Corría el año 2019 cuando, a finales del verano, una noticia conmocionó a España entera. Blanca Fernández Ochoa había desaparecido y la preocupación era máxima por los problemas de salud mental (trastorno de bipolaridad) que padecía la mejor esquiadora que había dado nunca este país. Se la vio por última vez un 24 de agosto y, once días después, encontraban su cuerpo sin vida el 4 de septiembre en la Sierra de Guadarrama en un punto de difícil acceso llamado el pico La Peñota, entre Madrid y Segovia.
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Antes de dar con ella, se produjo una incesante búsqueda a contrarreloj para tratar de encontrarla por parte de familiares, amigos, voluntarios y los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. En un principio, se temió que pudiera haber sufrido algún tipo de accidente durante una excursión, a pesar de su evidente conocimiento de la montaña. Finalmente, la realidad fue mucho más dura que eso y los peores presagios se cumplieron. La medallista olímpica había decidido quitarse la vida, dejando así un profundo vacío entre todos aquellos que la admiraban y querían.
Seis años después del trágico e impactante suceso, su sobrina Paula Fernández Ochoa ha hablado de cómo fueron aquellos instantes de tanta desesperación y dolor por todo lo que ocurrió. "Recuerdo que por entonces mi tía ya estaba muy mal y decía que algún día iba a desaparecer", ha relatado en el podcast Vidas Contadas. "No éramos conscientes", ha reconocido, "y nos dio mucha pena". Señala que la deportista "eligió su momento y su forma de irse", de lo que venía dando algunas señales, antes de ingerir un bote de pastillas para suicidarse y perderse por un sitio recóndito en plena naturaleza.
"Tiró la toalla y, de hecho, en alguna conversación con ella ya había dicho que quería estar arriba (en el cielo) con su hermano", explica Paula en alusión al gran esquiador Paco Fernández Ochoa, fallecido en 2006 a los 56 años a causa de un cáncer linfático. Ahora, casualidad o no, la fatalidad del destino hizo que Blanca nos dejara a esa misma y temprana edad. Por último, reconoce Paula que, pese al golpe tan duro que supuso para ellos la pérdida de su tía, en parte "sentí paz" ya que al menos se ponía punto final al calvario y el sufrimiento que la deportista venía padeciendo.
Tras su repentina muerte, la mujer que en 1992 ganó el bronce para España en los Juegos Olímpicos de Albertville (Francia) dejaba sin consuelo a sus dos hijos, Olivia y David, que entonces tenían 20 y 19 años, y quienes no han dejado de recordar a su madre en todo este tiempo. Los dos hermanos, fruto del segundo matrimonio de la esquiadora con David Fresneda (propietario de una escuela de buceo en Cabo de Palos, Murcia) han seguido con el legado de Blanca y cuentan con una destacada carrera deportiva, no en el mundo del esquí, como fue el caso de la admirada deportista, sino en el del rugby.
