Cristina Cifuentes, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, ha recordado un episodio que marcó su vida con una intensidad que pocos pueden imaginar. A sus 61 años, la vida de Cifuentes ha conocido luces y sombras, triunfos profesionales y algunos tropiezos públicos, pero hay un momento que marcó un antes y un después: el grave accidente de moto que sufrió en 2013 y que la mantuvo 20 días en la UCI en estado crítico. Ha sido en una reciente conversación en el pódcast Zodiac, donde la expolítica ha abierto el corazón como nunca antes y ha contado con sorprendente serenidad cómo vivió esos días de vida y muerte en el Hospital Universitario La Paz de Madrid. “No borraría mi estancia en la UCI de La Paz”, confesó, recordando el impacto que tuvo en su vida y su forma de entender el mundo.
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Un accidente que cambió todo
Corría el 20 de agosto de 2013 cuando, circulando en motocicleta por el Paseo de la Castellana, un coche se cruzó en su trayectoria y la embistió con violencia. El impacto fue brutal: la lanzó contra una valla y le provocó un traumatismo torácico severo. Los servicios de emergencia la trasladaron de urgencia al hospital, donde fue intubada y sometida a un coma inducido. Su vida pendía de un hilo y los médicos reconocieron que el riesgo vital era real y constante.
Durante casi tres semanas permaneció en la Unidad de Cuidados Intensivos —un periodo que, según la propia Cifuentes, la llevó “al límite” tanto física como emocionalmente. Fue un tiempo en el que la confrontación con la muerte fue más cercana de lo que muchos podríamos imaginar.
El momento decisivo: aceptar y perdonar
Ante la enorme presión física y el dolor constante, Cifuentes tomó una decisión personal profunda: dejar de luchar por seguir adelante. “Decidí que me iba a dejar llevar, que ya no aguantaba tanto dolor y sufrimiento”, relató con una sinceridad escalofriante. Fue entonces cuando afirma haberse preparado para morir —no con miedo, sino con una extraña serenidad que solo aquellos que han rozado el final pueden comprender.
Pero en ese proceso extremo halló una verdad inesperada: el perdón. “Descubrí que cuando te preparas para morir de manera consciente tienes que perdonar. Perdoné a todos y me perdoné a mí misma”, explicó. Ese acto de reconciliación interna, dice, fue clave para encontrar una tranquilidad que no había experimentado antes.
Sin miedo a morir y con una nueva paz
Más de diez años después de aquel episodio, Cristina Cifuentes explica que ya no tiene miedo a la muerte. Esa transformación se ha hecho visible incluso en su participación en el programa Hasta el fin del mundo, en el que se enfrenta a situaciones exigentes, físicas y emocionales, con una compostura que ha sorprendido a compañeros y espectadores.
Durante una etapa del programa de televisión en el que participa, 'Hasta el fin del mundo', por ejemplo, cuando un susto en carretera provocó nerviosismo entre sus compañeros, ella mantuvo la calma absoluta. “Yo ya no tengo miedo a ese tipo de cosas”, comentó, sorprendiendo incluso a quienes no conocían la profundidad de su pasado. También contó que, durante los días críticos tras el accidente, pensó en sus hijos y sintió que estaban “cada uno en su sitio”. Esa paz interior, explica, se fraguó precisamente en esos días de lucha entre la vida y la muerte.
Secuelas físicas y una vida transformada
A pesar de haber superado aquel trance, las secuelas del accidente persisten: los médicos le han indicado que debe evitar cargar peso durante largos períodos, algo que la acompaña incluso en sus proyectos actuales. En el programa de TVE, por ejemplo, es su compañera Alba Carrillo quien lleva la mochila durante los tramos que exigen esfuerzo físico. Un gesto pequeño que conecta el pasado y el presente, mostrando que, aunque la vida sigue, ciertos límites quedan marcados a fuego.
Para Cifuentes, aquella experiencia fue una puerta hacia la comprensión de lo esencial: la paz interior, el perdón y la aceptación de que la vida puede cambiar en un instante. Hoy, a sus 61 años, comparte ese aprendizaje con naturalidad y serenidad, y nos recuerda que, incluso cuando tocamos fondo, es posible encontrar luz.
