© GettyImages Yoko Ono, la mujer más odiada del mundo, cumple 90 años

Restituimos la memoria de la viuda de John Lennon que fue mucho más que la mujer del vocalista de The Beatles

Todo lo que no sabes de Yoko Ono, ‘la mujer más atacada del mundo’, en su 90 cumpleaños

No dinamitó la banda de Liverpool, ni tampoco fue una aprovechada ni una cizañera. La japonesa, más allá de los falsos mitos, ha tenido una vida -y una carrera- admirable

Puede que no sepas ni quién es, ahora, ¿odiarla? La odias un montón. ¿Por qué? Porque separó a The Beatles. Y con eso te basta. No necesitas saber nada más. Porque Yoko Ono es mala. Malísima. La supervillana de la música. Y de todo tiene la culpa. De las siete plagas si me apuras que, si hubiera sido por la tokiota, habrían sido 127… Y que ya lo decía la madre de Bridget Jones: ¿Japonesa? Raza cruel. Sin embargo, hoy vamos a romper con esa maldición que ya le dura a la pobre seis décadas. Vamos a redescubrirla y darle el reconocimiento que se merece que, por cierto, es mucho. Y justo por su 90 cumpleaños. El 18 de febrero los cumplió. Y no por conmiseración ni como una dádiva a una anciana cerquita ya de las calderas de Pepe Botero. Nada de eso porque, en realidad, el infierno ya lo ha sufrido en vida: fue una artista incomprendida, una mujer utilizada -dolida y doliente- y, sobre todo, la diana perfecta para verter todos los prejuicios, miserias e intereses malintencionados del mundo (artístico, sobre todo) mientras ella, por aburrimiento, dejadez o quizás porque aún seguía lamiéndose las heridas, permanecía en silencio.

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Perdón por la autocita pero quien escribe la tenía entre ceja y ceja. De natural. Como si con el pecado original llevara también programado en SEO: “Odiar a Yoko Ono”. Y un día, en Miami -fue una circunstancia-, en un restaurante “vegeta” del Desing District, coincidimos codo con codo. La miopía me obligó a casi meter mi cabeza en su plato para cerciorarme de que, efectivamente, era la viuda de John Lennon y una sobrevenida cordura después hizo lo propio para que no le propinara un mamporrazo rollo justicia poética por lo que nos había hecho. ¿Nos? Sí… Vamos a dejarlo. El caso es que no expresé mi agresividad porque estaba sorprendido. Sorprendido del hecho de que estuviera comiendo como si tal cosa. Tan tranquila. Disfrutando de su platillo de frutas tropicales y su batido verde cuando lo normal es que estuviera desmembrando niños con sus propios dientes, ¿no? Que, además, por cierto, los tiene todos iguales.... Sorprendido de que la gente ni le prestara atención -¿cómo va a ser?- Y sorprendido de que su hijo, -porque el almuerzo era con Sean- la mirara con cariño, incluso, con devoción cuando ¿ella no había sido como una mantis religiosa?

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Y, sin embargo, no era así. Quizás porque, aunque nunca fuera reconocida, Yoko Ono había sido cancelada. Era invisible. No existía. Si antes -y durante- John Lennon era el origen de todos los males del planeta, a partir de que el de Strawberry fields fuera acribillado a balazos en la puerta del Dakota, Yoko se esfumó. Pese a sus logros. Y solo era recordada para repetir ad nauseam que ella había dinamitado a The Beatles. Algo así como la mítica leyenda de Concha Velasco, la mermelada, un perrito y Ricky Martín en Sorpresa sorpresa que, aunque nunca se emitió, siempre hay alguien que vuelve a recordarla. De hecho, un primo segundo de la novia del hermano de tu mejor amigo cuenta todavía que él lo vio y repite como un loro la misma historia con pelos y señales.

