Andrés Roca Rey abre las puertas de su paraíso andaluz, ‘La Consentida’: sueños cumplidos, amor y raíces familiares


"Esta casa es mucho más que una propiedad. Es un pedazo de mis raíces en tierra ajena, un espacio donde puedo soltar la presión, dejar de ser Roca Rey y volver a ser simplemente Andrés"


© Chesco López
1 de septiembre de 2025 - 6:33 CEST

Es el diestro que pulveriza récords, que cuelga en todas las plazas el cartel de "no hay billetes", que enardece a la afición y que ha despertado en los jóvenes la atracción por la tauromaquia bien entendida. Andrés Roca Rey es todo eso, pero también es el hombre que, por muchas puertas grandes que abra, necesita poner los pies en la tierra y reencontrarse consigo mismo, después de rozar el cielo, la gloria. 

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Andrés Roca Rey nos recibe en su refugio más especial en España, "La Consentida", una finca de diez hectáreas que adquirió hace cinco años en la localidad sevillana de Gerena: "Aquí no hay trajes de luces, no hay focos, no hay ruido...Solo el campo, el silencio y los recuerdos que traigo conmigo desde Lima"

Para ello cuenta con su refugio más especial en España, "La Consentida", la finca de diez hectáreas que adquirió, hace cinco años, en la localidad sevillana de Gerena y en la que nos recibe para mostrase tal como es: sin trajes de luces, sin artificios, sin filtros. Es el lugar donde el peruano halla la calma y la inspiración, el lugar donde entrena, se prepara y se enfrenta a la verdad.

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Aquí una vista de la fachada de la casa

—Andrés, después de tantos años en España, ¿qué significa para ti tener un lugar propio en el que poder volver a ser "el chico de Lima", lejos del traje de luces?

—Para mí, esta casa es mucho más que una propiedad. Es un pedazo de mis raíces en tierra ajena, un espacio donde puedo soltar la presión, dejar de ser Roca Rey y volver a ser simplemente Andrés. Aquí no hay trajes de luces, no hay focos, no hay ruido… solo el campo, el silencio y los recuerdos que traigo conmigo desde Lima. Me recuerda que, antes de ser torero, fui un niño con sueños grandes y bolsillos vacíos de certezas. Es un sitio que me ayuda a no perder el norte, a seguir siendo el mismo que salió de su casa, en Perú, con una maleta pequeña y una ilusión enorme.

"Me ayuda a no perder el norte, a seguir siendo el mismo que salió de su casa, en Perú, con una maleta pequeña y una ilusión enorme"

—¿Qué tiene el campo para que se haya convertido en tu refugio y también en parte de tu preparación como torero y como persona?

—El campo tiene una forma muy pura de enseñarte las cosas. Aquí todo es real, sin filtros. Los animales, la tierra, el silencio… nada te miente. El campo me recuerda que la vida y la muerte conviven de forma natural, y eso para un torero es una lección constante. Aquí uno aprende a escuchar más que a hablar, a tener paciencia, a entender que todo tiene su tiempo. 

Es un refugio porque me permite curarme por dentro, pero también es un lugar de preparación, porque la calma que encuentras aquí te da fuerza para enfrentar el ruido y la intensidad de una plaza. Al final, es como un espejo: si llego al campo inquieto, me devuelve calma; si llego en calma, me devuelve inspiración.

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La plaza de toros que alberga la propiedad

—Cuando estás aquí, lejos de las plazas, ¿cómo es un día normal para ti?

—Me gusta levantarme y agradecer, desayuno tranquilo y pienso en mis cosas. Me voy a torear de salón, que es un ejercicio muy espiritual y hace que mi día esté lleno de paz y tranquilidad. Hago ejercicio. También leo, escucho música, pienso mucho… y otras veces no pienso en nada. Me aburro. Me gusta aburrirme cuando puedo aprovecharlo para descansar. Son días que me ayudan a recordar que la vida también está hecha de momentos tranquilos y que no todo tiene que ser una faena de máxima tensión.

"En la plaza, la soledad te pone a prueba; en el campo, la soledad te cura. Y creo que un torero necesita las dos: la que lo fortalece y la que lo sana"

—¿La soledad que encuentras en el campo es diferente a la que se siente en el ruedo?

—Sí, son soledades muy distintas. En el ruedo, la soledad es intensa, casi brutal. Aunque haya miles de personas mirándote, estáis tú y el toro… y nada más. Es una soledad que te exige decisiones rápidas, que te enfrenta a tus miedos más profundos. En cambio, en el campo, la soledad es más suave, más generosa. Aquí no te exige nada, simplemente, te acompaña y te deja respirar. En la plaza, la soledad te pone a prueba; en el campo, la soledad te cura. Y creo que un torero necesita de las dos: la que lo fortalece y la que lo sana.

