Psicología

Isabel Rojas Estapé, psicóloga: “Un niño al que desde muy pequeño se le han inculcado muchos miedos, a lo largo de la vida va a ser un sufridor nato”


Asegura que es necesario explicar a los niños cómo funciona su cerebro y por qué aparecen sus emociones para que puedan aprender a gestionarlas


Isabel Rojas Estapé, psicóloga© Carlos Ruiz B.k.
12 de diciembre de 2025 - 10:18 CET

Cuando la psicóloga Isabel Rojas Estapé nos recibe en el hall de su consulta, en el prestigioso Instituto Rojas-Estapé, llega como una bocanada de aire fresco. Es de esas personas que, nada más verlas, desprenden luz. Tan solo con saludar, queda claro que es enérgica, vital, de paso firme, decidido, y eso a pesar de encontrarse en avanzado estado de gestación y nada menos que de su cuarta hija. A simple vista, no parece que el cansancio haga mella en ella. 

Para ti que te gusta

Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!

Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.

Este contenido es solo para suscriptores.

Suscríbete ahora para seguir leyendo.

TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE CADA MES POR ESTAR REGISTRADO.

Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.

Esa misma luz y energía quedan impregnadas en sus libros, una saga de cuentos infantiles llamada La neurona exploradora en la que explica con asombrosa sencillez a los niños cómo funciona su cerebro y cómo surgen sus diferentes emociones. El último de ellos es Tengo un nudo en la tripa (Ed. Timun Mas Infantil), con el que les ayuda a entender por qué tienen miedo ante determinadas situaciones, como cuando se quedan solos en su habitación a oscuras antes de ir a dormir. Entender qué ocurre en el cerebro, nos dice, es esencial para saber afrontar esos miedos y evitar que crezcan.

Sobre eso, sobre el cerebro infantil y su funcionamiento, hemos hablado con Isabel, cuyo conocimiento sobre el mundo emocional y las conductas humanas lo ha absorbido desde pequeña. Hija, nieta y hermana de reconocidos psiquiatras (su padre es el Dr. Enrique Rojas y una de sus hermanas es Marian Rojas Estapé), se maneja en el conocimiento de la psique como pez en el agua. Y la charla que hemos mantenido con ella acerca de las emociones de los niños, y en concreto del miedo infantil, es buena prueba de ello.

Todos los seres humanos tenemos miedo y es bueno que tengamos miedo. Otra cosa es que ese miedo llegue a tales extremos que nos paralice.

Isabel Rojas Estapé, psicóloga

Hay una etapa en la infancia en la que parece que de repente los niños empiezan a tener más miedos. ¿Por qué ocurre?

Cuando un niño nace, toda su vida depende, sobre todo, de sus padres, del vínculo afectivo primario: sus padres, sus profesores... las personas con las que está. A medida que ese niño se va separando de sus padres, es cuando empieza a ser conocedor de que él es un ser unitario. Y ese separarse de los padres, junto con el desarrollo neuronal, la creatividad, la imaginación, los cuentos..., hace que empiece a ver cosas que le dan más miedo: un lobo feroz al principio, los monstruos después... 

Luego, cuando es un poco más mayor, empieza el tema de los perros y de los animales. Lo que sí que se ha visto es que, sobre todo entre los dos y los nueve años, la oscuridad y todo lo que genera la oscuridad (las formas, las figuras..) siempre generan un cierto miedo.  

No hay un momento determinado en el que el niño empiece a tener más miedo, pero sí hay cosas, como la separación con los padres, el desarrollo neuronal, la imaginación, la creatividad, la individualización como niños... que hacen que vayan empezando a tener más miedos. Esto, unido a las historias, a los cuentos, a lo que les dicen, hace que vayan creando mundos paralelos.

¿Qué pueden hacer los padres para amortiguar esos miedos y evitar que vayan a más?

Lo primero que tenemos que saber es que el miedo es una emoción básica, y es una emoción que tiene una función adaptativa. Es decir, todos los seres humanos tenemos miedo y es bueno que tengamos miedo. Otra cosa es que ese miedo llegue a tales extremos que nos paralice, que nos haga evitar situaciones que nos cambie nuestra forma de ser o de estar. Y eso es lo que realmente tenemos que aprender a gestionar con nuestros hijos.

