Hay bodas que parecen salidas de las páginas de Mil y una noches, y luego está la de Zein Qutami y Celio Saab. Un enlace en tres actos, celebrado entre el atardecer de las montañas de Faqra y el esplendor solemne de la Iglesia de Bkerke, en el corazón del Líbano. Un escenario grandioso que ya anunciaba que no se trataba de un matrimonio cualquiera. Porque cuando el suegro de la novia es Elie Saab, el emperador indiscutible de la costura libanesa, la ceremonia no puede sino derivar en una ópera en tres vestidos. Y así fue.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
La historia comienza con la preboda, una cena de bienvenida celebrada el jueves por la noche en Panorama Faqra, un lugar cargado de resonancias personales para Celio, hijo del diseñador y heredero del imperio Saab. Frente a un paisaje de palmeras en miniatura y laderas ásperas, Zein hizo su primera aparición como novia oficiosa enfundada en un vestido de tono arena rosado con capa etérea, bordado con los característicos arabescos brillantes de la maison. La paleta del evento, oliva, tierra, greige, permitía que la silueta de Zein flotara como una aparición entre los invitados. El efecto era más de reina tribal que de prometida: una Cleopatra minimalista en versión couture.
“Este vestido fue una celebración de la identidad libanesa, una pieza pensada para integrarse con el paisaje natural y la arquitectura rústica del lugar”, explicó la propia Zein. “Queríamos algo que no compitiera con el entorno, sino que hablara su mismo lenguaje”.
El viernes fue el turno de la ceremonia religiosa, celebrada en la imponente Iglesia de Bkerke, sede del patriarcado maronita. En este marco sacro y grandioso, Zein lució un vestido que parecía tallado en luz: manga larga, escote palabra de honor, corsé estructurado y un despliegue de bordados plateados que caían en cascada sobre una falda de princesa. Un lazo posterior suavizaba la arquitectura del vestido, y el velo, tan largo como la promesa del matrimonio mismo, completaba la imagen de una novia clásica, aunque con ese aire sobrenatural que solo logra Saab cuando viste a una mujer para caminar hacia el altar.
“Sabíamos que este sería el vestido más simbólico. Quería algo que se sintiera eterno. Elie y yo trabajamos juntos en cada detalle”, contó Zein. “Lo que más me emociona es cómo él entendió mi estilo y mi personalidad, y logró crear algo que no fuera solo espectacular, sino íntimo. Me sentía completamente yo, y completamente otra al mismo tiempo. Como debe sentirse una novia”. La pieza, en su meticulosidad, recordaba a los vestidos de gala de las emperatrices austrohúngaras o a las novias reales del siglo XX: romanticismo elevado a la categoría de ritual.
Pero como en toda gran boda contemporánea, la ceremonia no fue el final, sino el preludio. El sábado por la noche, la pareja celebró una última fiesta en la residencia familiar de los Saab en Faqra: una cena al aire libre entre bosques, con velas titilando como luciérnagas y una atmósfera de cuento. Para esa velada final, “una última noche antes de que el sol tome el relevo”, como decía el programa, Zein se transformó una vez más. Esta vez en diva nocturna, enfundada en un vestido champagne de corte sirena con profundo escote en V y una sobrefalda de 4,5 metros. Las líneas del bordado, cristales, lentejuelas, piedras translúcidas en forma de diamante, evocaban tanto el reflejo del agua como la geometría de un zoco imaginario.
“El último vestido fue un homenaje al glamour libanés, al Beirut de los años dorados, a la mujer que celebra con intensidad. Quería algo más atrevido, más sensual, pero sin perder la sofisticación que define el estilo Saab”, confesó Zein. “Me sentí libre, feliz, poderosa”.
En total, tres vestidos, cada uno con su narrativa, su tempo, su tono, que, como dijo la propia Zein, no contaban la misma historia, pero sí hablaban el mismo idioma. Y ese idioma, claro está, era el de Elie Saab: bordados que parecen bordar el aire, siluetas que flotan sin perder estructura, lujo sin ostentación. Zein no solo fue vestida por un maestro; fue acompañada en su tránsito simbólico de prometida a esposa por un artista que, además, la considera familia. Y eso, en la alta costura, donde todo suele negociarse en términos de ego o exclusividad, es algo inusual.
Mientras muchas novias se debaten entre tradición e individualidad, Zein logró conjugar ambas dimensiones con una serenidad que pocas veces se ve. No es solo que estuviera guapa, que lo estaba, sino que supo estar a la altura del vestido, del momento y del apellido que ahora lleva.