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Tres ángulos del coso, semioculto entre jaras y encinas

—La casa respira tradición, pero también modernidad. ¿Es una manera de reflejar tu propio carácter, que mezcla raíces y evolución?

—Exactamente. Siempre he creído que, para crecer, hay que tener los pies firmes en la tierra y la mirada abierta al horizonte. La tradición me recuerda de dónde vengo, los valores que me han formado y lo que no debo olvidar nunca. La modernidad me impulsa a buscar nuevas formas, a no quedarme quieto, a evolucionar sin miedo. 

En el toreo y en la vida, quedarse solo en la tradición te encierra, y solo en la modernidad, te desconecta. Aquí, en esta casa, conviven las dos: paredes que cuentan historias y rincones que hablan de lo que aún está por venir. Creo que eso también soy yo, un puente entre lo que aprendí de niño y lo que quiero seguir descubriendo como hombre.

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—Más allá del valor histórico o estético, ¿qué simboliza para ti cada cabeza de toro y cada cartel que tienes en la casa?

—Cada cabeza y cada cartel son pedazos de mi vida. No son trofeos fríos, son recuerdos vivos de tardes en las que me jugué todo, a veces con triunfo y otras con otros recuerdos por lo que me enseñó ese toro. Algunos me recuerdan la gloria, otros me recuerdan el dolor… pero todos me enseñaron algo. No los tengo para presumir, sino para no olvidar. Cuando los veo, me hablo a mí mismo: "Por esto mereció la pena levantarte aquel día" o "aquí aprendiste que no siempre se gana, pero siempre se crece". Son mi manera de mantener la memoria despierta, porque un torero que olvida sus batallas corre el riesgo de no aprender nada de ellas.

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"En el ruedo, la soledad es intensa, casi brutal. Aunque haya miles de personas mirándote, estáis tú y el toro... y nada más. Es una soledad que te exige decisiones rápidas y que te enfrenta a tus miedos más profundos", nos cuenta Roca Rey, que posa, con pantalón de Silbon, en su plaza, donde entrena y hace tentaderos

"El toreo te eleva, te lleva a lugares increíbles, pero también puede arrastrarte a momentos muy duros. El amor, la familia y los amigos son los que te devuelven a tierra firme"

—¿El arte que te rodea —cuadros, esculturas, música— es también una fuente de inspiración en tu toreo?

—Muchísimo. El arte, en cualquiera de sus formas, tiene algo que despierta emociones que luego uno lleva a la plaza. Un cuadro puede transmitirte la serenidad de una línea perfecta o la fuerza de un trazo violento; una canción puede recordarte un momento de tu vida y ponerte en el estado de ánimo exacto para torear. Creo que el arte te enseña a mirar con otros ojos, a sentir más hondo, y eso en el ruedo es fundamental. El toreo no es solo técnica, es transmitir lo que llevas dentro, y para eso hay que alimentar el alma. Rodearme de arte es como entrenar el corazón para que, cuando llegue el momento, hable más alto que el miedo.

"En el fondo sigo siendo ese chico que se subió a un avión con más ilusión que certezas. Han pasado diez años y he vivido momentos que jamás hubiera soñado y también otros que no hubiera querido vivir"

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En el salón, Roca Rey nos dice: "La tradición me recuerda de dónde vengo, los valores que me han formado y lo que no debo olvidar nunca. La modernidad me impulsa a buscar nuevas formas, a no quedarme quieto, a evolucionar sin miedo"

—Has dicho que los animales, especialmente los perros y los caballos, te aportan paz. ¿Qué te enseñan ellos que luego te sirva en la plaza?

—Los animales no entienden de títulos ni de egos, solo de verdad. Un perro no te juzga por tus triunfos, te quiere igual si vienes de cortar orejas o de una tarde difícil. Un caballo te enseña a confiar, porque si no hay confianza entre los dos, no hay entendimiento posible. Esa pureza me recuerda que, en el ruedo, también hay que ir sin máscaras, entregándote tal cual eres. Los animales viven el presente sin pensar en lo que pasó ayer o en lo que pasará mañana, y eso es exactamente lo que un torero necesita para estar delante del toro: estar aquí y ahora, con todos los sentidos.

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Dos ángulos de la estancia y la sala de billar con cabezas de toro: "No son trofeos fríos, son recuerdos vivos de tardes en las que me jugué todo, a veces con triunfo y otras con otros recuerdos por lo que me enseñó el toro"

—Cumples diez años de alternativa y sigues llenando plazas. Si miras atrás, ¿qué queda de aquel joven que dejó Lima con una maleta llena de sueños?

