Hay joyas que relucen por sus piedras y otras por su historia. Y luego están las que hacen ambas cosas a la vez, como el broche de diamantes y zafiro que la princesa Ana, la royal más infatigable del Reino Unido y pilar silencioso pero firme de la monarquía británica, ha lucido en el reciente espectáculo militar de la Household Division, ese despliegue glorioso de uniformes, trompetas y puntualidad imperial que solo Londres puede ofrecer. No ha sido su impecable vestido azul regio lo que más miradas ha atraído, sino esta joya que ha llevado prendida al pecho como si fuera una insignia secreta de otro tiempo. Porque, en cierto modo, lo es. Es un recordatorio brillante de que en la familia Windsor, los sentimientos también se engastan.
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La joya en cuestión, un zafiro de tamaño imponente, rodeado por una docena de diamantes, no es exactamente una reliquia, sino algo más interesante: una réplica de una de las joyas más queridas de la reina Victoria, encargada originalmente por el príncipe Alberto pocos días antes de su boda, en 1840. La reina la adoró tanto que la llevó prendida a su vestido nupcial. Y después, con igual devoción, durante veinte años de matrimonio, hasta la muerte inesperada del príncipe consorte. Desde entonces, Victoria la guardó como un símbolo de amor y duelo, y la incluyó entre las piezas reservadas a las reinas.
¿Una replica?
Aquí empieza el misterio. Algunos rumores (con aroma a novela decimonónica) sostienen que Alberto mandó fabricar copias para sus hijas. Otros, más plausibles, apuntan a que fue la propia Victoria quien encargó una única réplica para uso familiar. Sea como fuere, una de esas versiones idénticas, aunque igualmente cargada de quilates y simbolismo, acabó en manos de la princesa Ana. Y no como préstamo de la Corona, sino como posesión personal.
Solo esta ha sobrevivido con presencia pública. De hecho, es la misma que lució Isabel II en varias ocasiones, incluida una célebre aparición en el 50º cumpleaños de Ana, cuando madre e hija lucieron los broches gemelos en una especie de espejo genealógico con diamantes incluidos. Un momento de simetría y lealtad familiar digno de una pintura de la National Portrait Gallery.
Hay algo profundamente victoriano, en el mejor sentido, en la forma en la que Ana lleva sus joyas. No lo hace para impresionar ni para modernizar la institución, lo hace como quien porta un estandarte invisible, como quien entiende que la elegancia también puede ser una forma de resistencia. Y así, mientras las cámaras han enfocado los tambores y los pasos milimétricos de los guardias, el verdadero golpe de efecto lo ha dado ese broche: una declaración de amor del siglo XIX, un secreto familiar engastado en zafiro y un recordatorio de que, en la realeza, los detalles no son solo ornamento, sino discurso.
Haz click para ver el especial de Ana de Inglaterra, segunda hija de la reina Isabel II. Aunque al nacer ocupaba el tercer lugar en la línea de sucesión al trono, ahora ocupa el décimo séptimo. Casada en dos ocasiones, es madre de Zara y Peter Philips y abuela de cinco nietos. ¡No te lo pierdas, y dale al play!