Anclado en el corazón de la Sierra Subbética, amparado por un mar de olivos y con vistas al deslumbrante embalse de Iznájar, Rute es mucho más que uno de esos coquetos pueblos con carácter sureño donde las fachadas encaladas resplandecen decoradas por balcones floridos, impregnadas de esencia rural.
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Porque resulta que, en él, y aunque cueste creerlo, los días transcurren con el aroma de sus anisados, polvorones y mantecados abrazando cada metro cuadrado de sus calles y plazuelas. Sus numerosas fábricas de dulces artesanos se complementan con la amplia oferta museística ligada a su gran tradición navideña, además de con los destilados que se producen en sus dominios. Con los villancicos acompañando de fondo arrancamos, pues, un recorrido por el casco antiguo ruteño en busca de la esencia de la Navidad.
NAVIDAD, DULCE NAVIDAD...
Iniciamos nuestro periplo con sabor a mazapán, alfajores y chocolate, porque el espíritu de la Navidad se vive intensamente en Rute gracias a su arraigada tradición repostera. Con más de un siglo de historia, la fábrica de Galleros Artesanos lleva endulzando el paladar de sus clientes desde hace nada menos que cuatro generaciones, por eso una visita a sus instalaciones es crucial para empaparnos de la tradición que la localidad mantiene con estas fiestas. Una visita permite conocer los entresijos de su histórico obrador en el que, en plena campaña navideña, se elaboran auténticas obras de arte. Pequeños bocados entre los que destacan clásicos como los hojaldres y piononos, los mantecados y turrones. Delicias que nos harán llevarnos más de una caja a casa.
Sin embargo, es su espectacular Belén de chocolate (belendechocolate.es), considerado el más grande de España, el que concentra todas las miradas: este año, además, celebra sus 25 años de historia, haciendo un repaso en sus más de 50 m2 —¡y con más de 1800 kilos de chocolate!—, a la evolución del propio belén ruteño desde sus orígenes. Admirar las múltiples escenas con atención resulta de lo más inspirador.
Pero no acaba aquí la ruta más navideña, en absoluto. La Flor de Rute (laflorderute.es) es otro de los obradores en cuyo corazón se da forma y sabor a algunos de los dulces más adorados de la temporada. Máquinas de última generación trabajan al unísono junto a las manos expertas de sus artesanos, que elaboran con esmero todo tipo de exquisiteces: durante los meses de campaña se producen en esta fábrica, ni más ni menos, que alrededor de 300 toneladas de dulces navideños. Un proyecto familiar que lleva desde 1965 alegrando los hogares con más de 30 deliciosos productos entre los que destaca, no hay duda, el polvorón tradicional, su gran tesoro.
BRINDAR CON LA COPITA DE ANÍS
Tanto mantecado y polvorón no sabría igual, claro, si no hubiera algún licor tradicional con el que acompañar. ¿Y qué hay más navideño que el vasito de anís? Bien saben de esto también en Rute, donde, por supuesto, tampoco faltan la destilería en las que elaboran uno de los más afamados de toda la región. Atraídos por el olor de la matalauva, entramos en Machaquito, una de las más antiguas, donde nos sorprende la espectacular leñera en la que se amontonan más de dos toneladas de madera de olivo. Al calor de sus calderas, conocemos el peculiar modo de elaboración de una de las bebidas más ligadas a la Navidad que es herencia, además, del pasado árabe de Rute, ya que los granos de anís se utilizaban en Al-Andalus para dulces, jarabes, y en remedios medicinales.
Contemplar cómo se continúa produciendo anís de la misma manera en la que lo hacían allá por 1860, cuando se fundó el negocio, utilizando alambiques de cobre y leña de olivo, es todo un espectáculo. Junto a la zona de elaboración, además, hay un museo dedicado a este arte, un espacio expositivo que no es el único relacionado con la Navidad en la localidad, que atesora un importante patrimonio industrial de siglos pasados transformado, en las últimas décadas, en museos gastronómicos. Otro de ellos es el Museo del Jamón, donde entre instrumentos y enseres de lo más variopintos podemos conocer los detalles de elaboración de esta delicatessen de la que, incluso el propio Miguel de Cervantes, no dudó en destacar sus bondades en sus obras La Gran Sultana Doña Catalina de Oviedo y El Casamiento Engañoso.
A solo unos pasos, en el Paseo del Fresno, otro más, el del anís, ocupa una antigua destilería con más de cien años de existencia, mientras que el vecino Museo del Azúcar invita a hacer un recorrido por la historia de los dulces navideños gracias a la reproducción de una vetusta industria familiar de mantecados.
EL BARRIO ALTO Y EL BAJO: UN PASEO POR RUTE
Entre tanto comer y beber, nada como estirar las piernas. Y, para ello, lo mejor es aprovechar que nos encontramos en uno de los pueblos con más encanto de la Subbética cordobesa para explorar su corazón. Acostada sobre la falda de la sierra, Rute fue disputada por cristianos y musulmanes hasta ser conquistada definitivamente en 1314, de ahí que se nos desvele con el color blanco típico de los pueblos andaluces con orígenes en tiempos de dominio árabe.
Sus pronunciadas cuestas marcan el camino hasta uno de los puntos más emblemáticos, el Chorreadero, que con sus 61 escalones en abanico une el Barrio Alto de la localidad, con el Barrio Bajo. Alcanzamos después una de las calles más señoriales, la del Pilar, en la que destacan edificios de corte regionalista como el Círculo de Rute, atribuido a la escuela de Aníbal González, pero también distinguidas casas tras cuyos muros aguardan tradicionales patios cordobeses, como el Patio con Duende, que entre macetas de colores y el murmullo de sus fuentes, conservan intactos la esencia aportada por el paso de los años. Muy cerca, otra parada más: la Parroquia de Santa María Mártir, una de las más importantes del pueblo, fue construida como abadía a finales del siglo XV y, tras ser destruida por completo en un terremoto en el siglo XVIII, levantada totalmente nueva.
Si aún quedan ganas de paseo, no hay más que hablar: el sendero del Pinar de Rute, que arranca en la zona recreativa de Fuente Alta, en las afueras del pueblo, es una ruta de 3,9 kilómetros que comienza bajo la torre almenara del Canuto, que domina el paisaje desde la cima del monte Hacho, y que transcurre entre pinos carrascos, encinas y cornicabras. Una oportunidad única para disfrutar de la observación de aves rapaces como el buitre leonado. Y un final épico con el que completar la perfecta escapada de Navidad.
