En Navarra, la historia se mezcla con la tradición y, en estos días, también con la actualidad de la Corona española. La visita de los reyes y de la princesa Leonor al Palacio de Olite y otros enclaves emblemáticos no es solo un recorrido institucional: tiene el peso simbólico de la primera aparición oficial de la heredera en tierras navarras como princesa de Viana. Un título que se remonta a Carlos III el Noble, seis siglos atrás, y que refuerza el vínculo de los futuros monarcas con un territorio de hondas raíces. En este contexto, la reina Letizia ha apostado por el azul marino y por una chaqueta que ya ha lucido en otras ocasiones.
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La reina ha rescatado de su armario una chaqueta de tweed azul con apariencia vaquera, firmada por Hugo Boss, una de sus piezas más recurrentes. No es nueva: la estrenó en 2020, en plena pandemia, durante una visita a la sede de Red Eléctrica de España. Y la volvió a llevar unos meses después, en Madrid con el equipo directivo de la Federación Española de Enfermedades Raras. Aquel año, marcado por la desescalada y la incertidumbre, Letizia hizo de las chaquetas de tweed un uniforme de transición, igual que sus alpargatas de cuña se convirtieron en el leitmotiv del verano. En cierto modo, recuperar ahora esa prenda es un gesto que conecta dos momentos históricos muy distintos: la austeridad y prudencia de entonces con el tono más optimista y celebratorio de esta visita.
Hoy la ha llevado con un top azul marino y unos pantalones a juego, de corte ancho y tiro alto, rematados con un cinturón-lazo que suaviza la silueta. En lugar de tacones, ha preferido unos mocasines planos en ante azul marino, una elección cómoda y sensata, especialmente en una jornada de recorridos largos y encuentros con ciudadanos. El peinado suelto, con ondas ligeras, y el maquillaje casi imperceptible refuerzan esa imagen natural que tanto explota en actos de perfil institucional.
La chaqueta, más allá de su estilo, cuenta también una historia de constancia en el armario real. Letizia, a diferencia de otras reinas con un perfil más ostentoso, ha encontrado en la repetición medida una herramienta de comunicación. El tweed, tejido que Coco Chanel transformó en símbolo de elegancia práctica a mediados del siglo XX, se ha convertido en su comodín para estas ocasiones.
No deja de ser interesante que Leonor, en su debut navarro, también haya optado por el azul, aunque en otra clave: una blazer de lino con raya diplomática de Ralph Lauren, combinada con pantalón blanco y zapatillas del mismo tono. Madre e hija mantienen así un diálogo cromático que no parece casual. En actos recientes, ambas han coincidido en fórmulas similares —traje o chaqueta en tonos sobrios— reforzando la idea de unidad, pero sin borrar las diferencias generacionales. La elección de Leonor transmite frescura y desenfado, frente al clasicismo discreto de su madre.
En el fondo, este juego de armarios funciona como metáfora del relevo generacional. Letizia encarna la estabilidad de la institución en el presente, mientras Leonor se abre paso con un estilo que aún se está construyendo, pero que apunta hacia la modernidad y el pragmatismo. Y todo ello en escenarios cargados de simbolismo, como el Palacio Real de Olite, que fue residencia de los monarcas navarros hasta que el tiempo y la historia lo transformaron en monumento.
El viaje navarro quedará inscrito en la memoria colectiva no solo por lo que representa para Leonor como princesa de Viana, sino también por la imagen de una familia real consciente de que, en cada gesto —y en cada prenda—, se juega mucho más que una cuestión estética. Letizia lo sabe, y por eso sigue eligiendo con precisión piezas que hablan de continuidad, memoria y coherencia.