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Estos 10 cabos de la península ibérica (en la imagen atardecer en el cabo de Gata, en Almería) son espacios naturales extraordinarios y hay que visitarlos con calma, paseando, remando, buceando o haciendo surf en las playas de los alrededores. Además de naturaleza, tienen mucha historia: de batallas, de navegaciones, de naufragios… Y mucho arte: Galdós, Camões y Dalí nos esperan en tres de ellos.

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CABO HOME, PONTEVEDRA

El cabo Home, la punta de la península del Morrazo, que separa las rías de Vigo y Pontevedra, es lo más cerca que se puede estar de las islas Cíes sin coger un barco. Primero hay que dirigirse a la aldea de Donón y asomarse al mirador de la Caracola, al que da nombre una gran escultura de hierro que, según su autor, Lito Portela, la construyó para que los visitantes se metiesen dentro y «pudieran escuchar el mar». Luego hay que seguir 2,5 kilómetros en coche hasta la playa de Melide, que tiene poco que envidiar a las de las Cíes: 250 metros de arena blanca, agua cristalina, dunas, pinares y el mentado archipiélago justo enfrente, cerrando el horizonte. Y, por último, acercarse paseando a los dos faros que quedan al oeste de la playa: el de punta Robaleira (rojo y bajito) y el del cabo Home (blanco y espigado).

 

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CABO DE SAN ANTONIO, ALICANTE

A vista de satélite, como se ve en Google Maps, la costa de Alicante es un paseo marítimo larguísimo, de más de 200 kilómetros, con casas en primera línea de playa desde la provincia de Valencia hasta la de Murcia. Una notable excepción es el macizo del Montgó, montaña de 753 metros de altura poblada por 650 especies de flora que interrumpe las urbanizaciones entre Dénia y Jávea y que se adentra en el mar formando el cabo de San Antonio. Aparte de unos acantilados que quitan el hipo, el cabo ofrece unas vistas magníficas. A poniente se ve el propio Montgó y, a naciente, si la víspera ha llovido, se llega a ver Ibiza. Y, si no, se puede ver al menos el cardo de peña, que, además de aquí, crece en la isla Pitiusa.

 

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CABO MAYOR, CANTABRIA

Al norte de la ciudad de Santander se halla Cabo Mayor, sobrecogedor promontorio rocoso que los vecinos frecuentan los días de galerna para ver romper olas como montañas. Lo preside un faro de 1839, a 60 metros sobre el mar, que además alberga un centro de arte (puertosantander.es/farocabomayor), donde se exponen cientos de cuadros y dibujos dedicados por Eduardo Sanz a los principales faros de España. Se puede ir en coche o, si el tiempo lo permite, andando por la costa desde el final de la segunda playa del Sardinero. Por este camino se pasa por la playa de Los Molinucos, Cabo Menor, la playa de Mataleñas y, bordeando los acantilados cada vez más altos donde anidan el halcón y el colirrojo tizón, se llega al faro. Es un sendero sencillo de 3,2 kilómetros, que se recorre cómodamente en una hora (solo ida).

 

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CABO DE CREUS, GIRONA

Principio (o final, según se mire) de los Pirineos, el cabo de Creus atesora uno de los enclaves geológicos más espectaculares de la península ibérica, el paraje de Tudela, a un par de kilómetros del faro, donde el mar y la tramontana han esculpido piedras tan fabulosas como la roca Cavallera, la que inspiró a Dalí El gran masturbador. De Tudela a Cala Culip, siguiendo el itinerario señalizado, hay una hora de paseo. Para bañarnos después, como en Tudela no está permitido, podemos ir a las calas que hay al lado del faro. O mejor aún, a Cala Tavallera, la playa más bella y recóndita de la Costa Brava, solo accesible en barca o a pie desde El Port de la Selva. Se tarda una hora y cuarto en llegar a esta preciosa cala, siguiendo el sendero de gran recorrido GR-11, perfectamente señalizado.

 

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CABO DA ROCA, PORTUGAL

A 40 kilómetros al oeste de Lisboa, en el Parque Natural de Sintra-Cascais, los acantilados de más de cien metros de altura forman la proa del continente europeo, su punta más occidental, el cabo da Roca, «onde a terra acaba / e o mar começa» (Luís de Camões). Tan al oeste está, que el sol tarda 20 minutos más en ponerse aquí que en el otro extremo de la península ibérica, el cabo de Creus (Girona). Es un sitio bastante concurrido, sobre todo al atardecer, cuando el sol se acuesta sobre el agua del océano. Si buscamos tranquilidad, nos alojaremos en la Quinta do Rio Touro (quinta-riotouro.com), una casa familiar con piscina, amplio jardín y huerto ecológico en la aldea de Azóia, a solo 3 kilómetros del cabo.

