Un psicólogo, sobre el éxito de 'El verano en que me enamoré' entre mujeres de 30 y 40 años: "El triángulo amoroso representa un dilema universal”


Luis Antón nos explica los motivos que hay tras esta atracción a pocas horas de emitirse el episodio final


El verano en que me enamoré© thesummeriturnedpretty
17 de septiembre de 2025 - 7:28 CEST

El día que esperaban todos los fans de El verano en que me enamoré por fin ha llegado. El último capítulo se emite este miércoles 17 de septiembre en Prime Video, desvelando por fin el desenlace. Se despide así una serie que ha conquistado a un público de lo más variopinto, mucho más allá del target adolescente al que, en principio, podría ir dirigida. Y, mientras la pregunta más repetida estos días es "¿Team Conrad o Team Jeremiah?", cabe también plantearse otra cuestión: ¿Por qué esta serie triunfa especialmente entre mujeres de 30 y 40 años?

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© thesummeriturnedpretty

La serie, basada en las novelas de Jenny Han, ha sido un auténtico fenómeno juvenil. Pero también ha conseguido enganchar a una audiencia de otra generación, un público principalmente femenino y adulto. Tal y como nos explica el psicólogo Luis Antón, del centro IPSIA de Madrid, "las ficciones románticas funcionan como reforzadores emocionales inmediatos: después de un día marcado por responsabilidades laborales, familiares y rutinas, ver una serie ligera y cargada de emociones intensas proporciona gratificación rápida en forma de evasión y placer". Desde el punto de vista conductista, la temática de El verano en que me enamoré "evoca recuerdos y emociones asociadas a la adolescencia —los primeros amores, la libertad de los veranos, la amistad—, lo que incrementa la probabilidad de seguir consumiéndola", señala el experto.

© Erika Doss/Prime

La neurociencia tiene también mucho que decir aquí: según la antropóloga Helen Fisher, el sistema de dopamina, vinculado a la anticipación y recompensa del amor romántico, se activa de la misma manera en adolescentes que en adultos. Es lo que genera "esa sensación de enganche”, apunta Antón. 

Pero no solo influyen los factores biológicos en la atracción irresistible que ejerce la serie en este tipo de audiencia. Como nos cuenta el psicólogo, "hoy en día, muchas mujeres entre 30 y 40 años no siguen los mismos guiones vitales de generaciones anteriores. Se ha retrasado la edad de la maternidad y la convivencia, y han aumentado tanto la soltería como los hogares no tradicionales". De hecho, si nos fijamos en esta franja de edad, tan solo un 41% de las mujeres están casadas o emparejadas, un 22% menos que en 2011. "Esta menor estabilidad relacional cambia la manera en que se consumen los relatos amorosos", aclara. 

Hay, además, un factor nostálgico, y es que "ver una serie adolescente permite revivir la ilusión del primer amor en un entorno seguro, sin exponerse al riesgo de la inestabilidad real". Ese primer amor deja huella en el cerebro. Recordar las vivencias de la primera juventud va más allá de la añoranza de tiempos pasados, pues nos permite reconectar con esa parte de nosotros mismos caracterizada por la curiosidad, la libertad y la experimentación de amores idealizados, como indica el experto. "De ahí que los relatos sobre primeros amores resulten tan poderosos décadas después", concluye.

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El psicólogo comenta, citando a la socióloga Eva Illouz, que “el amor en la modernidad se ha convertido en un terreno de incertidumbre estructural”. Por eso, muchas mujeres encuentran en la ficción guiones emocionales "que les ayuden a dar sentido a su experiencia amorosa". Además, la maternidad se ha convertido en un proyecto altamente demandante en las sociedades contemporáneas (lo que se conoce como "intensive mothering", término acuñado por Sharon Hays) y esto lleva a muchas mujeres a "retrasar o incluso evitar la maternidad para poder vivir otras experiencias vitales". En un contexto como este, series como El verano en que me enamoré dejan de ser una simple distracción para convertirse en un lugar seguro en el que explorar, de forma simbólica, deseos y caminos alternativos.

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Sin olvidar la dimensión del deseo: "Es igualmente fundamental. Como recuerda Esther Perel, el deseo se alimenta de la imaginación, la novedad y la transgresión. Este tipo de ficciones abre una ventana simbólica hacia un espacio lúdico y menos controlado que la vida adulta, permitiendo a las espectadoras reconectar con una parte de sí mismas que queda eclipsada por la rutina diaria". En síntesis, El verano en que me enamoré incluye la combinación perfecta de ingredientes para enganchar a mujeres de 30 y 40 años: "El refuerzo inmediato, la activación biológica universal del enamoramiento, la necesidad cultural de nuevos guiones románticos, la tensión entre seguridad y deseo", enumera el experto.

