Decía que el día que vino al mundo -el 16 de julio de 1925- llegó con un presagio. Cuando una tetera de porcelana se deslizó de las manos de su padre, cayendo al suelo y rompiéndose en mil pedazos, su abuelo materno sentenció que aquella persona que acababa de nacer “hará mucho ruido”. El tiempo le acabaría dando la razón. A Jaime de Mora y Aragón, hermano de la reina Fabiola de Bélgica, le esperaba un destino singular.
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Dio su último suspiro en Marbella, la ciudad en la que brilló durante décadas, hace hoy treinta años; pero su peculiar estilo -inolvidables son su bigote, su bastón y su monóculo-, su forma de ver la vida -de todo un bon vivant-, y su fama de dandy le convirtieron en leyenda.
La “oveja negra”
El aristócrata que dibujó las noches marbellís, nació en verdad en uno de los barrios más castizos de la capital -Chamberí-. Quinto hijo de los marqueses de Casa Riera, se crio en el Palacio de Zurbano, en pleno corazón de Madrid.
Estudió bachillerato en el colegio alemán -hablaba ocho idiomas- y en otros de Inglaterra, Francia y Suiza -donde compartió pupitre con el Sha de Persia, Rainiero de Mónaco y Alfonso de Hohenlohe-. Tras cursar estudios de Derecho al otro lado del Atlántico -en la Universidad de Princeton-, pronto emprendió el vuelo y se dio a la vida bohemia, romántica y aventurera que le hizo leyenda.
Fue taxista, camarero, modelo -participó en varios spots publicitarios-, e incluso actor. De teatro, con obras como Las personas decentes me asustan, y de cine -aunque su última incursión fue en la televisión, en la popular serie Los ladrones van a la oficina-…. “Para mí todo eso era un negocio. Y bien es sabido que no le hago ascos al dinero”.
Pero, quizá, para muchos españoles, se dio a conocer por su hermana, Fabiola de Bélgica. Su relación con la Reina que se ganó el corazón de los belgas -su boda de cuento con el Rey Balduino fue todo un acontecimiento que paralizó el país e incluso fue retransmitido en la pequeña pantalla, en 1960- siempre estuvo en el punto de mira. Principalmente porque no se le permitió asistir al enlace y, de hecho, se enteró del compromiso por un periodista.
Como contaba Jaime Peñafiel en el programa Lazos de sangre, antes del ‘sí, quiero’, Jaime les permitió entrar a él y a Jesús Hermida al Palacio de Zurbano, “a cambio de una pesetitas”, y el entonces reportero se llevó consigo el diario de la futura soberana que había encontrado en una de las habitaciones -escondiéndoselo en su chaqueta-.
No trascendió su contenido y el preciado tesoro se le fue devuelto, después, a Fabiola, pero no se pasó por alto aquella ‘traición’. Jaime tuvo que ver, como tantos otros ciudadanos, la boda de su hermana por televisión, comenzando a alimentar así ese título de “oveja negra” de la aristocracia, si bien en una de sus últimas entrevistas en ¡HOLA!, ya nos advertía que se había transformado, con el tiempo, en un “visón blanco”. “En mi caso, la nobleza obliga a ser consecuente conmigo mismo”.
Margit, el gran amor de su vida
En 1958, se casó con la actriz mexicana Rosita Arenas -su matrimonio apenas duró dos meses-; pero el verdadero amor de su vida, Margit Ohlson, llamaría a su puerta unos años más tarde.
Cuando se conocieron en Ceilán, “sentí que era la mujer con la que debía compartir mi vida”. No lo vio de la misma manera la modelo sueca -que falleció hace seis años-: “no me prestó demasiada atención. Nos volvimos a encontrar en Roma, en una fiesta, y ahí tomé la determinación. La tomé de la mano y le dije: Voy a casarme contigo, no te alejes de mí”.
“Yo estoy completamente convencido de que mi finalidad en la vida era encontrarte, que para eso he nacido…”, confesaría ante una Margit, un tanto ruborizada, en nuestras páginas.
Se separaron en tres ocasiones y se casaron finalmente por la Iglesia el 18 de marzo de 1978, en Madrid, con su madre como madrina.
Guardaba, en un camafeo, un mechón de su pelo -aunque su mayor tesoro era un pañuelo, enmarcado entre cristal y plata, con el que recogió las últimas lágrimas de su madre-. “Soy un sentimental a la vieja usanza”.
