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Casi nunca tienen un 'no' como respuesta, aceptan cualqueir encargo, tarea o propuesta, suelen claudicar fácilmente y, la mayoría de las veces, están disponibles para los demás aunque preferirían dedicarse a otra cosa. Son algunos de los rasgos que definen a una persona sumisa en psicología, características que pueden convertirse en algo negativo y afectar a la calidad de vida.

 

"Una persona sumisa se caracteriza, principalmente, por tener una autoestima deficiente y, por tanto, por tener problemas significativos a la hora de relacionarse de una manera sana y madura. Esto se puede manifestar de muchas maneras en sus conductas y en su estado de ánimo aunque en términos generales las conductas son de claudicación o rendición y el estado de ánimo tenderá a ser negativo", nos explica Rafael San Román, psicólogo de iFeel. 

 

Pero no siempre es fácil identificar a una persona sumisa, ya que "las hay que lo son de una manera muy generalizada en su vida. Sin embargo, otras pueden ser personas perfectamente maduras en algunas facetas y completamente sumisas en otras, incluso, muy autoritarias en unas relaciones y muy sumisas en otras", apunta el experto. Y es que, añade, "el ser humano es muy contradictorio, por eso, debemos determinar muy bien a qué estamos llamando sumisión, en qué área de la vida de una persona en concreto la vemos y también tener en cuenta si esa persona tiene la misma percepción que nosotros o no", recomienda. 

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¿Cómo se forma este carácter?

"La sumisión sería un patrón de conductual y también un estilo comunicativo o relacional que tiene su fuente en una autoestima deficiente y, por tanto, en una asertividad deficiente. Ninguna persona tiene una autoestima sana al cien por cien, por lo que nadie es perfectamente asertivo en todas y cada una de las facetas y situaciones de su vida. Por tanto, todos en algún momento nos mostramos sumisos ante alguien porque, por distintas razones, somos incapaces de aguantar la presión y defender óptimamente nuestras necesidades o puntos de vista", explica Rafael San Román.

 

El problema lo tenemos cuando alguien es sumiso en mucha facetas de su vida, o siempre lo es en alguna faceta en concreto (por ejemplo en sus relaciones interpersonales, o con su familia, o en el trabajo, etc.). Como decíamos, una persona con una autoestima sana, es decir, alguien que, en general, se encuentra bien consigo misma y confía en su capacidad para ser aceptada por los demás, tiende a relacionarse de una manera asertiva: defiende y expresa sus gustos, opiniones y necesidades con firmeza pero sin avasallar al otro, respetuosamente, de modo que fomenta relaciones sanas y equlibradas.

 

Cuando una persona no tiene una autoestima sana es más difícil que se relacione de este modo, bien porque considera que los demás son una amenaza ante la que hay que defenderse incluso preventivamente (“o comes o te comen”) o bien porque no se valora positivamente y piensa que sus necesidades, sus puntos de vista o sus derechos no son importantes y no tienen que ser tenidos en cuenta y, para no ser excluidos, es mejor dar prioridad a lo de los demás.

 

Las que ven amenazas por todas partes y se defienden atacando son personas autoritarias: imponen su postura a los demás. Las que claudican, callan y ponen por delante sistemáticamente los demás porque creen que ellas no son importantes son personas sumisas. 

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¿Tiene consecuencias en su bienestar? 

 Por supuesto. "Cuando una persona no da importancia a sus necesidades y puntos de vista es difícil que los desarrolles y satisfaga, y eso puede acabar desembocando en relaciones tóxicas y en conductas de riesgo ocasionadas por no valorar como se merece el propio bienestar o integridad", alerta el psicólogo.

 

 Además, cuanto más sumisamente nos comportamos más reforzamos un estado vital de indefensión y desesperanza, así como de poca valía propia: cada vez que claudicamos innecesariamente reforzamos en nuestro interior la idea de que no somos importantes, de que no se nos debe respetar, o bien que los demás son personas desconsideradas y egoístas que se comen todo nuestro espacio. El estado de ánimo de la persona, por tanto, puede llegar a quedar bastante afectado. 

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¿Por qué hay que intentar corregir este comportamiento?

Hay que hacerlo, sobre todo, en los casos más extremos. Partiendo de la base de que nadie tiene una autoestima perfecta debemos tener en cuenta que podemos ser personas que se valoren negativamente en algunas áreas de su vida y, aun así, tener vidas normales e incluso satisfactorias. Esto es posible mientras nos valoremos positivamente en otras facetas que compensen. 

 

Sin embargo, cuando nuestra autoestima hace que seamos incapaces de relacionarnos adecuadamente como adultos de una manera sistemática y generalizada entonces hay que intentar corregir esto: detectar qué áreas de nuestra autoestima están más dañadas y por qué, entrenar habilidades sociales básicas que permitan que se tengan en cuenta nuestras necesidades y derechos y enseñar a la persona modelos adecuados de relaciones para que sepa qué cesiones son razonables e inevitables para que las relaciones fluyan y no las confunda con un patrón permanente de sumisión a los demás.  

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Cómo ayudar a una persona sumisa a que deje de serlo

Rafael San Román nos anima a intentar ayudar a una persona sumisa para que pueda mejorar su calidad de vida. Estos consejos también nos pueden ser muy útiles si detectamos que lo somos: 

  • Ayudarla a detectar qué piensa, siente, necesita y le gusta, si es que no lo tiene muy claro. A menudo es más fácil imitar lo que hace el otro para no pensar o no tener que decidir qué quiero yo o no enfrentarme a la responsabilidad de hacerlo. Si esto se hace muy intenso, la persona literalmente no sabe qué opina o qué quiere, así que debe entrenarlo.
  • Darle espacio para expresarlo. No avasallar. Interesarnos por ella. Preguntarle qué piensa de las cosas y qué le apetece hacer, escucharla, apoyarla, reforzar aquellas posturas en las que coincidimos con ella para que sepa que lo que le ocurre o quiere tiene un valor y que a veces es una experiencia compartida con nosotros. 
  • Manifestarle que puede estar en desacuerdo con nosotros pero que eso no influye en nuestro afecto hacia ella. En la raíz de la sumisión está el miedo a no ser aceptado si me manifiesto tal cual soy o si me muestro en desacuerdo con lo que alguien quiere. La persona sumisa necesita reforzar una suficiente experiencia de incondicionalidad en los afectos. 
  • Ofrecerle modelos de asertividad que amplíen sus habilidades sociales y comunicativas. Esto se hace cuando educamos a los niños y adolescentes y les enseñamos cómo ir a compar, cómo pedir las cosas, cómo disculparse, cómo realizar una gestión, etc. Podemos adaptar esto también a un adulto, sin infantilizarle pero sí a un nivel tan básico como sea necesario. Se trata de darles herramientas que complementen el imprescindible trabajo de fondo que hay que hacer a nivel psicológico. 
  • Sugerirle que sería interesante hablar con un psicólogo, si tenemos la confianza suficiente con esa persona y si detectamos que su patrón de conducta afecta negativamente a su bienestar de una manera significativa, ya que puede ayudarle a ver qué está ocurriendo, por qué y cómo empezar a modificarlo paso a paso. 
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