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Cuando hablamos de riesgo cardiovascular, nos referimos a la probabilidad de sufrir enfermedades cardiacas, como son el infarto de miocardio o la insuficiencia cardíaca; enfermedades cerebrovasculares como infartos cerebrales o ictus; trombosis, embolias e insuficiencia renal de origen vascular (entre otras enfermedades) en los próximos años. Sin duda, problemas de salud de gran importancia, pues la enfermedad cardiovascular sigue siendo la primera causa de muerte en el mundo, por delante de otras patologías como el cáncer o las enfermedades respiratorias.

 

Toca ponerse manos a la obra, pues la mayoría de estos eventos cardiovasculares podrían prevenirse. Si bien hay factores de riesgo no modificables, como pueden ser la edad, el sexo o los antecedentes familiares con cierta predisposición genética, lo cierto es que hay factores que sí dependen de nosotros, como son fumar, el sobrepeso, el sedentarismo, la dieta, la hipertensión arterial o el colesterol. Y la prevención debe empezar antes de que aparezcan los problemas.

Sin embargo, aunque nos sabemos la teoría, lo cierto es que algo estamos haciendo mal, pues tan solo una pequeña parte de la población consigue llegar a los 50 años sin presentar ningún factor de riesgo cardiovascular. Los expertos apuntan a que esto puede deberse a varios factores: desde la falta de información, a  que no se haya asimilado el impacto que tiene el estilo de vida en la salud, el fácil acceso a la comida no saludable y a algunos tóxicos como el tabaco o incluso a la falta de confianza en la medicación cuando es necesaria.

 

Partiendo de esta base, con la ayuda de los expertos del equipo médico de Melio.es, plataforma online de análisis de sangre, vamos a resumirte las ocho falsas creencias más habituales que circulan alrededor de los problemas cardiovasculares.

 

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1. Un problema solo de gente mayor

Hay una creencia bastante habitual que apunta a que las personas jóvenes no tienen problemas cardiovasculares y, por lo tanto, no tienen que realizarse ninguna prueba ni chequeo. Estamos ante un falso mito, pues lo cierto es que los expertos confirman que cada vez es más habitual que las personas jóvenes tengan enfermedades como dislipemia o diabetes, sin duda directamente relacionadas con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares en el futuro. Por eso, es interesante que se comiencen a realizar analíticas incluyendo perfil lipídico y glucémico desde los 20 años cada 5 años, incluso antes si existen antecedentes familiares de enfermedad cardiovascular.

 

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2. Un problema más habitual entre los hombres

Hay personas que siguen pensando que las mujeres se ven menos afectadas que los hombres por las enfermedades cardiovasculares. Y lo cierto es que a pesar de que en las primeras etapas de la vida el riesgo cardiovascular es mayor en los hombres que en las mujeres, se va igualando en edades más avanzadas. Tanto es así que, según datos del Instituto Nacional de Estadística, en España mueren más mujeres que hombres por esta causa.

 

Y, sin duda, hay una época especialmente compleja, que es la menopausia. En esta etapa en la vida de la mujer, hay cambios hormonales de calado, que en ocasiones van unidos a una mayor obesidad central, resistencia insulínica y tendencia a alteraciones del perfil lipídico que predisponen a la formación de placas de ateroma (masa de grasa).

 

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3. Si mi colesterol total es normal, no tengo ningún problema

El colesterol es un lípido que necesita unirse a proteínas transportadoras conocidas como lipoproteínas para circular por la sangre; entre estas proteínas se encuentran el HDL y el LDL. Estudiar el colesterol total junto con las proporciones de HDL (colesterol bueno) y LDL (colesterol malo) ha sido tradicionalmente la forma de diagnosticar y clasificar la dislipemia, que consiste en concentraciones excesivas de grasa en sangre o en proporciones que no son las adecuadas.

“Sin embargo, los últimos estudios muestran que la forma más exacta para predecir el riesgo cardiovascular es determinar las apolipoproteínas ApoB-100 y ApoA-I que se encuentran en el exterior de las lipoproteínas tipo LDL y HDL respectivamente”, comentan.

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4. La hipertensión da síntomas

¿Cómo voy a tener yo hipertensión si me encuentro fenomenal y no tengo ningún  síntoma? Seguro que lo has escuchado en alguna ocasión. Y es que hay muchas personas que consideran que si tuviese hipertensión lo notarían porque les produciría algún síntoma. Un error, pues la hipertensión arterial, que afecta a 1 de cada 4 hombres y 1 de cada 5 mujeres en todo el mundo según la OMS, lo más habitual es que no produzca síntomas. De hecho, hay quien la llama la epidemia silenciosa. En el caso de que aparezca algún síntoma, lo más frecuente son el dolor de cabeza, cansancio, náuseas o vómitos. Un problema silente que, sin embargo, causa problemas muy serios: produce daño en los órganos que tienen mucha relación con los vasos sanguíneos y que son los más vitales, como el cerebro, ojos, corazón y riñones, además de promover y perpetuar la lesión del endotelio (capa más interna de los vasos sanguíneos) causante de la aterosclerosis. Hay solución para saber si tenemos un problema: tomarnos la tensión arterial de vez en cuando.

