Antes de empezar, conviene hacer una breve puntualización geográfica. Bélgica se divide en tres regiones, y Flandes ocupa la mitad norte del país. Aunque Bruselas no forma parte de ella y solo la rodea, es a la vez la capital de Bélgica y de Flandes. Sí, parece complicado… ¡y lo es! Pero dejemos a un lado los tecnicismos políticos: lo importante para nuestro viaje es saber desde dónde empezar a recorrer Flandes, y la respuesta es clara: Bruselas.
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El viaje comienza volando a la capital belga, donde alquilamos un coche en el aeropuerto para escapar del ajetreo de la ciudad. A tan solo 25 kilómetros, nos espera una maravillosa combinación de naturaleza y patrimonio. En un radio de unos 20 kilómetros podremos recorrer castillos históricos, pasear por el jardín de rosas más grande de Europa y descubrir un tipo de cerveza muy particular llamada Lambik.
Desde el aeropuerto de Bruselas nos dirigimos a la pequeña ciudad de Halle, conocida principalmente por ser la cuna de François Servais, el virtuoso violonchelista belga considerado “el Paganini del violonchelo". Su antigua casa se ha transformado en el encantador hotel Villa Servais (villaservais.be), una base perfecta para nuestra escapada. El estilo palladiano de la villa, sus habitaciones decoradas con mobiliario clásico, los retratos familiares enmarcados en molduras doradas y la vajilla donde se sirve el desayuno nos transportan a otra época. En el salón noble, con su elegante chimenea de mármol, los fines de semana se celebran conciertos de música clásica en directo, haciendo que la atmósfera del clasicismo cobre vida ante nuestros ojos.
CASTILLOS Y JARDINES
A 20 kilómetros de Halle se encuentra el castillo de Gaasbeek (kasteelvangaasbeek.be). Construido en 1236 como fortaleza defensiva, posteriormente se transformó en un lujoso lugar de descanso para la nobleza. Hoy funciona como museo y conserva un mobiliario de varias épocas en un estado impecable, que realza la impresionante colección de cuadros, esculturas, tapices, orfebrería y joyas reunidas por la acaudalada familia italiana Arconati, propietaria del castillo desde finales del siglo XVII.
El castillo no solo destaca por su rica colección de arte sino también por su entorno. Y es que se encuentra en medio de un oasis de verdor. El parque del castillo, de 49 hectáreas, es un lugar de ensueño para relajarse paseando por sus senderos.
Después de esta visita de lujo, nos espera un bonito recorrido ondulado con parada en el pueblecito Sint Pieters Leeuw, donde se encuentra el castillo Coloma, una peculiar mansión construida en el siglo XVI, que debe su nombre a Charles de Coloma, chambelán de la emperatriz María Teresa de Austria, descendiente de una familia catalana que se trasladó a los Países Bajos en 1577, convirtiéndose en propietario del castillo en 1750 al casarse con la baronesa Eugenia Roose.
El castillo funciona ahora como centro cultural, pero lo importante de ver en el conjunto histórico del Domein Coloma es su gigantesco jardín, que abarca 15 hectáreas, convertido en un espacio temático de la familia de las rosáceas. Allí se cultivan, cuidan y miman nada menos que 3000 variedades de rosales.
Una pequeña torre –chalé, en catalán- alberga el Museo de la Rosa, donde se puede ver la historia de las rosas en un magnífico audiovisual titulado La rosa y los sentidos.
A 10 kilómetros del jardín de rosas de Coloma se impone la estampa medieval del castillo de Beersel, construido en el siglo XIV y del que solamente permanece el armazón de sus muros de piedra, hierro y ladrillo, rodeado por un foso de agua en el que se refleja la majestuosidad de su ruina. El interior está vacío, pero al recorrer las solitarias estancias tenemos la sensación de retornar a la Edad Media, incrementada por la presencia de un reconstruido potro de tortura que ocupa una estancia fatal y único testigo de aquella época.
LAS CERVECERÍAS
La cultura cervecera belga está profundamente arraigada y constituye una parte significativa del patrimonio flamenco. La elaboración de cerveza ha sido impulsada durante siglos por familias, agricultores ¡e incluso monjes!, dando lugar a una amplia gama de estilos de cerveza autóctonos. La diversidad es inmensa, de modo que cualquiera puede descubrir cervezas de su agrado, aunque tenga que emplearse en probar cientos de ellas.
Junto al castillo de Beersel llama la atención un cartel: Brouwerij Oud Beersel (oudbeersel.com), que tiene el mismo nombre que el castillo que acabamos de visitar, y que se trata de una cervecería (brouwerij) donde fabrican una peculiar cerveza a la que denominan lámbica.
La lambic es un tipo de cerveza de trigo, sin gas, fermentada con levadura aerotransportada y envejecida en barricas de madera, que se elabora en la zona desde 1882. Tradicionalmente, las lambic jóvenes se mezclan con las viejas para que 'refermenten' en botella hasta obtener una espumosa materia prima. Es una cerveza rara, en el sentido de que no se parece a ninguna otra, pero que diríamos goza de la calificación de ‘especialidad tradicional garantizada’. Para algunos es la estrella de las cervezas ácidas, elogiada por expertos cerveceros de todo el mundo.
Proseguimos hasta la cervecería vecina, 3Fonteinen (3fonteinen.be), dispuestos a seguir aprendiendo sobre el clásico líquido amarillo. Aquí también elaboran lambic. La probamos y nos vamos acostumbrando a su sabor y matices, aunque un maestro cervecero nos explica que cada lambic es distinta: “Es una cerveza natural y espontánea, no se puede controlar, condicionar ni encasillar. La razón es clara: es la propia madre naturaleza cumpliendo sus órdenes. Suceden tantas cosas durante la elaboración, la maduración y el almacenamiento que nosotros, como cerveceros, escapamos al control absoluto. Nuestra tarea es simplemente dejar que suceda. Por lo tanto, no hay dos cosechas ni dos años iguales".
EL PLATO TÍPICO
Cuando el rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico viajó de Flandes a la península ibérica en 1517 para asumir los asuntos de los reinos de Castilla y Aragón se detuvo en la localidad de Halle (la ciudad donde nos alojamos) para agradecerle a la Virgen Negra por su elección. Así que tenemos una razón histórica para visitar la basílica de San Martín, que está en plena Grote Markt, la plaza mayor de Halle. Y después de la visita, no tenemos que dejar de probar el plato típico de la región –Vispannetje– en el restaurante ‘T Soethuys (tsoethuys.be), que consiste en un peculiar guiso con los siguientes ingredientes: lomos de salmón, puerros, zanahorias, bechamel y queso rallado… Es difícil elaborarlo en casa, así que mejor probarlo in situ, en Halle.