Un niño al que desde muy pequeño se le han inculcado muchos miedos (“cuidado, no cruces la calle”, “cuidado, no utilices esto”, “no hables con desconocidos” “¡mira qué horror estos bichos!”, “¡es que vas a coger una enfermedad!”…), es un niño que a lo largo de la vida va a ser, el pobrecito, un sufridor nato.

Hay un punto en el que hay que saber enseñarle al niño a detectar el miedo, a saber encajarlo, para luego poder gestionarlo. La realidad, insisto, es que ese miedo tiene una función adaptativa y tiene una función de protección. Es decir, el miedo, sobre todo en los mayores, nos ayuda a saber que algo va a pasar o que puede pasar algo malo que nos pone en guardia, pero, claro, estar en guardia constantemente es vivir en un sufrimiento brutal. Y yo siempre digo que esto es la antesala de estar luego siempre híper alerta, de esta forma de vivir en tensión, en ansiedad, que vivimos los seres humanos a día de hoy.

De hecho, los libros nacen un poco por eso; es decir, como estamos intoxicados de cortisol (de esto habla mucho mi hermana Marian), ¿cómo podemos no vivir intoxicados de cortisol con 40, 50 ó 60 años? Empezando a gestionar el miedo desde que somos pequeños.

Es, insisto, una función adaptativa con esa función de protección, pero hay que saber gestionarla porque si no nos paraliza. Tenemos niños que tienen fobia a todo: a los espacios abiertos, a los espacios cerrados, a mucha gente, a poca gente, a hacerlo mal y hacerlo bien. Y ahí aparece también el perfeccionismo, el tema también de no querer fallar, etc.

© Tinun Mas Infantil

Decías que el miedo es la antesala de la ansiedad. ¿Cómo pueden los padres darse cuenta de que se ha pasado esa barrera y el miedo de sus hijos se ha convertido ya en ansiedad?

Lo primero es que tenemos que saber que nosotros tenemos que ser detectives de las emociones de nuestros hijos, y por eso estos libros ayudan mucho. Esta saga de cuentos nace porque yo en consulta, irónicamente, no veo a niños, pero veo a muchos padres, y tenía muchos padres que me decían “es que yo no sé qué le pasa a mi hijo”, “es que yo no sé cómo gestionar a mi hijo”... Como ya utilizaba a Neurita (la protagonista de la colección La neurona exploradora) en mi casa, con mis hijas, lo proyecté y se lo expuse a estos padres, a estos pacientes.

Muchos me decían “es que mi hijo no me dice nada”. ¡Claro!, es que tu hijo con cuatro años no te va a decir “papá, tengo miedo a la oscuridad porque hace unas formas muy grandes y por eso no me quiero ir a dormir”; o “no quiero ir a casa de Fulanito porque tiene perro y me da miedo el perro”. El niño, a no ser que tú le enseñes y le hagas conocedor de los miedos, es muy raro que te lo pueda verbalizar. De ahí que nazca esta esta saga de cuentos para detectar las emociones y, en especial, el miedo. Dicho esto, vuelvo a que los padres tienen que saber que tienen que conocer mucho a sus hijos para poder detectar qué es lo que nos están diciendo en la realidad.  

Hay que saber enseñarle al niño a detectar el miedo, a saber encajarlo, para luego poder gestionarlo.

Isabel Rojas Estapé, psicóloga

Lo segundo que tenemos que saber es que, una vez que yo conozco a mi hijo (si es sensible o no es sensible, si le gustan o no los animales, si le da miedo la soledad o no, si es más primario, más secundario, si es más valiente o más temeroso…), lo segundo es detectar cuando cambie su forma de ser de repente: que se bloquee, que se calle, que grite mucho, que no se separe de ti... Es decir, cuando el niño, de repente, tiene una conducta que sea muy distinta a lo que él es normalmente. Ahí es cuando uno tiene que pararse y preguntarse qué está pasando.

Yo esto lo veo, por ejemplo, en alguna de mis hijas. Hay una de ellas que es lanzada, valiente, inconsciente y, de repente, llegó este verano a la piscina y dijo “no me quiero bañar”. Con 40 grados, dijo “no necesito bañarme, yo tengo frío, mamá”. Entonces la miré y pensé “aquí pasa algo raro”. Es decir, en el momento en que ese niño actúa de forma poco coherente en la situación o en su forma de ser, ahí es cuando yo siempre digo “párate a pensar qué puede estar ocurriendo”.