 

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CABO DE PALOS, MURCIA

Además de lo que asoma sobre las aguas (el pueblo, el puerto, el faro…), Cabo de Palos forma una reserva marina, junto con las Islas Hormigas, que son su prolongación, ideal para bucear. No solo es una de las zonas con mayor biodiversidad de Europa, sino que se ven los restos de numerosos barcos que se han ido a pique en estos peligrosos bajos: el Carbonero, el Naranjito…, y el más famoso de todos, el transatlántico italiano Sirio, que naufragó el 4 de agosto de 1906. Hay un montón de clubs para iniciarse en el buceo y hacer inmersiones guiadas. Islas Hormigas (islashormigas.com) es el más antiguo, y abre todo el año. El bautismo de buceo sale por 65 €.

 

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CABO DE SAN VICENTE, PORTUGAL

Bienvenidos al punto más suroccidental del continente europeo, a la barbilla de Portugal, al Promontorium Sacrum de la antigüedad, consagrado a Saturno. Aquí, sobre las ruinas de una fortaleza del siglo XVI, se alza un faro precioso, para enmarcar, donde el ritual turístico exige apostarse para ver la puesta de sol. A solo 6 kilómetros, sobre otro promontorio alucinante, se alza la fortaleza de Sagres, donde el infante don Enrique creó en el siglo XV una escuela de navegación que fue el motor de la Era de los Descubrimientos portuguesa. Rodean la fortaleza acantilados de 80 metros de altura y docenas de furnas, simas que comunican subterráneamente con el océano y en las que el aire comprimido por el oleaje produce fantasmagóricos sonidos. Hablando de oleaje, esta es una de las zonas más surferas de Portugal.

 

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FINISTERRE Y MUXÍA, A CORUÑA

Finisterre, el fin de la tierra, el cabo de todos los cabos, es un lugar de obligada visita. Pero es un promontorio tan grande y tan alto, que las olas ni se aprecian. Hay que imaginárselas. Para ver el mar romper con furia a nuestro lado, salpicándonos casi, nos acercaremos mejor a la punta de A Barca, en Muxía. En el ápice rocoso de la península donde se asienta la población veremos un pequeño faro blanco, el santuario da Barca y un montón de grandes piedras mágicas: las pedras do Timón, dos Cadrís, dos Namorados… En el invierno de 2013, las olas hicieron añicos la pedra de Abalar, de 3,6 toneladas de peso, como si fuera un terrón de azúcar.

 

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CABO DE GATA, ALMERÍA

La esquina suroriental de la península da nombre a un parque natural prodigioso, salpicado de antiguos volcanes y aguas impolutas. Por ellas podemos navegar en kayak desde La Fabriquilla hasta el cabo, parando por el camino a darnos un baño y hacer snorkel en la cala del Corralete, rica en peces y praderas de posidonia. Una vez en el cabo, además de un faro de 1863, veremos el arrecife de las Sirenas, así llamado por las focas monje que lo frecuentaron hasta mediados del siglo XX, y disfrutaremos culebreando con los kayaks entre los escollos e islotes del arrecife volcánico, como en un archipiélago en miniatura. Medialunaventura (medialunaventura.com) organiza esta ruta en kayak de mar biplaza, de tres horas de duración, por 35 €. Además del kayak, incluye chaleco salvavidas, gafas de buceo, monitor-guía y seguro.

 

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TRAFALGAR, CÁDIZ

Pocas imágenes más cautivadoras del litoral gaditano que el sol apagándose en el mar y dorándose a fuego lento en el cabo de Trafalgar, con su tómbolo de arena blanca y su blanco faro de 34 metros. El cabo es famoso por la batalla que se libró a su vera el 21 de octubre de 1805, en la que 27 navíos ingleses derrotaron a 33 españoles y franceses. Para compensar, Inglaterra perdió a Nelson y España ganó un libro fundamental, el primero de los Episodios nacionales de Galdós. El tómbolo (un antiguo islote de areniscas caprichosamente erosionadas, unido a tierra mediante dos barras de arena que ciñen una laguna colmatada), es monumento natural desde 2001 y es el paseo vespertino predilecto en Caños de Meca: un kilómetro, hasta la punta del faro.

 

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