Queda mucho más de lo que la gente imagina. En el fondo, sigo siendo ese chico que se subió a un avión con más ilusión que certezas. Han pasado diez años, he vivido momentos que jamás hubiera soñado y también otros que no hubiera querido vivir, pero la esencia es la misma: la ambición de seguir creciendo y el respeto por lo que hago. Lo único que ha cambiado es que ahora sé que los sueños cuestan más de lo que uno imagina… y que, si de verdad valen la pena, ese precio no importa.

 Lo malo es cuando el sueño pierde sentido. A veces pasa y es muy desagradable cuando eres torero, porque no hay peor cosa que arriesgar tu vida sin un sentido. Lo que me trajo hasta aquí fue el corazón y lo que me mantiene es la misma fe que tenía aquel chico de Lima.

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—En noviembre te enfrentarás a uno de tus mayores retos: seis toros en Acho, en tu tierra. ¿Es una manera de cerrar un círculo o de abrir uno nuevo?

—Para mí es abrir un círculo mucho más grande. Volver a Lima y encerrarme con seis toros no es un gesto de nostalgia: es una declaración de presente y de futuro. Es mirar a los ojos a la plaza donde soñé ser torero y decirle: "Aquí estoy, con todo lo que he vivido, pero con las mismas ganas que el primer día". Acho es más que una plaza para mí: es un lugar que me recuerda quién soy y por qué empecé. Allí estarán mi familia, mis amigos, mi gente… pero, sobre todo, estaré yo, frente a mí mismo, midiendo si sigo siendo digno de los sueños que me trajeron hasta aquí.

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Roca Rey en la sala de estar: "En el toreo y en la vida, quedarse solo en la tradición te encierra, y solo en la modernidad, te desconecta. Aquí, en esta casa, conviven las dos: paredes que cuentan historias y rincones que hablan de lo que aún está por venir"

"Lo único que ha cambiado es que ahora sé que los sueños cuestan más de lo que uno imagina... y que, si de verdad valen la pena, ese precio no importa"

—En el ruedo has compartido tardes con grandes figuras y también con rivales que llenan titulares. ¿Qué te ha enseñado la competencia sobre ti mismo?

—La competencia me ha enseñado que uno no torea contra los demás, sino contra sus propios límites. Claro que quieres estar mejor que el compañero, es parte de la esencia del toreo, pero la verdadera batalla es contigo mismo: con tus miedos, con tus dudas, con la tentación de conformarte. Los rivales te empujan a sacar lo mejor que tienes, pero también te muestran lo importante que es mantener tu propio camino

He aprendido que la ambición es buena si no te ciega, que puedes admirar a un competidor y, al mismo tiempo, querer superarlo. En el fondo, la competencia me ha hecho más consciente de quién soy y de lo que quiero seguir siendo.

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"El arte, en cualquiera de sus formas, tiene algo que despierta emociones que luego uno lleva a la plaza. Un cuadro puede transmitirte la serenidad de una línea perfecta o la fuerza de un trazo violento", afirma el diestro peruano, de 28 años
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"La respuesta es seguir"

—En el toreo se habla a veces de "soportar el peso de la púrpura". ¿Qué significa para ti y cómo se convive con eso? ¿Sientes que ese peso está relacionado con el hecho de ocupar el trono de primera figura? ¿Crees que algo así ocurre en otros sectores?

—En el toreo, "soportar el peso de la púrpura" significa entender que cada triunfo te coloca más alto, pero también más expuesto. Cuando estás en lo más alto, no todo lo que llega son aplausos; también recibes golpes que no vienen del toro. A veces, seguir tu propio camino despierta intereses contrarios y aparecen actitudes que te hieren, porque no atacan al profesional, sino a la persona. Es difícil de aceptar, sobre todo cuando lo que se busca es manchar lo que uno ha construido con esfuerzo y verdad.

Pero, al final, lo importante es que tu conciencia esté tranquila. No se puede vivir pendiente de desmontar cada mentira, hay que seguir adelante fiel a uno mismo. Y sí, creo que esto no es exclusivo del toreo: en cualquier ámbito donde alguien destaque, habrá quien quiera moverle el suelo, la diferencia es que, en esta profesión, te juegas la vida.

"A veces, seguir tu propio camino despierta intereses contrarios y aparecen actitudes que te hieren, porque no atacan al profesional, sino a la persona"

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—Más allá del toreo, ¿qué papel juegan el amor, la familia y la amistad en tu vida ahora mismo?

—Para mí son el ancla. El toreo te eleva, te lleva a lugares increíbles, pero también puede arrastrarte a momentos muy duros. Y en esos momentos, el amor, la familia y los amigos son lo que te devuelve a tierra firme. El amor, en cualquiera de sus formas, te enseña a cuidarte y a cuidar. La familia me recuerda siempre de dónde vengo y por qué lucho. Y los amigos, los de verdad, son esos que se quedan en los silencios, no solo en las celebraciones. Sin esas tres cosas, un torero corre el riesgo de confundirse y perder lo esencial. En mi vida, el amor, la familia y la amistad son lo que me permite ser Andrés, no solo Roca Rey.