Para ello, hay que conocerle y tener ese cierto manejo de analizar la situación y preguntarle: “¿no te gusta esto, verdad?”, “¿cómo que no tienes calor?”, “¿cómo que no te quieres bañar?”... Hasta que llega un momento dado en el que los padres nos damos cuenta: “¿no te gusta la piscina, verdad?, ¿tienes miedo a que te puedas hundir?”. Hay que poner palabras en la boca del niño y conocerle, analizar la conducta y preguntarle.

Y una vez que hayas detectado el miedo, hacerle saber de forma consciente que es normal tener miedo, que no pasa nada por tener miedo. Y animarle y acompañarle a que pueda enfrentarse a ese miedo. Por ejemplo, me meto en la piscina con el niño o me acerco con el niño a un perro.

Una vez que lo hayan conseguido, valorarlo mucho: “¡pero qué bien!, ¡qué alegría!”, “¿has visto qué bien con el perro?, ¡qué cariñoso es!”,  “¡guau!, el agua, qué fresquita”. Hay que reforzar mucho lo que hagan y evitar decirles, por ejemplo, “qué tontería”, “¡otra vez estás igual”, “¿es que no te das cuenta?, ¡pareces un niño pequeño!”... Todo esto lo que hace es que el niño se bloquee. La amígdala, que es el centro rector de la emoción, sufre mucho más y se queda en “miedo, miedo, miedo”. Esta situación de la amígdala hace que la corteza prefrontal se bloquee y no pueda razonar. Y entonces el niño pasa mucho más miedo, sufre mucho más y no encuentra solución, se siente solo y se bloquea más.

Por eso muchas veces digo a los padres que, antes de todo este proceso, tienen que saber cómo están ellos, cómo estás tú como padre: ¿agotado, cansado, hastiado…? De hecho, la noche es un mal momento porque los padres llegamos reventados de todo el día; lo que quieres es que el niño se acueste y te deje tus 20 minutos o una hora de descanso. Por las tardes-noches, los padres en general ya estamos en batería baja, y en batería baja, las cosas salen mal, te sale medio enfadarte y medio gritar y sacar lo peor de ti mismo. Por eso tienes que conocerte y saber cómo estás y plantearte cómo vas a ayudar a tu hijo si ese día tú estás cansado, si ha ido mal, si tu jefe se ha enfadado, tienes muchísimo trabajo... Entiendo que sea muy complicado saberlo gestionar, pues te acuestas, te quedas con el niño casi durmiendo y ya luego te vas. El conocerse a uno mismo también ayuda mucho.

Comentabas que una de tus hijas es muy lanzada. ¿Cómo encuentras el equilibrio para no infundirle miedo, pero que sepa ver el peligro?

Es muy gracioso porque tengo tengo tres y estoy esperando la cuarta niña, y son muy diferentes. La mayor es ultra prudente y, yo creo que se sale mi marido, te razona mucho. Con ella yo decía “uy, esto sale casi natural”, yo feliz. Y la segunda es todo lo contrario; la segunda ve un precipicio y se tira. Claro, ya con la segunda fui consciente de que hay que decir “no”, que hay que saber poner límites.

Con los niños, lo primero que pienso (ante determinadas situaciones) es “esto cuánto le hace crecer o cuánto le hace bloquearse”. Es una pregunta que muchas veces me hago: “si yo le incito a hacer esto, ¿la voy a hacer crecer o la voy a hacer menguar?, ¿la voy a hacer pequeñita, la voy a bloquear, voy a hacer que tenga miedo, la voy a paralizar?...

Lo segundo es, aunque te parezca durísimo, “¿esto es peligro de muerte o no?, ¿qué es lo peor que puede pasar?”. Bueno, pues mira, lo peor que puede pasar es que se haga una brecha. “Pero ¿brecha grande o brecha pequeña?”. Si es brecha pequeña, a veces llega un momento en el que digo “bueno, pues ya está”.

Por ejemplo, el otro día subí un vídeo a Instagram en el que aparecen mis hijas abriendo la caja de los cuentos y mi hija mayor, que tiene siete años largos, aparece con unas tijeras y le digo “ven, abre tu la caja”. Pues tengo muchísimos comentarios sobre las tijeras: “¡qué horror las tijeras!”, “¿en qué momento abren la caja con las tijeras?”. Yo ni me lo había planteado.  

