Valdeprados es un hermoso pueblo del que pocos han oído hablar, incluso en Segovia, que es donde está, a 25 kilómetros al suroeste de la capital, en la falda de la sierra de la Mujer Muerta. Se encuentra en un entorno salpicado de prados, trigales, alamedas y aguas que bajan bullidoras de las montañas. Y tiene uno de los caseríos mejor conservados de la provincia, con viviendas tradicionales de piedra, una iglesia de estilo herreriano –la de Santa Eulalia de Mérida– y, lo más vistoso de todo, una torre medieval, la de los Condes de Puñonrostro o del Caballo Moreno, de cuatro pisos y con balcones amatacanados, en lo más alto de la cual, un corcel negro galopa con el viento en forma de veleta.
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El pueblo de Valdeprados tiene también una bonita leyenda que explica por qué los Puñonrostro aparecieron por aquí y levantaron esta torre. Dice la leyenda que el señor de Puñonrostro se batió en duelo en nombre de Enrique IV y que este, agradecidísimo, le regaló un espléndido caballo negro con herraduras de oro y le prometió darle pleno dominio sobre las tierras donde el corcel se detuviese tras galopar a su albedrío. Desde el Alcázar de Segovia, donde el rey gobernaba Castilla, el cuadrúpedo corrió hacia el suroeste, siguiendo la falda de la sierra de la Mujer Muerta, y al llegar a Valdeprados cayó rendido. Suerte que no corrió un kilómetro más, porque se hubiera precipitado al cañón de la Risca y las aguas rugidoras del río Moros hubieran acabado con la promesa del soberano.
DE VALDEPRADOS AL CAÑÓN DE LA RISCA
Cerca de la torre del Caballo Moreno, junto a un antiguo potro de herrar que hay en la calle Camino de las Minas, descubrimos un panel informativo que nos ilustra sobre la ruta de la Risca. Al principio es una pista asfaltada que lleva de Valdeprados a la finca de Navasotero, luego se transforma en otra de tierra que rodea dicha propiedad y enseguida se adentra en una chopera que el otoño pinta del color de la miel y que convierte en un dulce suspiro, de no más de un cuarto de hora, el camino hasta la orilla del río Moros. Aquí hay un puente que no cruzamos y hay una portezuela peatonal giratoria que franqueamos para seguir una senda que gana altura por la cada vez más escarpada margen derecha.
De la amarillenta y frágil roca caliza, pasamos súbitamente al grisáceo y duro gneis en que está labrado el cañón de la Risca. Del río manso entre alamedas al Moros bravo que corre encajonado entre paredones de 40 metros, sin más compañía que alguna encina equilibrista, las dueñas del cielo –águilas imperiales, milanos reales y aviones roqueros– y el atónito senderista que observa todo desde un mirador. La Risca es deslumbrante y atronadora como un rayo, y también muy breve. Tan rápido como se cerró, el valle vuelve a abrirse a la llanura segoviana, donde nos topamos con un molino en ruinas, el del tío Jacinto, y como a una hora del inicio, con la aldea fantasmal de Guijasalbas, una pedanía de Valdeprados donde a mediados del siglo XX vivían 104 vecinos y hoy ninguno. Como está vallada –forma parte de una explotación ganadera– y no se puede visitar, no queda otra que dar media vuelta y volver por el mismo camino. En total, son seis kilómetros y un par horas de sencillo paseo.
OTERO DE HERREROS, ORTIGOSA DEL MONTE Y LA LOSA
El vecino pueblo de Otero de Herreros no puede presumir de leyenda, como Valdeprados, pero sí de pasado literario, porque sale en el Libro de buen amor, de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita. De aquel Ferreros del siglo XIV quedan unos pocos restos románicos en el templo parroquial y las muchas escorias que salpican el paraje del Quejigal, una selva de quejigos, encinas y arces que ahora, en otoño, es cuando más bella está. También merece un paseo otoñal la ermita de la Virgen de la Adrada, que se alza desde el siglo XV en el vallejo del río Herreros, rodeada de álamos y nogales.
Nuestra ruta continúa acercándonos en coche a Ortigosa del Monte –donde hay que dar una vuelta a pie por su Berrocal, serpenteando entre bolos graníticos colosales, que parecen caídos del cielo– y después a La Losa –atención a su iglesia de estilo gótico florido–, para enseguida girar a la izquierda buscando el palacio real de Riofrío.
