Este viernes 19 de diciembre llega a las salas de cine Avatar: Fuego y Ceniza y muchos se hacen la misma pregunta: ¿es mejor o peor que las dos primeras películas? Ya la hemos visto, así que podemos responder de forma clara, concisa y directa: es igual de impresionante que las anteriores (estrenadas en 2009 y 2022 respectivamente). Por definirla en pocas palabras, pero muy significativas: una obra maestra. Tanto es así que, nunca mejor dicho, parece de otro planeta. Es un espectáculo visual que te atrapa de principio de fin, y que no te dejará con ganas de más, ya que dura nada menos que 3 horas y 17 minutos. Volvemos al increíble mundo de Pandora, así que abróchense los cinturones para este viaje tan alucinante como vertiginoso, en lo que es sin duda una experiencia desde la butaca que no recordarás haber vivido antes.
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Asistimos a un despliegue brutal de efectos especiales como pocas veces se ha visto, como un volcán en erupción, lo que viene a confirmar una cosa por encima de cualquier otra: James Cameron (Ontario, 1954) siempre va un paso por delante. El director estadounidense demuestra una vez más que es un auténtico visionario, un gurú, como un moderno J.R.R. Tolkien (El señor de los anillos ) en esto de recrear escenarios de fantasía como nadie.
Un genio absoluto de la ciencia-ficción, cuya última cinta también nos recuerda por momentos a sus otras grandes creaciones. Sí, porque en la saga de los Na'vi que nos ocupa hay un poquito de Aliens: El regreso (1986), también de Terminator ( sobre todo de la segunda, de 1991), otro de Mentiras arriesgadas (1994), e incluso de su largometraje más icónico y reconocido, Titanic (1997).
Eso sí, a modo de prólogo, antes de empezar Avatar: Fuego y Ceniza, el aclamado cineasta avisa de un hecho importante. En la era de la Inteligencia Artificial (IA), no pretende que esta tercera entrega de la franquicia sea una simple sucesión de fotogramas impactantes a un ritmo endiablado. Porque detrás de cada personaje hay un actor y una actriz real, de carne y hueso, que ha dado lo mejor de sí para ofrecer una interpretación a la altura.
Ellos son Sam Worthington, Zoe Saldaña, una increíblemente 'joven' Sigourney Weaver, Stephen Lang u Oona Chaplin, entre otros. Es decir, que no hay trampa ni cartón. Que los habitantes de este universo de fábula existen de verdad en la Tierra. Después, lo que hace magia en la gran pantalla es la técnica conocida como captura de movimiento (Mo-Cap, en inglés) o CGI (imágenes generadas por ordenador).
En cuanto a la fascinante historia que nos cuenta esta epopeya futurista y tribal, no es una simple guerra de héroes contra villanos. Porque la emoción desbordante está presente en cada uno de sus planos. De las criaturas monstruosas que habitan en el mar a las frenéticas persecuciones surcando los cielos, pasando por los sentimientos que van del amor profundo a la furia desatada que transmiten sus protagonistas.
En este aspecto, la trama viene fuertemente marcada por un hecho trágico que ocurrió Avatar: El sentido del agua, el que ahora hace que a unos padres afligidos les cueste levantar la cabeza tras la pérdida del ser querido. Un dolor insoportable en la familia que contamina cada paso que dan y que es muy difícil de sobrellevar, pero al que no tendrán más remedio que hacer frente. Por eso, tanto la relación de la pareja como la paterno-filial serán claves fundamentales en el desarrollo del argumento. Sin olvidar tampoco otros aspectos como el sacrificio, la amistad o el despertar sexual en la adolescencia.
Más allá de todo esto, tal vez el mensaje más poderoso que se nos quiere trasladar en Avatar: Fuego y Ceniza es la defensa a ultranza del ecosistema y del medio ambiente como algo primordial para nuestra propia supervivencia, precisamente en la era del llamado cambio climático. A medio camino entre lo bélico de última generación y la épica de los aborígenes, será una batalla sin cuartel contra los abusos de poder y la destrucción de la naturaleza, donde los humanos tienen gran parte de culpa por sus ansias de colonialismo allá por donde pisan.
Es Pandora, además, un lugar de belleza abrumadora, con majestuosos acantilados y selvas de color esmeralda (como la mítica película de John Boorman del mismo título de 1985), salvaguardados por un espíritu supremo al que se invocará para pedir ayuda. Por ello, para disfrutar al máximo, nuestra recomendación es verla con gafas en tres dimensiones (3D), lo que te transportará en primera persona de manera inmersiva hasta llegar a un final apoteósico. Podrás verlo, tocarlo, casi hasta olerlo... y te dejará sin palabras. Que estamos ante la película (con mayúsculas) de estas Navidades, no es ningún secreto. Que no hay un 'parque de atracciones' como este que te salga más barato, también.