Porque la japonesa materializaba perfectamente la tesis más fácil. Ésa misma que hoy Paul McCartney -sesenta años después- con los nuevos vientos, se ha apresurado a desmentir -repetimos, sesenta años después- diciendo que no, que ella no tuvo nada que ver… Pero es que, entonces, cuando se gestó el mito, éste funcionaba. “Yoko Ono era una mujer de otra raza (la misma que bombardeó Pearl Harbor), capaz de manipular a un joven idealista, alejarlo de las buenas costumbres y obligarlo a deteriorar la institución de la familia y/o matrimonio”. Aprovechada, pesetera, cizañera, panfletaria, nueva rica, metemierda… más todos los insultos xenófobos y sexistas que uno se pueda imaginar la han acompañado para el mainstream cuando su carrera artística siguió siendo tan fructífera después de Lennon como antes. De hecho, habría que aclarar que fue “en el durante” cuando ella se plegó ante la luz -y las inseguridades- de la estrella y sacrificó su creatividad quedándose a su sombra, mientras su bigotillo, en cambio, estaba siempre siempre bajo el foco.

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En las últimas dos décadas, algunos de los mayores éxitos dance -que todos hemos bailado en las discotecas y demás antros- llevaban su firma en la partitura. De hecho, como New Plastic Ono Band ha colaborado con Lady Gaga por poner un ejemplo. Como mecenas, ha abierto museos en Tokyo o Reyckivic y, como artista, ha expuesto en el Whitney, en la Tate Modern y hasta en el MoMA, donde se le ha dedicado una exposición monográfica a su obra artística conceptual. Desde sus pinturas a sus videoinstalaciones en la prestigiosa sexta galería. A ella. En solitario. A la creadora. No a ‘la viuda de…’ Pero ella misma era consciente de su mala estrella: “Llevo años haciendo cosas de las que nadie nunca habla”, declaró en 2015. Pero, vamos, que este ninguneo ya lo había resumido de manera premonitoria su marido en los albores de su matrimonio. “Yoko Ono es la más famosa desconocida artista del mundo. Todos saben su nombre, pero nadie sabe qué hace”. Hasta ahora. A lo mejor, es el momento de que todo empiece a cambiar porque, en este mood revival de relectura de las historias pasadas y los ajustes de cuentas que vivimos, la CBS ha anunciado que prepara un documental titulado Daytime Revolution. Una película que se centra en la semana de 1972 cuando la pareja más pacifista e iconoclasta del mundo tomó el control del programa más visto de la televisión: The Mike Douglas Show, y lo llenaron de ideas revolucionarias artística y políticamente. A ver, que a lo mejor parece una chorrada pero, en el 69, después de casarse en Gibraltar, se metieron en la cama entre el 25 y el 31 de marzo de una suite del Hotel Hilton en Ámsterdam para detener la sangría de Vietnam. Era la época del “haz el amor y no la guerra” y su proclama entonces sonaba demasiado pop como para ser anticapitalista: “Si todo el mundo demandara paz en lugar de otro aparato de televisión, entonces habría paz”. Obviamente, como nadie paró los bombardeos ni el napalm, vieron que, para que el mensaje calara, había que rendirse al enemigo. Y se fueron al plató de la CBS. Razonamiento lógico no les faltaba. Funcionalismo por un tubo.

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El caso que esos momentos icónicos de la historia del siglo XX , desde la cama holandesa a la portada del disco Two Virgins con sus ‘culillos al aire’ (eran “culillos” porque la verdad es que ahí no hay resarcimiento posible Yoko, te pongas como te pongas), salieron de la cabecita pensante de la japonesa que ha sido simplificada hasta la extenuación. Que el post Lennon ya lo hemos glosado y es impresionante, pero su vida pre Lennon también es digna de admiración 1) por lo que entraña de superación personal -tela a las tragedias vitales- y 2) porque, como adelantada a su tiempo, pocos le ganan la partida. El periodista Elliot Mintz escribió hace ahora tres años: “En estos 87 años, Yoko ha vivido 400”.

