Seguro que conoces a alguien que siempre llega tarde… o quizá eres tú. En muchas culturas, la impuntualidad se interpreta como descortesía o falta de respeto, pero la ciencia dice que la historia es más compleja. Llegar tarde no siempre es cuestión de mala educación: nuestro cerebro, la personalidad e incluso ciertos rasgos neurológicos tienen mucho que ver.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Los investigadores han descubierto que una de las principales razones es la percepción del tiempo. Según Hugo Spiers, neurocientífico de University College London, hay personas que simplemente “calculan mal” cuánto van a tardar en llegar a un sitio. Curiosamente, cuanto más conocido es el trayecto, más lo subestimamos. Creemos que será tan rápido como la mejor vez que lo hicimos, olvidando factores como el tráfico, el transporte público o las pequeñas pausas que surgen en el día a día.
La memoria del tiempo también juega un papel importante. Cuando pensamos en cuánto vamos a tardar en completar una tarea, usamos recuerdos del pasado… que no siempre son exactos. Por eso creemos que podemos “prepararnos en 10 minutos” cuando en realidad tardamos 20. Además, elementos externos como la música o el ruido pueden hacernos sentir que el tiempo pasa más despacio o más rápido de lo que realmente pasa.
A esto se suman rasgos de personalidad. La gente con bajos niveles de “conciencia” (un rasgo relacionado con la organización y la responsabilidad) suele tener más problemas para planificar, recordar tareas o calcular márgenes de tiempo. Y si eres de los que intentan hacer muchas cosas a la vez —la famosa multitarea— es aún más probable que se te haga tarde.
En algunos casos, el retraso crónico está relacionado con el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), ya que estas personas pueden tener dificultad para estimar el paso del tiempo y organizarse con anticipación.
Por último, no podemos olvidar el factor emocional. A veces llegamos tarde porque hemos estado procrastinando: retrasamos tareas que no nos apetecen o que nos generan estrés, y cuando queremos reaccionar, ya vamos contrarreloj.
La buena noticia es que hay estrategias que ayudan: pon alarmas en el móvil, empieza a prepararte un poco antes de lo necesario, deja márgenes de tiempo para imprevistos y reduce la multitarea. La puntualidad no es solo una cuestión de disciplina: es aprender a trabajar con tu percepción del tiempo y tus hábitos.