Carlos III celebra este 14 de noviembre su 77º cumpleaños tras más de tres años en el trono. El eterno príncipe de Gales asumió la Corona en un Reino Unido marcado por las secuelas del Brexit, la inestabilidad política y las tensiones territoriales, mientras la Commonwealth replantea sus vínculos con la monarquía. A todo ello se sumó la obligación de ejercer como jefe de su propia casa y la noticia de su enfermedad, un desafío que no le ha impedido demostrar que no es un rey de transición, sino un monarca decidido a dejar huella en la historia. Este cumpleaños llega además con un matiz muy concreto: es el primero en el que Carlos III se siente liberado de una vieja carga. El príncipe Andrés -ahora Andrés Mountbatten-Windsor- no fue solo un problema de los últimos años, sino la espina que arrastraban desde los inicios, cuando competían y no en igualdad de condiciones, por la atención pública y la aprobación de sus padres, Isabel II y el duque de Edimburgo. Si el 2023 fue el año de su Coronación y el 2024 el de su lucha contra el cáncer, este 2025 ha sido para Carlos III el año de reafirmar su autoridad familiar.
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Los recientes acontecimientos en torno a Andrés -la retirada de sus títulos y la orden de abandonar Royal Lodge- han puesto de manifiesto que las decisiones que Isabel II evitó tomar en 2019 terminaron convirtiéndose en un problema heredado por Carlos III. Entonces, cuando la vinculación de su hijo favorito con Jeffrey Epstein ya estaba dañando la imagen de la monarquía, la reina optó por la prudencia y no dio el paso definitivo. Esa falta de resolución dejó abierta una herida que, años después, el nuevo soberano se ha visto obligado a cerrar con firmeza.
La publicación de correos electrónicos entre Andrés y Epstein, el magnate y delincuente sexual fallecido en prisión en 2019, fue la gota que colmó el vaso y precipitó la decisión. Carlos III, consciente de que su autoridad se resentía cada vez que pedía a su hermano que aceptara una residencia más modesta y este se negaba, decidió dar un golpe de efecto completo: retirarle el título de príncipe, el tratamiento de Alteza Real y forzar su salida de Royal Lodge. Con ello, el monarca no solo recupera el control sobre su propia casa, sino que envía un mensaje claro de que su reinado no tolera privilegios que comprometan la credibilidad de la institución. Pero la cosa no termina aquí, ya que, de alguna forma, el rey ha cerrado un episodio que arrastraba desde hace tiempo.
Carlos y Andrés se llevan 12 años de diferencia, así que nada hacía presagiar que la suya iba a ser una relación de rivalidad, pero así resultó. Mientras el heredero al trono cargaba con el peso de las expectativas y era cuestionado por su carácter reservado y su dificultad para conectar con la opinión pública, Andrés brillaba en su carrera militar y se ganaba titulares como héroe de guerra o pieza imprescindible para el buen funcionamiento de las empresas británicas en el exterior. Esa diferencia de proyección alimentó la comparación constante: el príncipe de Gales aparecía como serio, distante y a la espera, mientras su hermano menor encarnaba dinamismo, popularidad y utilidad. Esa espina, la de verse eclipsado por su hermano pequeño, todavía se clavó más en las costillas del antiguo príncipe de Gales cuando apareció la princesa Diana para poner en evidencia que la historia se repetía: todos estaban dispuestos a hacerle sombra al futuro rey.
La autoridad sobre su familia, inseparable de la jerarquía real, era precisamente el asunto que se le había resistido hasta ahora a Carlos III en una casa donde también sus hijos, los príncipes Guillermo y Harry, habían comenzado a tomar sus propias decisiones. Durante décadas, el eterno heredero convivió con la sombra de un hermano protegido por su madre y blindado frente a las críticas, lo que debilitaba su capacidad de imponer disciplina. Hoy, sin embargo, el panorama ha cambiado: la retirada de títulos y honores a Andrés y su expulsión de Royal Lodge han marcado un golpe de autoridad sin precedentes.
Con el príncipe Harry, en cambio, el panorama es más misterioso, aunque sus casos tampoco se pueden comparar, por mucho que durante un tiempo a la institución le interesó meterlo en el mismo saco que al antiguo príncipe Andrés. Quizá sea pronto para analizar las decisiones tomadas por Carlos III con respecto a Harry en este último año, sin embargo, pero los movimientos apunan a una tregua tácita: tras años de enfrentamientos públicos, el duque de Sussex no ha protagonizado nuevos gestos de ruptura y se mantiene en un silencio que, más que reconciliación, supone un reconocimiento implícito de la autoridad paterna. Dos caminos distintos —la sanción drástica y la disciplina silenciosa— que reflejan cómo Carlos III ha logrado imponer su mando en la familia Windsor.