Tú conoces a tu hija y estás segura con ella…

Claro, claro. Es la prudente. Yo la conozco. Hacemos muchísimas manualidades; empezamos con las típicas tijeras que no cortan nada, luego las tijeras de colegio... y estas tijeras que eran un poco más de adulto, pero me hizo gracia porque efectivamente muchos comentarios eran sobre las tijeras. Entonces, bueno, yo misma agradecí no vivir en estos picos de cortisol, de ver las tijeras constantemente, porque si no hubiese sufrido muchísimo.

Es que también tenemos que dejar que el niño crezca un poco. Sé que es difícil y sé que en el mundo del control cuesta mucho, pero insisto, preguntarse “¿esto le hace crecer, no le hace crecer?”, “¿qué es lo peor que puede pasar?, ¿que se abra la cabeza? No, no, es que se caiga”. Pues tengo que aceptar que se puede caer, no pasa nada.

Los padres también tenemos que dejar un poquitín más sueltos a los hijos. Sé que no es fácil, pero es un sufrimiento atroz para nosotros y hacemos rígidas las conductas de nuestros hijos. Hay un punto en el que somos conscientes de que no puedo estar constantemente controlando todas las conductas de mi hijo, porque si no, ni él crece ni yo disfruto de su crianza, de su evolución, del estar con él.

© Carlos Ruiz B.k.

¿Cómo saber cuándo el niño necesita ir al psicólogo porque el miedo o la ansiedad le sobrepasan?

En el momento en que la conducta del niño sea muy distinta a cómo es él; normalmente no cambia de un día para otro, pero tú vas a ir viendo un poquito la evolución. Y, sobre todo, tiene mucho que ver con la independencia de ese niño, cómo ese niño se enfrenta a las situaciones del día a día. En el momento en que veas que no es tan independiente, en el momento en que veas que está sufriendo mucho, que está más callado, más lloroso, con más rabietas... Ahí es cuando yo normalmente recomiendo ver a un psicólogo.

Sí que es verdad que el niño está en constante evolución. Al principio, el primer año, es pura evolución, pero hay un momento clave, que es a partir de los tres años, que es cuando se produce esta individualización por parte de los padres. Ahí no es que haga cosas raras, pero se tiene que encontrar a sí mismo, cómodo, en el mundo.

Luego hay un punto a partir de los 7 u 8 años en el que su mundo social empieza a ser más rico, más amplio, empieza a sentir las emociones ajenas. También surgen los problemas con los amigos: “me ha dejado de lado”, “no quiere jugar conmigo”... Normalmente aquí es cuando se producen los pequeños o grandes primeros traumas (el bullying, algún caso de abuso sexual…). Normalmente es una etapa muy compleja; yo siempre animo mucho a los padres a que estén, a que vean.

Y luego a otro punto que es justo antes de la adolescencia. En las niñas, te diría que a los diez o a los 11 años, y en los niños, 11 ó 12 años, un poquitín más tarde. Son como tres hitos o tres momentos claves del niño en los que hay que estar especialmente encima y, según cómo actúen, animo a que vayan al psicólogo.

Yo tengo algún padre que me dice que su hijo tiene dos años y no obedece. El niño de dos años que obedece, ¡por favor, que me lo traigan, que lo analizo! Lo normal es que al niño le vayan costando ciertas cosas porque tiene que hacerse a sí mismo, se está ‘horneando’, entonces tenemos que dejarle ser.

Este nuevo libro forma parte de la colección La neurona Exploradora, con la que ayudas a los niños a entender y a gestionar sus emociones. ¿Es necesario enseñarles, desde pequeños, a saber cómo funciona su propio cerebro?

Sí, por varios motivos, la primera es porque el niño es tierra virgen y es pura curiosidad, y aunque solo sea por la curiosidad, aprenden. La realidad es que hay un punto de curiosidad que les viene fenomenal. Eso es lo primero. Lo segundo es que el niño, en el momento en que empieza a conocer cosas, entiende. Aquí, en la consulta, nuestro lema es “comprender es aliviar”. En el momento en que nosotros comprendemos, analizamos: “vale, por eso yo actuaba de esta forma, por esta cosa”.

Hay un punto en el que somos conscientes de que no puedo estar constantemente controlando todas las conductas de mi hijo, porque si no, ni él crece ni yo disfruto de su crianza, de su evolución, del estar con él.

