La determinación de tener un hijo no solo depende del deseo, sino que hay muchos más condicionantes que influyen de manera decisiva en la posibilidad de hacerla realidad.
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Patricia de Blas es periodista y escritora. Acaba de publicar Cara de madre (Ed. Lunwerg), una novela que narra la cuenta atrás de tres mujeres desconocidas en torno a la maternidad, hasta el momento en que se encuentran. Hemos charlado con la autora.
La gestación subrogada es una solución para muchas personas que desean tener hijos, pero es necesario que nos preguntemos a costa de qué se hace realidad ese deseo
En el libro planea la pregunta de si las mujeres son realmente libres para elegir su trayectoria vital, en este caso en relación con la maternidad. ¿Lo son?
Si nos comparamos con las mujeres de generaciones anteriores, puede parecer que hoy en día somos completamente libres para elegir si queremos o no ser madres, cuándo y con quién, o de qué manera afrontamos la crianza. Pero yo pienso que muchas de esas decisiones siguen estando atravesadas por factores económicos, roles de género y presiones sociales. La precariedad del empleo y las dificultades para encontrar una vivienda digna y estable, por ejemplo, están retrasando cada vez más la maternidad, haciendo que aumenten, a su vez, los problemas de infertilidad.
La novela pone en cuestión un mensaje que a mí me parece peligroso, no solo en el ámbito de la maternidad, sino en todos los que influyen en nuestra vida: el de que todos somos igualmente libres para tomar decisiones y desarrollar nuestro proyecto vital.
La novela aborda la aprobación de la gestación subrogada, que no es legal en España, para descubrir las razones que pueden llevar a una mujer a optar por este procedimiento. ¿Cómo has elaborado este tema?
La gestación subrogada es una solución para muchas personas que desean tener hijos, pero es necesario que nos preguntemos a costa de qué se hace realidad ese deseo.
El negocio mundial de los vientres de alquiler generó más de 22.000 millones de euros el año pasado y se prevé que siga creciendo a un ritmo salvaje. Sin embargo, aún son muy pocos los países que han legislado al respecto y esas regulaciones están cambiando constantemente. En este contexto, tenemos la oportunidad de establecer unos límites de manera colectiva, antes de que el mercado se imponga completamente.
España es un referente en reproducción asistida y un destino líder en turismo reproductivo, que tarde o temprano va a tener que posicionarse más claramente respecto a los vientres de alquiler. Aunque la ley prohíbe esos contratos, unas mil familias acuden cada año al extranjero para beneficiarse de esa práctica. ¿Deberíamos firmar tratados internacionales para erradicar la gestación subrogada? ¿O legalizarla aquí para garantizar que se respetan los derechos y las libertades de las gestantes? En la novela, están reflejados todos los puntos de vista para que cada lector saque sus propias conclusiones.
Julia, una de las mujeres que protagonizan la historia, ha conseguido el éxito profesional, pero a sus 40 años no logra quedarse embarazada y recurre, sin fortuna, a la reproducción asistida. ¿Es un reflejo de lo que están viviendo muchas mujeres de esa generación?
Sí, la edad a la que tenemos hijos se ha ido retrasando en las últimas décadas y cada vez son más frecuentes los embarazos en torno a los 40 años o más, que desde el punto de vista ginecológico son considerados “embarazos geriátricos”.
Ese retraso tiene muchas causas; por ejemplo, hay mujeres que quieren encontrar la pareja adecuada para ser madres o que no son conscientes del rápido descenso de la fertilidad a partir de los 35 años. El caso de Julia, como muchos en la vida real, tiene que ver con la situación profesional. Las mujeres españolas consiguieron acceder al mercado de trabajo tras el fin de la dictadura, pero ese acceso no va acompañado de medidas de conciliación eficaces, lo que con frecuencia les obliga a elegir. Julia no habría podido llegar tan arriba en su empresa si se hubiera quedado embarazada antes. En sectores como el suyo, una gran consultora, el permiso por maternidad y el cuidado de los hijos suelen penalizar a las mujeres.
Antía, otra de las protagonistas, es duramente penalizada en el mercado laboral cuando quiere volver a él tras haberse retirado para cuidar de su hijo. Finalmente, la precariedad la obliga a tomar decisiones que no querría. ¿Vivimos en una era de maternidades precarias?
Casi todas las madres sienten en algún momento que no pueden llegar a todo. En el caso de Antía, vemos un ejemplo de esa tormenta perfecta: dificultades para encontrar un empleo o compatibilizarlo con la crianza, la necesidad de cuidar o ingresar en una residencia a los padres o suegros cuando envejecen, problemas de salud, gastos imprevistos… Ella, por suerte, tiene un marido en el que apoyarse. Pero hay mujeres que, además de todas las dificultades que conlleva tener un hijo, se sienten solas.
Finalmente, Carolina, la tercera mujer sobre la que se sustenta el relato, es la que hace posible la ley que aprueba la gestación subrogada, que siente como un fracaso. Es un personaje que revela la contradicción a la que están expuestas muchas mujeres y madres. ¿Cómo salir de ese torbellino emocional que pone al límite a muchas mujeres?
Carolina es una mujer que no quiere tener hijos. Es una decisión personal sobre la que no tendría que dar explicaciones a nadie y, sin embargo, se ve obligada a hacerlo. Es algo que sucede con frecuencia: la sociedad opina sobre el cuerpo de las mujeres y las juzga tanto si eligen una cosa, como si hacen la contraria.
Creo que es importante ser consciente de eso: es imposible agradar a todo el mundo, satisfacer todas las exigencias que recaen sobre nosotras. Por eso, debemos guiarnos por nuestros propios principios, necesidades y deseos, intentando que no nos afecten los comentarios no solicitados.