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"El amor, en cualquiera de sus formas, te enseña a cuidarte y a cuidar. La familia me recuerda siempre de dónde vengo y por qué lucho"

 
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La piscina de la finca. Bajo estas líneas, una vista del porche, donde se divisan también las cabezas de toros. "No las tengo para presumir, sino para no olvidar. Cuando las veo, me hablo a mí mismo: 'Por esto mereció la pena levantarte aquel día' o 'aquí aprendiste que no siempre se gana, pero siempre se crece'. Un torero que olvida sus batallas corre el riesgo de no aprender nada de ellas", asegura Andrés

—Muchos jóvenes se identifican contigo no solo como torero, sino como persona. ¿Qué mensaje te gustaría dejarles sobre perseguir un sueño?

—Les diría que no se engañen: perseguir un sueño es hermoso, pero también duele. Habrá días en los que sientan que todo merece la pena y otros en los que se pregunten si vale el sacrificio. Y en ambos casos la respuesta es seguir. No hay atajos que valgan, solo trabajo, paciencia y fe en uno mismo. Les diría que se rodeen de gente que crea en ellos, pero que también les diga la verdad cuando se equivocan. Y que nunca, nunca, dejen de recordar por qué empezaron. Porque cuando el camino se pone difícil, es esa razón la que les va a levantar, igual que me ha levantado a mí tantas veces.

"Volver a Lima y encerrarme con seis toros no es un gesto de nostalgia: es una declaración de presente y de futuro", dice el diestro, que en noviembre enfrentará uno de sus mayores retos, en su tierra

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—Cuando se apagan las luces de las plazas y vuelves aquí, ¿en qué momento te sientes más plenamente Andrés y menos Roca Rey?

—Cuando, después de varios viajes, de pasar por tantas plazas y ciudades, vuelvo aquí y puedo caminar tranquilo por el campo y hacer una comida con mis amigos o estar con mi familia. Es el instante en el que el ruido queda lejos y lo único que escucho es el viento y los animales. Ahí me siento de nuevo Andrés, el chico que en Lima se emocionaba viendo toros y soñando con algún día estar ahí. Es un momento de verdad absoluta, sin expectativas ni miradas encima. Pero el torero siempre está conmigo; no desaparece, porque es parte de lo que soy. Simplemente, aquí, el hombre toma la delantera y el torero se queda en un segundo plano, descansando para volver con más fuerza.

Andrés se despide sin prisas, como quien no quiere romper el silencio del campo. Mientras habla, acaricia a uno de sus perros, que se ha acercado a sus pies, como si entendiera que aquí, lejos del bullicio de la temporada, su dueño respira de otra manera. "El campo me recuerda que todo en la vida tiene un tiempo y un sentido", dice mirando al horizonte. "El torero y el hombre viven juntos, y aunque a veces uno tome la delantera, el otro siempre está ahí. Porque lo que soy en la plaza nace de lo que soy fuera de ella. Y mientras tenga razones para seguir soñando, seguiré expresando… dentro o fuera del ruedo".

"El torero y el hombre viven juntos, y aunque a veces uno tome la delantera, el otro siempre está ahí, porque lo que soy en la plaza nace de lo que soy fuera de ella"

© © Chesco López
En noviembre, el diestro, que cumple diez años de alternativa, viajará a Acho, su tierra: "Es más que una plaza para mí: es un lugar que me recuerda quién soy y por qué empecé. Allí estarán mi familia, mis amigos, mi gente… pero, sobre todo, estaré yo, frente a mí mismo, midiendo si sigo siendo digno de los sueños que me trajeron hasta aquí"
TEXTO

Silvia Castillo

PRODUCCIÓN

Inés Domecq

FOTOGRAFÍA

Chesco López

PELUQUERÍA Y MAQUILLAJE

Manuel Cecilio

AYUDANTES DE PRODUCCIÓN

Reyes Basa y Esperanza Domecq

AYUDANTE DE ESTILISMO

Candi Cabral

ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA

Rocío Rudilla

LOOK 1CAMISA: SASTRERÍA PRATS
LOOK 2"BLAZER" Y JERSEY: RALPH LAUREN / ZAPATOS: LOTTUSSE
LOOK 3

Camiseta de Pedro Del Hierro, jersey de Ralph Lauren, pantalones de Tod’s y zapatos de Lottusse

LOOK 4CAMISA: SASTRERÍA PRATS
LOOK 5

Camisa de Silbon y pantalón de Pedro Del Hierro

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.