganadora: mucho afecto, comunicación simple, coherencia y vida social propia. Así, todos ganan: tú te sientes acompañado y tu compañero peludo vive como lo que es… un perro o un gato feliz”.