Luces estroboscópicas, cañones de fuego, espirales de arena, pianos ardiendo, micrófonos gigantes colgados del techo, batidoras americanas versión XXXXL, pasarelas de neón, juegos de espejos, plataformas que suben y bajan, decorados móviles, telones de terciopelo, cortinas de pedrería… Eurovisión es una fiesta para los sentidos, un lugar donde todo es posible y donde la televisión obra su magia pero… ¿Qué hay detrás de todo eso? ¿Qué se esconde tras las bambalinas? ¿Qué se mueve en los pasillos, entre cables y focos? ¿Dónde empieza el espectáculo y dónde se fabrican los ídolos? ¿Cuánto hay de industria y negocio y qué porcentaje de arte? ¿Gana siempre el mejor o el que juega sus cartas con más acierto? ¿Las cartas están marcadas o el croupier no sabe lo que hace? Y, a todo esto, ¿cuál es el papel del cuarto poder? Y cuando hablamos de "prensa" ¿hablamos de periódicos convencionales o de RRSS y boots virales?
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Esta noche se celebra la gran final de Eurovisión en Basilea. Melody actuará en el sexto puesto y, aunque quedan muy pocas horas para que sepamos quién se lleva el micro de cristal, aún no está nada decidido. Hay tiempo para muchas sorpresas. Es más, todo podría decidirse en el último minuto. ¿Te esperabas que Bélgica o Australia se descolgaran en las semifinales? ¿Que los nórdicos estén todos en la final es casualidad?
Aquí te damos algunas claves para que cuando suene el Te Deum, de Charpentier en La 1 de RTVE sepas a qué atenerte. Es el espectáculo televisivo no deportivo más grande del mundo, pero aquí participar no siempre es lo más importante y tampoco gana el que tiene más potencia vocal tiene. Bienvenidos a Eurovisión. El Festival de los Festivales.
163 millones de espectadores. Y todos vieron sobre una peonza gigante a Nemo, con su faldita evasé rosa y su bolero de plumas, ganar la 68 edición del Gran Prix de la Chançon. Ni los JJOO en las fases de atletismo consiguen esta gesta. Quizás la ceremonia de apertura y el pico de audiencia no coincide nunca ni en países ni continentes. Eurovisión logra lo imposible. Y lo hace desde que el mundo es mundo. O mejor dicho, desde que es tal y como lo conocemos: con la imagen como dueña y señora de nuestro imaginario sentimental colectivo.
Concebido como un programa de televisión por y para la televisión, hoy sin embargo, el Festival, por el devenir de los tiempos, es también en un espectáculo pop, en el sentido más actual del término. Nada tiene que envidiar a un concierto de Taylor Swift, Beyoncé o Madonna. De hecho, las diferentes propuestas de cada una de las televisiones nacionales obliga a que la estructura sea más que multipolivalente y megalómana —aunque eso no signifique que sea también visualmente original—. Nada tiene que ver esto con sus inicios, pero es que tampoco nada tienen que ver las sociedades de los años 50 del siglo pasado con las del siglo XXI. Entonces, en el 56, nos encontrábamos ante un ejercicio tecnológico. Es decir, con un invento con el que ver las capacidades de la radiodifusión europea más allá de la comunión entre los pueblos. Y los cantantes, todos estrellas, entraban en un plató, cantaban y los jurados profesionales daban sus votos in situ. No había aún fenómeno fan. No se había inventado, vaya. Y la campaña por y para ganar se basaba en una mini gira por los países con una televisión más o menos desarrollada que tuviera, en su escaleta de programación, espacios dedicados a la música. Véase, la BBC, la RAI, la FR1, la ORF…
Con los 60, todo comienza a cambiar. Nacen los pop idols y la canción melódica comienza a dejar paso a otros ritmos “más juveniles” que acercan a los más jóvenes a las puertas de las televisiones que esperan un autógrafo de sus mitos y que, con el tiempo, comienzan a querer ocupar también esas sillas que antes estaban reservadas a los mandamases de los entes públicos y sus esposas... Eurovisión pasa a celebrarse en teatros cada vez más grandes. Y sí, también se comienza a cobrar la entrada. Elvis Presley, The Beatles o Petula Clark… habían pasado por algo y en Eurovisión dejaron su huella a través de The Shadows, Cliff Richards o Massiel.