 

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5. La hipertensión es una enfermedad leve de la vejez

Vinculado con el punto anterior, podemos citar otra falsa creencia sobre la hipertensión. Y es la que la vincula con la edad. Si eres mayor, no es extraño tener alta la tensión y, además, es un problema menos. Pues bien, aunque la hipertensión arterial es más frecuente en personas de mayor edad, no es ni una afección exclusiva de personas de avanzada edad ni es un problema leve. Y es que no hay que olvidar que estamos ante uno de los principales factores de riesgo que contribuye al desarrollo de aterosclerosis y es considerada por la OMS como una de las principales causas de mortalidad en el mundo. Y no es solo un problema de ancianos: se estima que en el mundo hay más de 1.200 millones de personas de entre 30 y 79 años con hipertensión.

¿Cuáles son las cifras recomendadas? Las últimas guías consideran que hay hipertensión con unas cifras de tensión arterial por encima de 140/90 mmHg, si bien también se sabe que el riesgo cardiovascular comienza a aumentar por encima de 115/75 mmHg y se dobla con cada aumento de 20/10 mmHg.

 

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6. No tengo diabetes si mis niveles de glucosa en sangre son normales

La diabetes se puede diagnosticar tan sólo con la determinación de la glucosa si este marcador está muy elevado (glucemia >200 mg/dl en ayunas) y si se presentan síntomas típicos como poliuria (orina excesiva), polifagia (hambre excesiva), polidipsia (sed excesiva) y pérdida de peso. Sin embargo, esta situación es infrecuente y lo más habitual es que las personas diabéticas no sepan que lo son. Por eso, para realizar el diagnóstico de diabetes o de sus etapas tempranas (resistencia a la insulina) se debe analizar la hemoglobina glicosilada o HbA1C (que estima el control de la glucemia en los últimos meses) junto con la resistencia a la insulina.

 

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7. Si tomo medicación, la diabetes no es un peligro para mi corazón

“El tratamiento de la diabetes con unos niveles de azúcar controlados puede disminuir el riesgo de sufrir enfermedades vasculares y/o retrasar su desarrollo, pero el riesgo de padecer enfermedades cardíacas y cerebrovasculares sigue siendo mayor que el de la población general. Esto se debe a que suelen existir de manera simultánea otros factores de riesgo cardiovascular como hipertensión arterial, sobrepeso, obesidad, vida sedentaria o consumo de tabaco. Controlar de forma adecuada estos factores de riesgo adicionales ha demostrado una mayor reducción de eventos cardiovasculares adversos, incluso más que un buen control metabólico de los niveles de glucosa en sangre”, apuntan desde Melio.

 

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8. Una dieta sin grasa previene las enfermedades cardíacas

“No todas las grasas son malas. Existen grasas como las saturadas y las grasas trans, que normalmente proceden de los productos industriales o ultraprocesados, que favorecen que se alteren los niveles de colesterol y de otros lípidos en el organismo y por tanto el desarrollo de enfermedades cardiovasculares; mientras que hay otras como las grasas insaturadas y los ácidos grasos Omega 3 que son protectoras”, apuntan desde Melio.

 

Por eso, tenemos una gran aliada a nuestro alcance: la dieta mediterránea, que incluye el consumo de grasas, y ha demostrado que disminuye hasta un 29-69% el riesgo infarto de miocardio y 13-53% el de ictus. Se basa en el consumo de productos frescos y poco procesados, legumbres, frutas, vegetales, más pescado y menos carne, frutos secos, 1-2 huevos a la semana, cantidades moderadas de lácteos, aceite de oliva como principal fuente de lípidos y fruta como postre.

“Por otro lado, hay que tener en cuenta que, aunque la dieta es un factor muy importante, el principal condicionante de los niveles de colesterol es la producción endógena, es decir el colesterol que generamos en nuestro organismo. Existe una predisposición intrínseca a una tendencia de niveles de colesterol, por lo que hay personas con una dieta saludable que tienen niveles algo elevados de colesterol, o en algunas enfermedades que afectan el metabolismo de los lípidos, incluso muy elevados”, concluyen.

 

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