Curva a curva, kilómetro a kilómetro, la carretera se aleja de la costa y se adentra en la espesa niebla que, con intensidad, se va haciendo dueña del paisaje. Porque Monchique se aferra con fuerza a la sierra algarvía, húmeda y con olor a eucalipto, transformándolo en un rincón en el que el tiempo parece no pasar. Y, en cierta manera, así es: aquí, envuelta en la naturaleza y rodeada de picos que alcanzan los mil metros de altura, la localidad lusa sigue haciendo honor a aquellos tiempos en los que lo más granado de la sociedad acudía para disfrutar de sus aguas termales y del balneario Caldas de Monchique, hoy aún activo.
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Por eso, este viaje da inicio, precisamente, haciendo check-in en el mítico Pure Monchique Hotel (puremonchiquehotel.com), el recientemente renovado espacio del Villa Termal das Caldas da Monchique Spa Resort, en cuyas 18 habitaciones y 4 suites nos entregamos a los mimos y cuidados de su personal dispuestos a rememorar épocas pasadas.
Con el bañador puesto y envueltos en albornoz, nos acercamos hasta la zona de spa, donde aguardan piscinas termales, duchas Vichy, sauna, baño turco y hasta tratamientos especiales con barros.
Sus aguas minerales, alcalinas y ricas en bicarbonato y flúor, nacen de las entrañas de la tierra, allí donde el valle tectónico divide la sierra de Monchique, y contribuyen de manera especial y única a nuestra relajación y bienestar. Con un Ph de 9,5, ayuda a la curación y prevención de enfermedades cutáneas, algo ya conocido desde época romana, como lo demuestran los restos arqueológicos encontrados en distintas zonas de la región y las inscripciones en latín que hablan del agua de “Mons Cicus” –origen latino de Monchique– como sagrada.
Un paseo entre buganvillas y artesanos
No puede faltar una tarde dedicada al simple placer de caminar por las calles empedradas de Monchique. Un destino que invita a ser explorado a pie, sin mapas ni relojes que dirijan la ruta. Avanzando entre estrechas calzadas, cuestas, y la calma que domina el ambiente, saludamos a los vecinos en la praça dos Chorões, punto de encuentro de locales, mientras el rumor de la fuente acompaña de fondo. Desde allí, las casas encaladas se despliegan por doquier, con sus puertas coloridas y sus buganvillas.
Tampoco escatiman por estos lares en coquetas tabernas en las que animarse con un chupito de madroño, licor local elaborado a partir de los frutos del árbol del mismo nombre. Atesora esta delicia de alta graduación alcohólica siglos de historia, pues fue allá por el siglo X, en la época en la que los árabes dominaban la zona, cuando se comenzó a producir. Saboreado el licor, seguimos en busca de los numerosos talleres que se reparten por las calles de Monchique, donde los artesanos dan forma a piezas únicas que llevarnos a casa de recuerdo.
Es el caso del Atelier de Leonel Telo, a quien ha comenzado a tomar el testigo su hija Madalena. Piezas únicas de cerámica repletas de inspiración botánica: la artesana utiliza hojas y flores del entorno para decorar sus creaciones. Algo más arriba del pueblo, el Estudio Bongard es una puerta a la pura fantasía donde las figuras creadas por Tara y Sylvain conquistan cada rincón de su atelier y de su jardín, llenando de vida y de extrañas criaturas su particular universo.
De repente, otro de los monumentos clave en Monchique se alza frente a nosotros: no hay nada como indagar en el interior de la Igreja Matriz, una construcción del siglo XVI que sorprende por su pórtico de estilo manuelino y un interior sencillo. No muy lejos, desde el miradouro de São Sebastião, caemos rendidos –otra vez– a los encantos del paisaje que rodea este singular lugar, un mosaico de verdes árboles y tejados rojizos que, no habrá remedio, tendremos que inmortalizar.
Para celebrar tanta belleza, no se nos ocurre mejor plan que el de dar buena cuenta de la gastronomía algarviana. Un reto que llevar a cabo en cualquiera de sus afamados restaurantes: en Foz do Banho podremos optar por cabrito asado en horno de leña o un tradicional cocido de col local. Unos entrantes a base de embutidos de cerdo será la mejor manera de arrancar el festín en Jardim das Oliveiras (jardimdasoliveiras.com), en plena sierra, en cuya carta predominan las opciones de caza. En el restaurante A Charrette, nos animamos con unos calamares rellenos y unos frijoles con arroz y castañas. Un banquete sin igual que necesitará de un buen paseo para bajar la comida.
Con las botas puestas
Y lo decimos de manera literal: nos calzamos las zapatillas de trekking y nos preparamos con ropa cómoda para disfrutar de la naturaleza, esa que es protagonista indiscutible de la Sierra de Monchique, en todo su esplendor. Para ello, tenemos donde elegir: hay tantas rutas repartidas por el territorio, que solo habrá que decidir por cuál de todas ellas decantarnos. Eso sí: la mayoría de ellas forman parte del Sendero de Gran Recorrido conocido como Via Algarviana (viaalgarviana.org), que conecta Alcaoutim, en la frontera con España, con Cabo de San Vicente, en la costa oeste, a lo largo de casi 300 kilómetros que atraviesan paisajes serranos, barrancales y parte del Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina. 300 kilómetros que, a su vez, se desgranan en multitud de pequeños senderos de temáticas concretas y extensiones diversas. Una de ellas es el PR7, el Percurso das Hortas, que rodea el pueblo de Monchique.
Un interesante recorrido marcado, sobre todo, por la presencia de actividad agrícola y forestal que nos regala, a cada paso, exuberantes panorámicas colmadas de huertas, de plantaciones de árboles frutales y de bosques de robles, encinas y alcornoques. Los bancales aparecen a ambos lados repletos de maíz y de coles, de judías, boniatos y limoneros. Otra alternativa es el PR8, conocido como Pelos Caminhos de Alferce, que nos permite descubrir a lo largo de algo más de 8 kilómetros aspectos geológicos asociados al macizo de Monchique como la erosión producida por los ríos, o diferentes fuentes de agua.
Una última opción, el PR9 o Entre Vale o Castelo, se desarrolla por la parroquia de Alferce y nos lleva a disfrutar de los paisajes de la Sierra de Monchique, rodeados de madroños y combinando las vistas con pequeños atisbos de mar en la lejanía. Tras bajar un prolongado descenso en zigzag, llegará el momento de descalzarse para cruzar un pequeño riachuelo y refrescarnos así el alma. Antes de alcanzar el final, algo más de tres horas después, no será mala idea hacer una parada en una pequeña bodega local de madroño, para despedir el viaje casi como lo arrancamos, con un brindis por los lugares bellos que aún esconden esta afamada región. Este deslumbrante Algarve secreto donde la montaña y el mar, se miran desde lejos.