Y que Eurovisión, como programa estrella de un medio de comunicación de masas, se convierte en una plataforma de influencia para la masa y quien dice "influencia", dice "business o branded". Mercadotecnia, turismo y política se daban —y dan— la mano desde entonces. ¿Qué mejor escaparate para el mundo que enseñar lo mejor que uno tiene entre sus fronteras? Paisajes, monumentos, gastronomía, deporte, cultura... Y controlando siempre el mensaje, lavando la cara al país si es que es necesario si es que la modernidad o los derechos humanos brillan por su ausencia… (ese Tito con Yugoslavia, ese Franco con España, ese Salazar con Portugal, ese Erdogán con Turquía, ese Netanyahu con Israel…) Y que lo de rentabilizar la marca del país no es una cosa antigua. Malmo 2024 se gastó 2,5 millones de euros en organizar su cita eurovisiva, pero el retorno económico para la ciudad ascendió hasta los 38. Y solo de manera directa, no hablamos de puestos de trabajo generados o de implementación de servicios. ¿A quién no le va a interesar algo así? Es una batalla ganada desde el primer momento. Metafórica o literal. La entrada de Bosnia Herzegovina en Millstreet 93 fue la constatación para el nuevo país nacido en la guerra de los Balcanes de que ya tenía entidad. Al menos, sentimental, pero para todo el mundo.
Porque esa repercusión económica y/o políticos social nos lleva directamente a un elemento clave de este programa televisivo: mueve a miles y miles de personas. Como fenómeno pop, la organización de este certamen tiene que prever la llegada de millones de personas de todo el mundo al país anfitrión. De fans, curiosos y de integrantes de medios de comunicación. Personas que siguen el festival 365 días al año —con lo que el interés nunca cesa y siempre están ávidos de información con la forma que sea— y que durante una semana viven una fiesta continua. Los que suscribimos este artículos, nos subimos al carro con Rosa López y su Europe's Living a Celebration en Tallin 2002, luego llegó Beth y también Amaia y Alfred y Miki… Y aunque, desde entonces muchas cosas han cambiado, el fenómeno ya estaba: solo había que hiperbolizarlo.
En aquella época, no había redes todavía por lo que la información sobre el festival se circunscribía a los medios convencionales. No había otros. La novedad eran las páginas web. Y en el caso de España, el interés aquel 2002 era máximo. Desconocemos si RTVE tenía intención o no de ganar, pero sí que barruntar que una victoria de Rosa de España cerraba el círculo de un éxito televisivo sin precedentes para el ente público que, con OT, había pulverizado las audiencias. Con Eurovisión, quedando séptimos, volvió a hacerlo logrando un récord aún vigente de 14,3 millones de telespectadores y una cuota de pantalla de 85,2%. También porque los que nos dedicamos a esto, desde el papel, no perdimos detalle de todas las andanzas de Rosa. Andanzas que, entonces, se limitaban a sus ensayos: primero de toma de contacto, después de realización (entonces, a puerta cerrada, aunque se supo que rosa había salido compungida); sus ruedas de prensa, su visita a la ciudad y, sus impresiones tras actuar para el jurado que tuvo lugar el mismo día de la gala final. Una gala que ocupó todas las portadas de los periódicos nacionales y la apertura de los telediarios. Las fiestas ad hoc que también las hubo —y las hay— las dejamos para el off the record y el background profesional. Por entonces, sin Gaza de por medio, Israel cortaba el bacalao, una delegación que, si bien siempre estaba en el ojo del huracán, más invertía en su posicionamiento LGTBIQ+. Sin embargo no fue hasta el fin de fiesta, con todos los cantantes ganadores, las delegaciones profesionales de las televisiones y los periodistas acreditados en una misma sala, cuando hubo más material para rascar. Bailando, todos teníamos un ojo persiguiendo a David Bisbal y Chenoa para confirmar ese rumor a voces de que estaban juntos, mientras que, con el otro, estábamos pendientes de Gisela y Bustamante por un lado y, por el otro, de Rosa y Geno con los representantes de Chipre. Pero esa es otra historia.
