Desde hace años se sabía que Sarah Ferguson había mantenido vínculos con Jeffrey Epstein, e incluso que había recibido ayuda económica por parte del magnate. Lo que no se había probado con tanta claridad era el grado de cercanía y complicidad entre ambos. Eso ha cambiado con la reciente filtración de correos electrónicos privados, publicada por el Daily Mail, en los que la duquesa de York se refiere a Epstein como “amigo fiel, generoso y supremo” y se disculpa por haberse visto obligada a repudiarlo públicamente. Los correos no solo revelan una relación mucho más estrecha de lo que se había admitido hasta ahora; también exponen cómo Ferguson ha moldeado sus convicciones éticas en función de intereses económicos y reputacionales. En uno de los mensajes, la mujer del príncipe Andrés argumenta que su decisión de cortar públicamente los lazos con Epstein no fue moral, sino estratégica: temía perder sus contratos editoriales para escribir libros infantiles. Las consecuencias no han tardado en llegar. Hasta seis organizaciones benéficas —algunas de ellas dedicadas a la infancia— han roto sus vínculos con ella. El panorama no parece el mejor para la duquesa, pero cabe preguntarse si este nuevo escándalo puede afectar de algún modo a sus hijas, las princesas Eugenia y Beatriz.
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Aunque crecieron como princesas de cuna y participaron en compromisos públicos familiares como el Trooping the Colour o las Navidades en Sandringham, el futuro de las York dentro de la Casa Real británica nunca estuvo asegurado. A pesar de los constantes intentos del príncipe Andrés por garantizarles un papel institucional, fue precisamente su caída lo que terminó por desvincularlas de la estructura oficial de la monarquía. Sin embargo, tanto Beatriz como Eugenia han trazado caminos profesionales que resultan interesantes para la propia institución, y tanto Isabel II como Carlos III —e incluso el príncipe Guillermo— han dejado claro que ellas no deben verse afectadas por los escándalos de sus padres.
La princesa Beatriz estudió Historia del Arte en Goldsmiths, Universidad de Londres, y ha trabajado en varias multinacionales hasta alcanzar su actual puesto como vicepresidenta de Afiniti, una empresa con sede en Washington especializada en inteligencia artificial aplicada a la atención al cliente. Con el reinado de Carlos III, Beatriz ha estrechado sus vínculos con el mundo árabe a través de iniciativas centradas en sostenibilidad y tecnología. En 2025 fue nombrada copresidenta de un programa sobre soluciones climáticas junto a la reina Rania de Jordania, bajo el auspicio del Foro Económico Mundial. Además, ha asistido a eventos como la Exposición Internacional del Petróleo en Abu Dabi o la boda del príncipe heredero Hussein de Jordania, posicionándose como una figura activa en diplomacia y cooperación global.
Aunque no tiene implicación oficial, sus movimientos han sido interpretados como una extensión del interés británico por fortalecer lazos internacionales. Al no tener funciones de Estado, puede abordar determinados asuntos sin representar posturas gubernamentales. Lo mismo ocurre con la princesa Eugenia, que vive entre Portugal y el Reino Unido, y ha realizado varias visitas a Catar como directora artística de la galería Hauser & Wirth. Eugenia se ha convertido en una especie de embajadora cultural, además de participar en iniciativas filantrópicas relacionadas con la conservación de los océanos, una causa muy cercana a su tío, Carlos III, posiblemente uno de los primeros royals en hablar públicamente de medio ambiente ya en el siglo pasado.
Herederas de un legado complejo
Eugenia y Beatriz de York son las herederas de un legado complejo, y por eso sus movimientos generan preguntas. Sin embargo, hasta ahora no han cometido tropiezos y han sabido lidiar con sus circunstancias. Cuando en 2001 se tomó la famosa foto de Epstein y el príncipe Andrés paseando por Central Park, Beatriz tenía 13 años y Eugenia 11. Han crecido con todo esto, igual que han crecido con la imposibilidad de coincidir en el mismo espacio con su madre y su abuelo paterno, ya que el duque de Edimburgo se negó a estar bajo el mismo techo que Sarah Ferguson tras los escándalos del divorcio. También han presenciado polémicas relacionadas con el dinero: desde las grabaciones comprometedoras de su madre hasta los problemas con el chalet en Suiza. Y siempre han sobrevivido. Han tomado su propio camino, son queridas por la familia, y tanto en la era de Isabel II como en la de Carlos III, la institución las ha mantenido al margen de los errores de sus padres.
Si algo ha quedado claro en el reinado de Carlos III es que no hay lugar para el actual duque de York, a pesar de sus intentos por mantenerse en la esfera pública, aunque sea a título familiar. Hace solo unos días, para incomodidad del príncipe Guillermo a juzgar por su expresión, reapareció en el funeral de la duquesa de Kent, acompañado por Sarah Ferguson, su exmujer, su mejor amiga y también su compañera de casa, ya que ambos residen oficialmente en el Royal Lodge de Windsor, una propiedad de la Corona que refleja un estatus muy superior al que ahora ostenta. Está totalmente apartado de la vida pública, pero Carlos III no ha conseguido que desalojen la residencia.
El caso Epstein sigue siendo uno de los más turbios y enrevesados de las últimas décadas, no solo por la gravedad de los delitos, sino por la red de relaciones que lo rodea. La carta de Sarah Ferguson, con su tono sorprendentemente afectuoso, no hace sino añadir más capas a una historia donde cada revelación parece abrir nuevas preguntas. Quizá haya demasiados intereses en juego, demasiadas reputaciones que proteger, y por eso —más allá de lo que se diga o se filtre— la verdad completa parece nunca llegar del todo. Más aún cuando dos de las figuras clave para esclarecerla, Jeffrey Epstein y Virginia Giuffre, una de las víctimas más combativas, ya no están vivos.