No es extraño perder la paciencia con los hijos ante una mala contestación o un mal comportamiento. Tampoco es raro sentir que solo hacen caso cuando se les grita… Ya sabemos que, sin embargo, no es adecuado educar así. ¿Qué hacer entonces cuando hemos perdido los nervios con los niños? Lo detalla Sonia Martínez, psicóloga y directora de los Centros Crece Bien, que aconseja, además, cómo evitarlo cuando los gritos y el perder los nervios son la tónica general en casa.
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¿Por qué a veces los padres pierden los nervios con sus hijos?
Porque somos humanos. Y criar, aunque es maravilloso, también es agotador. A veces llegamos al final del día con mil cosas en la cabeza, poco descanso y la sensación de estar apagando fuegos constantemente. Si a eso le sumamos una rabieta, una contestación o una pelea entre hermanos… es normal que la paciencia se agote.
Perder los nervios no significa que no quieras a tus hijos. Significa que estás desbordado en ese momento.
¿Qué le dirías a una madre o a un padre que ha perdido los nervios con su hijo y se siente tremendamente culpable por ello?
Le diría que esa culpa que ahora te remueve por dentro es señal de que te importa, de que quieres hacerlo bien. Y eso ya dice mucho de ti como madre o padre.
Todos perdemos los nervios alguna vez, pero si gritar o humillar se convierte en lo habitual, entonces sí puede afectar a su autoestima, su seguridad y su manera de relacionarse.
Ahora bien, más que quedarte atrapado en la culpa, dale un uso constructivo. Hay una pequeña estrategia que funciona muy bien: reparar el vínculo desde la calma, con una frase sincera. Por ejemplo: "Antes he gritado y no me ha gustado cómo lo he hecho. No era justo para ti. Me sentía desbordado, pero estoy trabajando en hacerlo mejor."
Esta frase, o una parecida adaptada a tu estilo, tiene un efecto doble: por un lado, calma tu culpa (porque estás haciendo algo al respecto), y por otro, enseña a tu hijo algo importantísimo: que todos nos equivocamos, pero también podemos arreglarlo.
Y si no te sale la frase perfecta, no pasa nada. Lo más poderoso es el gesto de acercarte, mirar a tu hijo a los ojos y mostrarte disponible para volver a conectar.
¿Qué daños puede provocar en el niño el haber perdido los nervios con él?
Depende de la frecuencia y de cómo lo gestionemos después. Todos perdemos los nervios alguna vez. Si se trata de un episodio puntual, lo importante es lo que hacemos a continuación: si reparamos, si hablamos, si explicamos... el niño no solo no se daña, sino que aprende algo muy valioso. Pero si gritar o humillar se convierte en lo habitual, entonces sí puede afectar a su autoestima, su seguridad y su manera de relacionarse. Por eso es importante parar a tiempo y pedir ayuda si lo necesitamos.
¿Se puede reparar la situación?
Siempre se puede reparar. De hecho, como he dicho antes, los momentos de “ruptura” pueden ser oportunidades maravillosas de conexión si sabemos gestionarlos bien. Basta con reconocer lo que ha pasado y hablarlo desde la calma. Puedes decir algo como: “Antes he gritado y me siento mal por ello. Estaba muy nervioso, pero no es la forma. Lo siento”.
Después, deja espacio para que tu hijo exprese cómo se sintió. Eso reconstruye el vínculo, refuerza la confianza y enseña que todos podemos equivocarnos... y mejorar.
Pedir perdón a los hijos tras un episodio de gritos, ¿puede resultarles confuso?
No, si sabemos cómo hacerlo. No se trata de pedir perdón por poner límites, sino por la forma en la que lo hicimos. Puedes aclararlo así: “Te he dicho que no podías ver más dibujos, y eso está bien, pero no era necesario que lo dijera gritando. Podía haberlo hecho mejor.” Así, los niños entienden que el límite sigue siendo válido, pero que como adultos también aprendemos de nuestros errores. Y eso no los confunde: los fortalece.
¿Qué puede hacer el padre o la madre para no volver a perder los nervios ante un mal comportamiento?
Anticiparse es clave. Muchas veces perdemos los nervios porque acumulamos tensión sin darnos cuenta. Reservar unos minutos al día para respirar, caminar, desconectar o simplemente estar en silencio ayuda muchísimo.
Los momentos de “ruptura” pueden ser oportunidades maravillosas de conexión si sabemos gestionarlos bien.
También es útil tener un “plan B emocional” para esos momentos. Por ejemplo, si sabes que te desesperas cuando tu hijo no se viste por la mañana, puedes probar a preparar todo la noche anterior o convertirlo en un juego. Es mejor prevenir que curar.
A algunos papás y mamás les cuesta no gritar cuando corrigen. ¿Cómo cambiar esa tendencia?
Lo primero es darse cuenta de cuándo aparece esa necesidad de gritar. ¿Es por cansancio? ¿Por qué sientes que si no gritas no te escuchan? Una vez identificado, el siguiente paso es parar antes de reaccionar. Algo tan simple como decirse internamente: “Voy a respirar antes de contestar” puede cambiar el rumbo de una situación. Y por supuesto, practicar.
Aprender nuevas formas de comunicarse lleva tiempo, pero se puede. En Crece Bien enseñamos a muchas familias a poner límites de forma firme pero afectuosa, y los resultados son preciosos.
¿Cómo poner normas y límites desde la calma?
Con respeto y claridad. No hace falta gritar ni castigar. Se puede decir con firmeza: “Esto no está permitido, y vamos a buscar otra forma de hacerlo.” O “Entiendo que estés enfadado, pero no puedes pegar.” Poner límites no es malo, al contrario: da seguridad. Lo importante es cómo lo hacemos. Si mantenemos la calma, el mensaje llega más claro y el niño aprende a autorregularse también.
¿Cómo reaccionar ante una rabieta sin perder los nervios, especialmente si es en público y el niño ya es mayorcito?
Es difícil, lo sé. La presión de las miradas ajenas no ayuda. Pero en esos momentos lo mejor que podemos hacer es centrarnos en nuestro hijo, no en lo que piensen los demás. Respira, ponte a su altura y dile algo como: “Veo que estás muy enfadado. Vamos a calmarnos y luego lo hablamos”.
Si se puede, sal del lugar para que ambos recuperéis la calma. Y recuerda: no es un examen público de tu capacidad como madre o padre. Es una oportunidad para enseñarle a tu hijo cómo se maneja una emoción intensa.