Hoy el número de eventos en torno a Eurovisión se han multiplicado exponencialmente. Los medios nos ocupamos de la noticia. Tiene que haber noticia. Ya no basta con que unas cosas vayan en offline y otras, las más, en online… Hoy la diversidad de fórmulas de comunicación, del clickbait al meme, pueden satisfacer todas las demandas y la demanda es ingente. Si a eso le unimos 37 delegaciones con 37 artistas, véase, genios, veáse excentricos, el cóctel explosivo está servido. Ya no solo hay una visita a la ciudad y dos ensayos (a puerta cerrada otra vez) y sendas ruedas de prensa oficiales y una red carpet que desde Turín 2022 es turquesa… Sino que se plantea una agenda de encuentros oficiales y oficiosos con los medios acreditados y con otras delegaciones que puede llegar al paroxismo. Así por ejemplo, vimos a Angelina Mango cantando Imagine en la sala de prensa de Malmo 2024, a Mahmood y Blanco cantando al piano con los Kalush Orchestra en Turín o ahora en Basilea a Go jo haciendo colaboraciones en sus redes —con varios millones de seguidores— con Adonxs y Kile Alessandro… Momentos espontáneos —o no— que se convierten en virales, siempre y cuando un teléfono “in”discreto los capte y difunda por el mundo. Sin contar, obviamente con la agenda de redes del propio festival que se ocupa de dar difusión al espectáculo. ¿Modalidades? Todas. Desde las preguntas y respuestas básicas a una scape room y mil y un photocalles. Los 37 participantes pueden hacer todo lo que quieran dependiendo de sus agendas nacionales y de sus habilidades con el inglés o su sentido del ridículo. ¿Participar es garantía de éxito?
Tal y como contábamos todo ha cambiado mucho. Si bien en los primeros años, las canciones eran un secreto a voces y se desvelaba la sorpresa en la gran final (solo había una, lo de las semifinales es una criba impuesta en 2004 con un Big 4 permanente, para evitar las galas eternas y porque Alemania había sido descalificada y Alemania paga y mucho), hoy, las apuestas por los favoritos aparecen dos meses antes del propio festival. Aunque eso tampoco es del todo cierto. Como decimos, las delegaciones más poderosas o con la victoria como objetivo claro también llevó en los 60 a pasear las canciones por Europa (La la la, en Movistar con Carolina Yuste recuerda cómo fue el periplo de Serrat por el continente con el hit que después interpretaría Massiel en Londres). El caso, que la sorpresa reservada al último día ya no es tal. Ya no hay que impresionar con una única oportunidad y de 3 minutos. Hoy puedes disponer de tres meses para lograrlo. Melody, por ejemplo, con una capacidad para el trabajo encomiable e impresionante, se lo ha hecho todo. Desde su victoria en Benidorm Fest y con una manga ancha casi japonesa para el humor ha logrado colarse en todos los corazones aunque las puertas estuvieran cerradas a cal y canto. ¿Quién no ha tarareado alguna vez y sin querer su una diva es valiente y poderosa? Pero eso también lo hicieron Australia y Bélgica… Llegaban de sus países con todas las papeletas para comprar un pasaje de vuelta para su ego y su micro de cristal. Se sumaron a todas las iniciativas posibles y pese a llevar ambos el sanbenito de winner alert fueron descalificados a la primera de cambio en sus convocatorias. ¿Por?
