Polainas

‘Un armario sin polainas es como un huevo sin sal, un hortera sin zapatos de rejilla o un podemita sin chalé’

Alfonso Ussia
Príncipe Carlos de Inglaterra

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He releído la entrevista que Gerard Clarke publicó en The París Review en 1975 a uno de los grandes genios de la Literatura de Humor inglesa. Al incomparable e insuperable P.G. Wodehouse. En ella pasa, para muchos desapercibida, una melancólica ausencia, a la que Wodehouse atribuye motivo fundamental de la ordinariez imperante de la humanidad. La ausencia de polainas. Una sociedad que no usa las polainas, es una sociedad decididamente encarada al desastre de la vulgaridad. Las polainas pueden ser de cuero o de lana, y sirven para resguardar los bajos de los pantalones masculinos. Polainas para pasear por el campo, para cazar, para montar a caballo, para jugar al golf, e incluso, para practicar el deporte menos multitudinario del mundo. Las canicas sobre grava. Las polainas estilizan, y otorgan a su portador una elegancia de la que carece cuando no las acopla a su indumentaria. Las polainas usadas por las clases altas, provienen de los labradores y pastores, que las utilizaban para las labores del campo. En mi niñez, acompañando a mi padre a las cacerías de perdices, me fijé mucho en las polainas hechas de tiras de cuero y tela que llevaban los ojeadores en tierras de La Mancha. Las hay rabonas, mancadas o partidas, cuando no cubren el empeine. Polainas cubanas, de escaso prestigio social. Polainas Gaiteras, desde debajo de las rodillas hasta el tobillo y cubriendo el empeine. Polainas Spats, que cubren exclusivamente el tobillo, y polainas Puttees, usadas por la Infantería Americana, de tiras de cuero muy parecidas a las de los campesinos españoles . No obstante, las polainas más distinguidas son las de cuero que cubren desde la rodilla a los zapatos o botas. Termino de encargarme un par de ellas a sabiendas de que no las utilizaré jamás. Pero un armario sin polainas es como un huevo sin sal, un hortera sin zapatos de rejilla o un podemita sin chalé. Es decir, una lástima de armario. Un extravagante contrasentido.

Príncipe Carlos de Inglaterra©GettyImages
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“Una sociedad que no usa las polainas, es una sociedad decididamente encarada al desastre de la vulgaridad”

De cuero marrón oscuro y con hebillas eran las polainas del Barón de Piquot-Fromáge, vicioso de los juegos de naipes. Perdida su fortuna, su castillo, sus muebles, sus obras de arte y su piso en París, retó al dueño de una cadena de tiendas de alimentación, Roboustiane de Molignac, a una partida de cartas. –Usted ya no tiene nada-; comentó despectivamente Molignac. –Tengo mis polainas-, respondió Piquot-Fromáge. Y Molignac, que era muy ordinario de raíces, aceptó el reto. Ganó Molignac, y el barón se desprendió de sus polainas. Una hora después, su cuerpo colgaba de un árbol con una carta en uno de los bolsillos dirigida al Juez. –Señoría, sin polainas no merece la pena vivir. Soy responsable de mi muerte. “¡Vive la France!”. Y Molignac acudió al entierro del barón con las polainas del barón, lo que fue muy comentado en aquel París de entresiglos, del XIX al XX.

Yo he pedido a mis inmediatos familiares ser enterrado con las polainas que me acabo de encargar. Así, dentro de un siglo, cuando mi tumba sea profanada para meter a otro difunto, los sepultureros podrán comentar. –Este tío tenía dignidad-.

“Es mucho más recomendable la distinción que la comodidad. El dolor no es delito. El chándal, sí. Y grave”

También existen las polainas femeninas, pero son propias de mujeres de baja estofa, si bien los leggins están inspirados en tan fundamental complemento. En el Imperio Austro-Húngaro, las mujeres con polainas no podían asistir a la Primera Comunión de sus hijos, lo cual resultaba harto doloroso. Por fortuna, ya emancipadas Austria y Hungría, se levantó la prohibición en Austria, pero en Hungría, erre que erre, se mantuvo el veto, que continuó durante el comunismo, no por otro motivo que el de la prohibición de celebrar Primeras Comuniones. Con la caída del muro de Berlín y el desbarajuste post-soviético, en Hungría se venden las mejores polainas de caza del mundo. Sobrada razón tenía Wodehouse.

Balmoral©GettyImages

En ocasiones, si no están hechas a la medida, las polainas son muy incómodas. Pero no importa. En estos años del chándal, comodidad y elegancia no van de la mano. Mucho más recomendable la distinción que la comodidad. El dolor no es delito. El chándal, sí. Y grave.

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