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El triángulo amoroso y su atractivo universal

En El verano en que me enamoré, la protagonista, Belly, se debate entre el amor de los hermanos Fisher, Conrad y Jeremiah. Un dilema romántico que nunca pasa de moda, y con un fundamento que se apoya en la psicología. "El triángulo amoroso es un recurso narrativo tan recurrente porque activa varios mecanismos psicológicos universales", nos explica Antón. "El espectador nunca sabe con quién se quedará la protagonista, y esa incertidumbre funciona como uno de los estímulos más adictivos, manteniendo la atención episodio tras episodio".

Las personalidades opuestas de los dos hermanos tampoco son fruto de la casualidad: "El amor romántico activa los mismos circuitos cerebrales que las adicciones", nos cuenta, y añade: "El triángulo representa un dilema universal: elegir entre la seguridad y la ternura (Jeremiah) o la pasión intensa y el misterio (Conrad). Este conflicto conecta con lo que Esther Perel describe como la tensión permanente entre el deseo de estabilidad y la necesidad de novedad y excitación en las relaciones humanas", revela el experto. 

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El fenómeno de escoger entre Team Conrad y Team Jeremiah recuerda a otros debates similares de la ficción. Edward y Jacob en Crepúsculo, Peeta y Gale en Los Juegos del Hambre, Damon y Stefan en Crónicas vampíricas... pero, ¿por qué nos gusta tanto “tomar partido” en este tipo de rivalidades románticas? Luis Antón lo explica así: "Dividirse en bandos frente a un triángulo amoroso no es un simple juego: responde a mecanismos psicológicos y sociales muy potentes. Funciona como un refuerzo social: elegir 'equipo' genera conversación, pertenencia grupal y validación por parte de quienes comparten nuestra elección. Este refuerzo positivo aumenta la implicación emocional con la serie".

"Las personas tienden a organizarse en grupos, refuerza el sentido de identidad y pertenencia. Cuando hay más de una opción posible, la incertidumbre y la comparación aumentan el interés. Al elegir bando, el espectador se implica en esa dinámica competitiva de manera simbólica". En este sentido, escoger entre Conrad y Jeremiah va más allá de preferir a un personaje: implica también "proyectar valores morales y deseos propios: pasión versus seguridad, misterio frente a ternura, aventura frente a estabilidad. Así, cada equipo encarna modelos distintos de amor que resuenan con dilemas reales de la vida adulta". 

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¿Distracción inofensiva o riesgo en potencia?

Series como El verano en que me enamoré cumplen una función emocional muy clara, según nos revela el psicólogo: "Actúan como espacios de evasión y juego. Después de un día lleno de obligaciones, ver una serie romántica ligera proporciona gratificación inmediata y reducción del estrés, lo que incrementa el bienestar momentáneo". ¿Quién no ha optado alguna vez por relajarse delante de la televisión tras una larga jornada laboral? "Los adultos necesitan espacios simbólicos de novedad y transgresión para mantener vivo el erotismo y la imaginación. Estas ficciones ofrecen precisamente eso: un recordatorio de la pasión y el juego, sin los costes reales de la vida cotidiana. Son manuales emocionales que ayudan a las personas a interpretar sus propias experiencias, a resignificar sus deseos y a posicionarse socialmente", añade Antón. 

Sobre si el consumo de este tipo de ficciones puede suponer algún perjuicio, el experto es claro: "En general, el efecto es positivo, porque aporta alivio emocional, diversión y un espacio simbólico para explorar dilemas de amor y deseo". Pero también existe el riesgo de generar "expectativas irreales sobre las relaciones", advierte Antón, puesto que idealizar constantemente amores “líquidos”, como señalaba el sociólogo Zygmunt Bauman, puede "aumentar la frustración con los vínculos reales, que requieren negociación y compromiso".

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Al fin y al cabo, la enorme popularidad de este tipo de tramas dice mucho sobre cómo vivimos el amor y el deseo a lo largo de la vida: "Nos recuerda que son motores vitales en cualquier etapa de la vida. Aunque cambien nuestras circunstancias, seguimos respondiendo a los mismos estímulos narrativos que en la juventud, porque la emoción del enamoramiento es universal y atemporal".  Y, como nos recalca el psicólogo: "El ser humano busca equilibrar estabilidad y novedad. Las ficciones románticas permiten ensayar, sin riesgo, esa tensión entre lo que nos da seguridad y lo que nos enciende el deseo". 

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