Más de 400 kilómetros de litoral, playas aún desiertas, gastronomía mediterránea con alma balcánica y una sorprendente riqueza histórica aguardan en este rincón del planeta a que lo exploremos. La costa albanesa quizás ha dejado de ser un secreto para los más viajeros, pero aún sorprende (y mucho) a la gran mayoría de visitantes. Te llevamos de norte a sur por uno de los últimos paraísos del Mediterráneo. “El Caribe europeo”, le llaman algunos. Y no pueden tener más razón.
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Kepi i Rodonit: arrancamos en el norte
Ponemos el foco en el norte de Albania, allí donde el Adriático despliega toda su belleza y esplendor: a la hora de definir los azules que colorean esta parte de la costa albanesa, la cosa se pone difícil, pues los cientos de tonalidades son todo un espectáculo. Así, plantamos la toalla en las finas arenas de una de las zonas costeras más emblemáticas de este lado del país: hasta sus aguas llegan las colinas vecinas, como si se derritieran fundiéndose con el litoral. A un lado y a otro, antiguos búnkeres ya olvidados y alguna que otra vieja iglesia que añade al paisaje cierto aire bucólico. Si tenemos que elegir una playa en concreto, nos quedamos con la de Lalzit, una de las preferidas por los locales.
Dürres, vida urbanita a pie de playa
Continuamos la ruta hacia el sur, y hacemos parada en la segunda ciudad más grande de Albania después de su capital. A solo 35 kilómetros de esta, Dürres se presenta como la puerta marítima del país y uno de sus enclaves más vibrantes. ¿La razón? Para empezar, su historia, pues fue fundada hace nada menos que hace 2.600 años. Testigo de aquellos tiempos es su esplendoroso anfiteatro romano, uno de los de mayor tamaño de todos los Balcanes. Después, nos entregaremos al deleite vacacional en las doradas arenas de sus playas: no en vano, estas se extienden a lo largo de diez kilómetros. Refrescantes baños en sus concurridas aguas, largas horas de vuelta y vuelta bajo el sol, y al atardecer, un agradable recorrido por su paseo marítimo para mezclarnos con el ambiente local y disfrutar de un buen banquete a base de pescado fresco, marisco y vino albanés. ¡Salud!
Parque Nacional Divjakë-Karavasta, maravillosa biodiversidad
Los amantes de la ornitología están de suerte. Porque sin dejar aún atrás el Adriático, hacemos ahora parada en uno de esos enclaves naturales por los que merece la pena venir a Albania ataviados con unos buenos prismáticos —y mucha paciencia—. Nos centramos en los datos: en este parque nacional habitan más de 228 especies de aves, incluido el 5% de la población mundial del pelícano dálmata —Pelecanos crisups, para ser más exactos—. Una de las principales razones es la laguna de Karavasta, una de las mayores de todo el Mediterráneo, que se halla separada del mar por una fina franja de arena, lo que provoca que se cree un hábitat muy especial de agua salobre y humedales.
Existen numerosos senderos que permiten realizar caminatas por ellos, así como una torre de observación de 36 metros de altura perfecta para contemplar la vida salvaje desde la distancia. Y, porque todo esfuerzo tiene su recompensa, 15 kilómetros de playa semivirgen, la de Divjakë, aguardan al acabar la ruta para disfrutar de las frescas aguas adriáticas y descansar.
Vlorë, bienvenidos al Caribe albanés
Y llegó el momento en el que las aguas del Adriático y del Jónico se funden. Y lo hacen frente a la costa de esta enigmática ciudad en cuyos dominios, lo mismo nos topamos con calas semidesiertas en las que olvidarnos del mundo, que con abarrotadas playas urbanas conquistadas por hamacas y sombrillas. Sea como sea, Vlorë es un punto perfecto para iniciarnos en la ruta por la zona denominada como Riviera Albanesa: a partir de ahora será menester llevar con nosotros unas buenas cangrejeras para bañarnos en el mar, ya que las finas arenas comienzan a ser sustituidas por piedrecitas. El agua, eso sí, igualmente transparente, limpia y refrescante. Entre remojón y remojón, no podremos olvidarnos de dejar tiempo para las visitas más culturales: visitar la Plaza de la Independencia o la mezquita Muradie, obra del conocido arquitecto otomano Mimar Sinan, bien merecerá la pena, antes de acabar la tarde recorriendo su popular Lungomare, un paseo marítimo de lo más ambientado.
