Está decidida a “romper de una vez por todas con los falsos mitos” y contarnos, después de tantos años, su verdadera y fascinante historia… Por un sencillo motivo: “ha llegado la edad de poder hacerlo”.
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La esperada autobiografía de Isabel Preysler llega este miércoles, 22 de octubre, a las librerías. El libro en el que repasa, con sinceridad, los capítulos más importantes de su vida, aunque nos reconoce que, tras este ‘viaje’, ahora sólo tiene un ‘miedo’: “el juicio de los lectores”.
Isabel quiso enviar, antes de su publicación, el manuscrito a sus hijos, como ella misma nos confiesa, porque ellos también son protagonistas de estas memorias.
“Son lo más importante de mi vida junto a mis nietos. Desde que me levanto hasta que me acuesto no puedo dejar de pensar en ellos”, reconoce en sus páginas.
Pero si ha habido un episodio durísimo de relatar en toda esta historia fue, sin duda, su separación de sus hijos mayores, Chábeli, Julio y Enrique. El día que los dejó en el aeropuerto de Barajas, siendo unos niños, para que pusieran rumbo a una nueva vida en Miami, “lejos de mí”, fue “el más triste” que recuerda. “Cuando la seguridad de tus hijos corre peligro, tomas decisiones muy difíciles, aunque el corazón se te rompa en mil pedazos”.
Y con su corazón roto, tuvo que asumir que aquel viaje duraría “mucho tiempo”… “pero jamás creí que iba a ser para siempre”.
Ahora todo ha cambiado. Los kilómetros de distancia que siempre se antojaban inmensos se sienten menos con las constantes llamadas al otro lado del Atlántico.
“Para la gente soy la madre de Enrique Iglesias y eso me encanta”
Habla de todos ellos con emoción y orgullo. Y entre esos capítulos especiales habla de Enrique, quien fuera “mi bebé durante muchísimos años”.
Todavía se estremece al recordar una trágica noche en la que el pequeño Enrique se metió en una bañera hirviendo –“tenía toda la piel enrojecida y no paraba de llorar”- y rememora su ‘engaño’: “Chábeli y Julio siempre me decían que no era tan bueno como me parecía a mí (…) Siempre ha sido el más travieso de los tres”.
Aunque no fue el único secreto del pequeño. Explica que ese niño que la “volvía loca” ocultó, durante años, su talento en la pista de baile –“tenía mucho ritmo”- y su verdadera pasión: la música.
Enrique soñaba con triunfar en la música. Al igual que su padre, el cantante español más universal.
Sin embargo, “ni tan siquiera a mí me contó absolutamente nada hasta que no le aceptaron su primera demo. Fue la seño la que le dejó un dinero porque confiaba plenamente en él”.
Estuvo trece años componiendo canciones sin que nadie lo supiera, y cuando se enteró, “no pude evitar preocuparme por su futuro. Le pedí que no dejara los estudios, que terminara su carrera y después se dedicara de lleno”.
Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Enrique quería ser artista. Llegó el momento de contárselo a su padre -en una “tensa conversación”-, que llamó después a Isabel: “traté de calmarle”.
“Cada uno reaccionó de una manera diferente”, explica. “Y me veo obligada a decir, sintiéndolo mucho, que Julio en aquel momento y más adelante, no se portó con Enrique como un padre debería haber hecho con su hijo, sobre todo teniendo en cuenta que los dos tenían la misma profesión”.
“La actitud de Julio le dolió profundamente a Enrique, y resultó ser, para mí, una fuente de disgustos y tristezas”.
Pese a los sinsabores, el tiempo demostró que había nacido una nueva estrella. Enrique sigue triunfando con su música alrededor del mundo, batiendo récords, llenando estadios… E Isabel ha pasado a ser “la madre de Enrique Iglesias y eso me encanta”.