El ‘Rey’ de Marbella
A principios de los sesenta, Jaime -al que su parentesco con la reina Fabiola de Bélgica le abriría las puertas de la alta sociedad europea- encontraría su lugar en el mundo: Marbella. Se instaló en la Costa del Sol -su refugio- en 1964, y sería allí donde, junto al príncipe Alfonso de Hohenlohe -fundador del Marbella Club y artífice del esplendor de la ciudad- comenzó su ‘reinado’.
“Era un ser especial, divertidísimo”, contaba Alfonso Ussía hace unos años en un artículo que reflejaba a la perfección que el ‘enfant terrible’ era el alma de la noche marbellí y sería imposible entender la ‘jet set’ de entonces sin él.
Relaciones públicas, fue también asesor del magnate multimillonario Adnam Kashoggi -“es un tostón, pero trabajar para él es muy rentable, aunque yo todavía no sepa de qué trabajo”, diría- e incluso llegaría a ser jefe de protocolo del Ayuntamiento bajo el mandato de Jesús Gil. Si bien en la memoria de muchos todavía queda el recuerdo de aquellas fiestas de cumpleaños -en rojo y blanco, o dorado y negro- en las que reunía a la beautiful people del momento, la que puso Marbella en el mapa -como Gunilla von Bismarck o Luis Ortiz-, convidando a todos a sacar sus mejores galas -él incluso hasta se ‘tatuaba’ el pecho para cada ocasión especial-.
Su gran secreto
En 1994, don Jaime nos revelaba su gran secreto: "Mi mujer y yo hemos adoptado como hijo a nuestro secretario, Fernando Díaz Santiago, que desde 1992 lleva mis apellidos". Tras el fallecimiento de Margit, a principios de 2019 -el matrimonio no tuvo descendientes-, como publicamos en ¡HOLA!, un despacho de abogados noruego se encargó de gestionar el reparto de su herencia y buscar a su hijo adoptado. Una misión que recayó en Fernando Renuncio -que se dedica a buscar herederos y patrimonios pendientes de reclamación-.
El investigador burgalés nos comenta que, en efecto, encontró a Fernando, quien "lleva una vida completamente anónima. Reside allí, en Marbella, supongo que en el piso que les dejaron sus padres adoptivos". Al principio, nos desvela, "me confundió con un paparazzi... pero le comenté que me habían hecho este encargo de un despacho noruego y que le mandaría toda la documentación de la herencia de tus padres adoptivos y nada más".
"Ni fui lo que quise, ni quise lo que fui"
"Nunca me ha asustado la muerte. No me pillará desprevenido porque desde hace muchos años tengo todos los detalles previstos", nos aseguraba el aristócrata doce años antes de su marcha. En 1978, sufrió su primer infarto de miocardio. Tres años después, le pusieron un marcapasos, y en 1984, sufrió una nueva dolencia cardiaca. Sin embargo, pese a que su salud se fue deteriorando, en los últimos años, se encontraba muy recuperado y nada hacía presagiar que aquel 26 de julio de 1995 se marcharía para siempre.
Se despidió del mundo en su querida Marbella -donde se guardó un día de luto en su recuerdo- y su capilla ardiente se instaló en la plaza del Parque de la Constitución, a la que miles de personas se acercaron para mostrar su cariño a su viuda: "Lo único que no ha cumplido", confesaría a ¡HOLA!, "es envejecer a mi lado, como tantas veces me había prometido". Hasta allí viajó, también, desde Bélgica, su hermana, la reina Fabiola -quien dos años antes había perdido a su marido-, con la que había vuelto a encontrarse tras cuarenta años de distancia, "ahora volvemos a ser los mismos hermanos que antes. Nada me podía hacer más feliz".
"He dispuesto en mi testamento -dejó dicho- que el día de mi entierro, si vive, Alberto Cortez cante Cuando un amigo se va, y si no vive, que lo coreen los presentes a ritmo sinfónico". El cantante, que se encontraba entonces en América, hizo llegar una grabación especial con su canción.
Jaime de Mora y Aragón no dejó nada al azar. Tenía escrito hasta su epitafio: "Ni fui lo que quise ni quise lo que fui". Parte de sus restos se hallan en el cementerio municipal marbellí. Los otros se los llevó consigo Margit, para que, algún día, pudieran descansar juntos para siempre. Ese era su gran deseo: la eternidad al lado de la mujer que logró romper la "animadversión" que, aseguraba, sentía en un principio hacia el matrimonio, y que estuvo con él hasta el final de sus días.