SENDERISMO EN EL BOSQUE DE RIOFRÍO
A tres kilómetros de La Losa se erige el palacio rosa de Riofrío, aquel que Isabel de Farnesio, viuda ya de Felipe V, se hizo construir para perder de vista La Granja de San Ildefonso y a su hijastro Fernando VI. Pero más que el palacio en sí, lo que nos atrae es la posibilidad de pasear a su alrededor siguiendo la senda del Mirador, una ruta circular de 1,5 kilómetros y media hora de duración que arranca en el mirador de la fachada norte del edificio y lo rodea dando una vuelta por el monte en el sentido de las agujas del reloj.
De las 102 especies de animales que viven en este bosque cercado de 640 hectáreas, ciervos y gamos son las que se dejan observar con mayor facilidad, abstraídas como están devorando sin parar el dulce fruto otoñal de las encinas. Esto lo hacen a una distancia tan corta de los humanos que, francamente, cuesta entender cómo pudieron nunca los reyes abatir en honesta lid cinegética a estas criaturas, como no fuera mirando por el lado gordo del catalejo. Información detallada de todo lo anterior –el palacio de Riofrío, el bosque y la senda del Mirador–, en patrimonionacional.es.
SOTO DE REVENGA: FRESNOS, VISTAS Y OTRA LEYENDA
Al salir en coche del bosque de Riofrío por el extremo contrario, por la puerta de Hontoria, hay que desviarse a la derecha, hacia Segovia, luego, otra vez a la misma mano, hacia Navas de Riofrío, y por fin a la izquierda, hacia La Granja, para atravesar el precioso soto de Revenga. Conduciendo por este un par de kilómetros, se descubre la ermita románica de Santa Marta. Su portada abierta al sur y decorada con rosetas es un lugar idóneo para recostarse al tibio sol de diciembre y contemplar, por sobre el ramaje casi desnudo de los fresnos seculares, el más hermoso perfil de la Mujer Muerta.
También es un óptimo lugar para recordar la leyenda de la Mujer Muerta. Dice esta que cuando Hércules vino a fundar la ciudad de Segovia, lo acompañó Apolo, el cual dio en enamorarse de una princesa serrana a la que su padre, el posesivo y brutal rey de estas montañas, prefirió estrangular con sus manos antes que verla acariciada por las del dios. Y allí fue que Apolo, para no olvidarla nunca, pidió al forzudo Hércules que tallara la figura de la difunta en la cresta de esta estribación segoviana del Guadarrama. Tal es el origen legendario de la sierra de la Mujer Muerta, que se nos aparecerá de cuerpo entero, “fantasmal y precisa al mismo tiempo”–como escribió Cela–, en el último momento, después de haber recorrido la media docena de pueblos que velan a sus pies. Pronto, las primeras nieves la envolverán en un fino sudario y el parecido con una dama amortajada será total.
COMER BIEN Y DORMIR MEJOR
Taberna Tomasa (tel. 609 96 48 47), en Valdeprados, era una tienda de antigüedades y ahora es un pequeño restaurante encantador de cocina casera, donde bordan las migas extremeñas y las croquetas. Para recuperar fuerzas, los senderistas se comen un cocido, unas alubias con sacramentos, una lengua estofada o una oreja guisada. Los dueños –Victoria Cubo, decoradora, y Ricardo Yanguas, restaurador– lo tienen muy mono y organizan de vez en cuando noches de jazz y boleros en directo. Para comer igual de bien, hay que ir a Segovia capital –que tampoco está lejos: a 20 minutos– y elegir entre los excelentes mariscos de San Marcos (sanmarcosrestaurante.com) o los asados en horno de leña con vistas al acueducto de Maribel (restaurantemaribel.es).
A cinco minutos de Valdeprados, en una magnífica finca de 100 hectáreas poblada por viejas encinas, gamos, ciervos, ovejas y aves mil, se encuentra el Hotel Caserío Aldeallana (hotelcaserioaldeallana.com), un alojamiento agrochic decorado con piezas únicas de los dueños –la familia Pérez-Durias Ureta– y el gusto clásico y refinado de la interiorista Isabel López-Quesada. En otra hermosa finca a los pies de la sierra, de 450 hectáreas de cereales, está el Hotel Rural Costa del Trigo (costadeltrigo.es).
