Hay apariciones que no figuran en la agenda oficial, pero que dicen más que un discurso. Esta mañana, a orillas del Mediterráneo, entre velas izadas y cámaras a medio despertar, la princesa Leonor ha visitado por sorpresa el Club Náutico de Palma, el templo veraniego de la monarquía borbónica. Ha deseado “buena suerte” a su padre antes de su última regata en el Aifos, ha posado con la élite femenina de la vela y, como quien no quiere la cosa, ha recordado al país entero que está aquí, observando, aprendiendo, y sí: dejando huella.
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Lo ha hecho vestida con naturalidad, la heredera ha elegido para esta breve pero significativa aparición una blusa de Indie & Cold (firma española), bordada con motivos florales en punto de cruz, escote en V con cierre de botones y unas mangas ligeramente abullonadas. Un diseño romántico y sencillo que confirma cómo Leonor empieza a definir su propio código real: artesanal pero tendencia, joven pero sin estridencias, moderno en el detalle, clásico en la estructura. Lo ha combinado unos pantalones blancos de lino, el tejido por excelencia del verano balear, y unas sandalias planas de tiras en color marrón.
No hay casualidades cuando se trata de estilismos reales, y mucho menos cuando el escenario es el Club Náutico, ese lugar en el que Felipe VI aprendió a navegar entre protocolos, y donde Juan Carlos I consolidó una imagen de monarca deportista (no sin ciertas sombras que el tiempo ha acentuado). Que Leonor vuelva hoy, tras cuatro años sin aparecer por el Club Náutico, no es solo una imagen del verano: es una forma sutil de marcar territorio institucional.
La escena del beso al Rey antes de embarcar, bajo el sol mallorquín, frente al velero en el que Felipe sigue compitiendo, esta vez, sin grandes títulos que defender, pero sí con la dignidad intacta, ha tenido la cadencia de una postal emocional. La imagen de Leonor saludando con soltura a las quince tripulaciones femeninas de la Balearia Women’s Cup o reencontrándose con sus antiguos compañeros de la Escuela Naval es, en esencia, una puesta en práctica del soft power monárquico en su versión más fresca: la de una joven royal que aún no reina, pero ya representa.
Y aunque la visita no ha durado más de quince minutos, podría ser el primer destello de algo mayor. A veces basta un gesto para inaugurar una narrativa. Si Leonor decide explorar el lenguaje simbólico de la moda, como lo hicieron antes Diana o su madre Letizia, podríamos estar ante el prólogo de una iconografía propia.