Isabel Rojas Estapé, psicóloga

Pues antes de comprender es conocer. Si un niño conoce, puede entender por qué le da miedo algo o por qué no quiere ir a la piscina. En el momento que tú le pones palabras a lo que le ocurre a un niño, quizá no lo entienda al 100%, pero ya te lo puede razonar. Por ejemplo, “yo no me baño en la piscina porque me da miedo no tocar el fondo”. Ahí ya te lo pueden razonar, ya te lo pueden decir, y eso ayuda enormemente.

Y lo tercero es porque, efectivamente, las emociones en un niño no es solo “estoy bien o estoy mal”, sino “mamá, esto me hace estar triste”, “mamá, es que esto me encanta”, “mamá, es que estoy estoy frustrada”... Yo tengo una hija que no sabe pronunciar la ‘r’ y me dice “mamá, estoy muy fustada porque no me has dado una galleta”. Hay un punto en el que, conociéndose y entendiendo lo que les está pasando, se sienten un poco más libres, porque no es simplemente “estoy mal y nadie me entiende”, sino hay un punto de “entiendo qué me pasa y por qué”. Yo siempre digo que eso es como el jóker, es la tarjeta que te ayuda cuando seas mayor. ¿Cuántos mayores tengo yo, cuántos adultos, que no saben expresar lo que les pasa, por qué les pasa, a qué tienen miedo? Y son preguntas que hago mucho en la consulta: “¿a qué le tienes miedo en esta vida?”.

Mucha gente que me dice “a no ser feliz”. Vale, pero qué te impide ser feliz, qué es lo que te bloquea a día de hoy, qué es lo que te hace no poder crecer. Para que estos adultos puedan saber gestionar sin vivir en estado de ansiedad constante, es porque hemos educado a niños a ser conocedores de sus propias emociones.

Ahora los padres son más conscientes de la necesidad de educar emocionalmente a los hijos, pero ¿cómo hacerlo cuando ellos no han recibido la educación emocional que quieren transmitirles?

Sí, irónicamente, somos la sociedad que más sabe sobre las emociones y, sin embargo, la que menos las ha trabajado. Es decir, los padres a día de hoy están intentando inculcar a sus hijos algo que a ellos nunca les han inculcado, que a ellos no les han dado la importancia que tiene. A nosotras sí, porque tenemos un padre que se ha dedicado a esto desde que somos muy pequeñas, pero soy muy consciente de que hay padres que lo están haciendo sin ellos saber y eso me genera muchísima admiración. Es muy fácil poder ayudar a alguien cuando tú lo sabes, pero cuando tú no lo sabes y no solo no lo has recibido, sino que además tienes tus propias heridas, tu propia mochila, tu propio dolor, eso son palabras mayores.

¿Puede que esa sea la causa de que muchas familias pasen de la crianza respetuosa a la sobreprotección o, incluso, al extremo opuesto, a ser demasiado estrictos?

Totalmente. De hecho esto es algo que ha pasado; hemos generado una sociedad de niños de cristal, que ya no son niños, son adolescentes. Los que ahora los que tienen como 20 años, es esta generación de cristal que han tenido padres que han pasado de tener ellos una educación súper rígida, súper estricta, y se han ido al extremo opuesto: “que haga lo que quiera, pobrecito”, “que decida y aprenderá no sé qué”... Claro, ahora se está viendo que el índice de suicidio es altísimo, el índice de hospitalizaciones psiquiátricas es altísimo. España es el primer país de Europa en consumo de benzodiacepinas, es decir, de medicación, ansiolíticos, sobre todo para dormir, pero también en el día a día. Esto sí es que nos tienen que hacer pensar.

Ahora es cuando de ese extremo del “haz lo que quieras”, se está reculando un poco. Hay que poner límites, tener cierta autoridad, pero con mucho cariño, con mucho amor, sabiendo lo que está bien y lo que está mal, lo que se puede hacer y lo que no puede hacer. Y sabiendo que mamá y papá no es mi amigo, no es mi colega. Ya será mi amigo cuando yo me case, entiéndeme, cuando llegue una edad.

Yo veo muchas madres que, cuando la niña empieza a ser medio adolescente, con 12, 13 o 14 años, la madre se convierte en amiga. Eso tampoco. Hay que saber que el padre y la madre es autoridad. Con cariño, con ternura, con cercanía, pero también con cierta autoridad, hay que decirlo. 

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.