Porque las sensaciones de los fans y periodistas in situ no siempre tienen por qué ser compartidas por aquellos que ven el festival desde casa. A veces sucede y otras, no. Conchita Wurst llegaba a Copenhague 2014 como una completa desconocida y, sin embargo, su aparición escénica con Rise like a Phoenix la convirtió en ganadora desde el primer instante. La prensa se dividía y en río revuelto, ganancia de pescadores. Netta era la ganadora de Lisboa 2018 sin salir de Tel Aviv y, en cambio, cuando llegó a las orillas del Tajo se las vio y deseó para vencer a Eleni Foureira que, si bien llegaba sin pena ni gloria en las escuchas, fue encender las bengalas y convertirse en un mito para siempre del Concurso. Por cierto, esa edición portuguesa se la debemos a Salvador Sobral que hizo todo lo contrario a lo que estamos hablando. Él fue el secreto mejor guardado de aquella edición. Su enfermedad de corazón llamó la atención pero, aún más, su huida del foco como una Norma Desmond con acento lusitano. Ese efecto misterio, aparte de una calidad excepcional, fue el secreto de su éxito. Le llevó a lo más alto en las votaciones. Históricas, por cierto, nadie ha acumulado tantos votos como él. Una estrategia que, tal vez, sea la de Lucio Corsi y Louane por Italia y Francia, respectivamente en esta edición suiza. Mientras sus compañeros están contestando cheessy questions delante de una fondue, uno canta su Volevo esser un duro entre vacas como un David Bowie travestido de Heidi y la otra pasea con su hija cogidita de la mano como si ella no fuera una megaestrella comparable a Edith Piaf a las orillas del Sena. Es decir, ambos explotan el sex appeal del outsider. O ese algo pequeñito frente a la megalomanía. Y no hay nada que nos guste más a un groupie que darlo todo -vacaciones, tiempo y dinero- por alguien que, sin embargo, está a sus cosas y no a las tuyas.
Otros explotan el sex appeal a secas y, sí, también funciona. Por exceso o por defecto que, en este sentido como en todos, llamar la atención es una baza. Lo justo pero sin pasarse. Que no por ser queer uno pasa a la final (República Checa) ni por ser extramegaguapa se tiene garantizado nada (Montenegro)... Una polémica ayuda. Ich Komme de Finlandia y Serving Kant de Malta tienen la suya. O quizás dependa de formar parte de un grupo de países que funcionan como una piña. Un año más, las delegaciones de los países nórdicos -que han cogido el testigo de Israel, aunque España es mucha España. El bolso de María Eizaguirre es ya tan conocida como el yelmo de Don Quijote de La Mancha- se han vuelto a reunir en una fiesta que en sus países ha tenido una repercusión apoteósica -precisamente en una edición en la que se puede votar en la semifinal en la que se participa-. Así, Letonia, Estonia, Lituania, Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca e Islandia competirán en la final de esta noche… Nadie duda de que la candidatura de Suecia es siempre fuerte… pero que es una firme candidata a revalidar por octava vez su título de todopoderosa está casi cantado antes incluso de tener canción, ¿eso? Por imposible que parezca, también pasa. Tercera industria musical del mundo, casa de Spotify y dueños y señores de la escenografía de Eurovisión… ¿Se puede decir algo más? Sí. Melody, tú puedes.
El especial de Eurovisión que ¡HOLA! ha sacado para tíEn ¡HOLA! nos hemos propuesto contar como nunca el fenómeno Eurovisión: el espectáculo musical más emblemático del continente. Con la colaboración de RTVE, lanzamos un fan book coleccionista que repasa siete décadas de historia, looks icónicos, canciones inolvidables y momentos que nos han hecho vibrar generación tras generación.