Rosalía ha cambiado. No solo de estilo, sino de piel. Quien hace apenas unos años encarnaba a Motomami —ese personaje mitad ángel, mitad diablo, de cuero y asfalto— ahora aparece con un halo rubio que rodea su cabeza y unas uñas naturales, casi desnudas. En su visita a La Revuelta, donde ha presentado su nuevo disco y cuarto álbum LUX, la artista catalana ha consolidado el giro más radical de su carrera: de la oscuridad a la luz, del ruido a la calma. Lo fascinante es que el cambio no es solo musical ni estético; es simbólico. Ha adoptado un nuevo alter ego —o tal vez solo ha descubierto su verdadero yo—, el concepto de este proyecto tan notable ha abierto la puerta al imaginario católico: rosarios, diademas de alas blancas, música con la que parece querer alcanzar el cielo. Pero, ¿por qué?
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Si hablamos de uñas y manos, podríamos retroceder hasta La creación de Adán, aquel fresco en la bóveda de la Capilla Sixtina, pintado por Miguel Ángel alrededor del año 1511. En esa pintura las manos se alargan, un Dios que pretende tocar al hombre y un hombre que sueña con tocar a Dios. Tal vez Rosalía, con LUX, busca el mismo propósito. Sus manicuras largas, imposibles, casi armaduras, ahora son naturales, como si en ellas se reflejara su nueva fe. Es curioso porque cada cosa que hace la cantante es intencional, no es de extrañar entonces que a sus 33 años, la edad de Cristo, haya sacado un disco de estas características.
“LUX”: renacer a través de la luz
El título de su álbum lo dice todo: LUX, la palabra latina para “luz”. Grabado con la Orquesta Sinfónica de Londres bajo la batuta de Daníel Bjarnason, con arreglos de la premio Pulitzer Caroline Shaw, el disco es una exploración sinfónica y espiritual. En él, Rosalía se adentra en la mística femenina, la fe y la transformación. La portada, en la que aparece vestida con un hábito blanco y un velo, es toda una declaración: la antigua Motomami ha muerto y de ella ha renacido otra figura, más serena, casi celestial
Su estética actual —vestidos blancos, velos, diademas con alas— es coherente con esta metamorfosis. El rubio en la parte superior de su cabello, que crea un efecto de halo, no es casual: es la visualización literal del nuevo símbolo que guía su narrativa. Rosalía ha construido una liturgia contemporánea.
En El Mal Querer ya había sacralizado lo popular; en Motomami lo llevó al extremo de lo terrenal, lo urbano. Era una figura rebelde que mezclaba cuero con espiritualidad posmoderna. Pero ahora ese personaje se disuelve. Lo que emerge es una nueva identidad, quizás el alter ego opuesto: si la Motomami era oscuridad y carne, LUX es luz y trascendencia. La artista parece haber cambiado el gesto performativo por la contemplación. Donde antes había exceso, ahora hay silencio. Donde antes había velocidad, ahora hay pausa. Las uñas, antes largas como una extensión de su fuerza, ahora se reducen a lo esencial.
Las uñas naturales, la tendencia (y su significado)
Si bien podemos atribuir a Rosalía muchas cosas, no podemos atribuirle en este caso que sea la precursora de la tendencia de las uñas naturales, ese es un río que lleva tiempo corriendo. La sociedad está luchando contra una dualidad extrema y experimentando un retorno a lo natural, a lo tradicional. Ese auge de la nostalgia que parece invadirnos tiene su razón de ser, buscamos consuelo en el pasado ante un presente insatisfactorio. Rosalía, que ha vivido en los opuestos, parece sumarse a este hilo. Con su nuevo disco, su nueva estética y sus nuevas uñas, pretende acercarse a lo celestial para que lo terrenal no se sienta tan vacío.
El lenguaje del blanco: moda, fe y símbolo
El blanco en su vestuario, los rosarios como joya, el luto de sus prendas o el brillo perlado que ha dominado sus últimas apariciones construyen ese relato de elevación. No es religión literal, es una espiritualidad estética. En un momento en que la cultura pop y la moda vuelven a mirar lo sagrado —como lo hizo el Givenchy de Alexander McQueen o John Galliano en Margiela—, Rosalía se inserta en esta conversación global. El resultado es una figura que parece renunciar al ego escénico para buscar algo más. En ese contexto, su manicura natural no es un detalle menor: es parte y forma de su nuevo lenguaje. Lo que no podemos conocer es si este nuevo lenguaje ha calado en su persona o es solo la máscara del personaje.
Si algo caracteriza a Rosalía es su capacidad para construir mundos. Y LUX parece ser el más íntimo de todos. Este cambio puede leerse como un movimiento hacia la fe, hacia la idea de confiar en la belleza como una vía más de trascendencia. El gesto también encierra una crítica sutil a la saturación contemporánea. Vivimos, como sociedad, un momento de agotamiento estético: lo artificial ha perdido su magia.