Península de Karaburun, un oasis por descubrir
Podremos contratar una excursión desde la misma ciudad de Vlorë, o mucho mejor: acercarnos hasta el puertito pesquero de Radhimë, donde negociar con algún pescador local que nos acerque hasta cualquiera de las remotas calas de la península de Karaburun, que alberga el Parque Nacional Marino Karaburun-Sazan. Entre abruptos acantilados y un mar de mil tonos de azules se halla esta joya natural albanesa de casi 12.500 hectáreas: el único parque marino del país, que está, además, protegido del turismo masivo. Por eso, llegar no es sencillo, pero sí es posible encontrar algún que otro rincón con restaurante local donde poder pasar el día tumbado al sol y disfrutar un rico almuerzo mediterráneo a base de pescado fresco. La biodiversidad que acoge este territorio, tanto terrestre como marina, es de lo más interesante, y sus fondos marinos, plagados de praderas de Posidonia oceánica, arrecifes coralinos y restos de naufragios históricos, son el sueño de todo amante del buceo el esnórquel.
Himarë, autenticidad y belleza frente al mar
Puede que utilizar la palabra 'paraíso' para hablar de lugares que destacan por su belleza excepcional y su ubicación inigualable esté más que explotado, pero no se nos ocurre mejor definición para lo que Himarë significa. Y no solo nos referimos a su singular pueblito frente a la costa jónica, cada vez más visitada por el turismo tanto nacional, como internacional, sino también a la inmensa cantidad de calitas remotas y coquetas playas que se reparten por su territorio. Así que, sí: habrá que dedicar media jornada a explorar su casco histórico y su castillo, pero después... Después, deberemos dejarnos llevar por la calma y la quietud, el balanceo de las olas y el placer del dolce far niente, mientras disfrutamos a lo grande de la paz de sus increíbles rincones. Con el bañador puesto y la toalla al hombro, nos deleitaremos con la calma de Porto Palermo y las cristalinas aguas de la playa de Gjipe; la fascinante y diminuta cala de Jale o cualquiera de las pequeñas extensiones de arena a las que solo se puede acceder en barco: existen empresas que trasladan a quienes así lo desean hasta esos inaccesibles tesoros costeros, y al atardecer vuelven a recogerles. ¿Se puede pedir más?
Ksamil, donde el verano estalla
La cosa cambia al llegar a esta animada ciudad-balneario situada frente a las costas de Corfú, en pleno Parque Nacional de Butrinto, y uno de los destinos vacacionales favoritos de los propios albaneses: aquí, lo complicado, será conseguir un hueco para plantar la toalla. La música suena a cada paso por las calas y playas de Ksamil, donde desde hace años proliferan los chiringuitos y restaurantes en primera línea. Negocios que cuentan con plataformas de madera sobre el agua sobre las que descansan decenas de hamacas y sombrillas de alquiler. Frente a ellas, una de las razones por las que este destino es tan popular: tres pequeñas islitas a las que los bañistas pueden llegar a nado desde la orilla. Además, estamos en el extremo sur de la afamada Riviera albanesa, donde la esencia de la cultura griega se siente más presente. Y no solo en el dialecto, que recibe claras influencias, sino también en el modo de vida y en la gastronomía: no será raro toparse con propuestas como ensaladas con pepino, tomate y feta, musaka o gyros. Un lugar de lo más peculiar que no puede faltar en la lista.
Complejo Arqueológico de Butrinto, un viaje al pasado
Escasos cinco kilómetros separan el corazón de Ksamil, con su animado ambiente y sus abarrotadas playas, de la calma y tranquilidad de este complejo arqueológico ubicado casi en la frontera con Grecia. Butrinto fue una de las ciudades portuarias mediterráneas más importantes de la Antigüedad, declarada, desde 1992, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Recorrer el complejo es viajar al pasado siendo partícipes de todas esas civilizaciones que por aquí pasaron, desde helenos a romanos, pasando por bizantinos, venecianos y otomanos. Tras permanecer durante varios siglos absolutamente abandonado, la Misión Italiana, capitaneada por el arqueólogo Luigi Maria Uglioni, se puso al mando de su recuperación. En la visita quedaremos maravillados con los restos de su antiguo teatro griego —retocado, posteriormente, por los romanos—, que llegó a tener capacidad para 1.500 personas, por las increíbles ruinas del templo dedicado a Asclepio, por el baptisterio de época bizantina o por la imponente Gran Basílica. Tras atravesar la mítica Puerta del León y llegar a lo más alto de la colina, será hora de regresar habiendo puesto un incomparable final a esta ruta costera por Albania.