Pero sí, sí, vamos al drama, que es un palo tras palo, y por el que se entienden muchas cosas. Nace en Tokio, familia bien y, de repente, ¡zas! Segunda Guerra Mundial. Bando equivocado. Hambre. Destrucción. Padre prisionero en un campo de concentración en Saigón… Yoko tenía 10 años y vivía entre cascotes. Llega el Armisticio, las cosas vuelven a su ser. La artista, de hecho, es compañera de cole de Akihito. Después, estudia en la Universidad Gakushuin -la primera mujer en la historia de la Institución en estudiar Filosofía- y, tras sentirse “como un animal domesticado” porque ve adocenamiento en la educación (sus cosas), se larga a Estados Unidos y, en Nueva York, entre que estudia poesía con Sarah Lawrence y comienza a tocar música dodecafónica (o sea, qué alucine pero qué intensidad), contrae matrimonio en secreto con el músico vanguardista -también japonés- Toshi Ichiyanagi. Allí explora la escena underground de la ciudad y se convirtierte en el miembro más destacado del movimiento Fluxus actuando en el Carnegie Hall. Ella aún tiene 23 años. John Lennon está todavía quitándose las espinillas en frente del espejo de su habitación. En Liverpool.

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Pero el matrimonio se rompe seis años después y, con el divorcio, Ono entra en un psiquiátrico por depresión crónica. Cómo logra conocer a su siguiente marido, el productor de cine Anthony Cox, es un enigma, pero -por aligerar la tragedia- éste sí que la va a llevar por el camino de la amargura. Logra sacarla del centro de salud mental y se casan en un santiamén. Tienen que volver a casarse -pero no vamos a entrar ahí que es un lío-, da a luz a su primera hija Kyoko Chan y, pocos meses después, vuelve a divorciarse, ahora con una cruenta batalla por la custodia de la niña. En éstas, Yoko ya ha comenzado su relación con Lennon con lo que su ex decide negarle casi el contacto con su hija. La desesperación conduce a la nueva pareja (Lennon/Ono) a que, en una rutinaria visita, decidan llevarse a la la pequeña Kyoko a Mallorca y Cox, cuando la policía le devuelve a su hija, se hace con la custodia total de la hija en 1971, amparado en el ‘secuestro’ de la madre, su cacareado consumo de drogas y el odio mediático. Y no contento con eso, Cox cambia legalmente el nombre a su hija (a partir de entonces se llamará Ruth Holman) y la enrola en una secta cristiana en Iowa. No, no es un chiste. Yoko no se reencontrará con su hija hasta casi 30 años después, causándole esta espera un dolor y una angustia inimaginables. De hecho, cuando asesinaron a su marido, Yoko Ono recibió un telegrama de su hija, pero nunca supo de su paradero hasta que ésta, cuando se convirtió en madre, decidió retomar el contacto con la bruja -ese fue el título que dio la a uno de sus discos en la primera década de los 2000-.

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Tampoco su vida con Lennon fue fácil, ¿eh? McCartney ya sugirió que el líder del grupo era… ¿voluble? A ver, que la relación de ambos era más un duelo de egos que una amistad de compañeritos de pupitre, pero el espíritu inseguro, insatisfecho y caprichoso de la estrella -aparte de que era una estrella obviamente- parece que lo corroboran todos sus biógrafos. Suyos y ajenos. Porque en el libro Instamatic Karma, May Pang cuenta precisamente que… Ya ya ¿Quién era May Pang? La secretaria y amante de John Lennon mientras el cantante seguía casado con Yoko. What? Pues eso. Que Lennon no le fue fiel. Y no de manera furtiva o por poco tiempo... ¡El affaire duró un año y medio! Y Yoko lo sabía. Es más, Yoko sabía que esa chica era la única forma para que su marido siguiera en equilibrio mental y artístico aunque ella, a los ojos de Manhattan, estuviera tan coronada como la madre de Bambi.

“Era obvio que había tensión entre ambos. Yoko me comentó que John quería tener otras novias y ella se había propuesto encontrar a la chica perfecta, alguien que lo tratase bien”, escribe Pang quien asegura que Yoko quería asegurarse de que a John Lennon, en crisis, nadie le rompiera el corazón. Lennon se refirió a aquella etapa de su vida como “el fin de semana perdido”... Sin embargo, él tampoco fue capaz de ponerle punto y final. Como siempre, fue Yoko quien, viendo a su marido otra vez hastiado, entró en escena: “Un día, Yoko lo llamó, dijo que tenía un remedio infalible para dejar de fumar, se fue con ella y no volvió”. Ella se las gastaba así. Cynthia, la primera mujer de Lennon se enteró de que su marido y la japonesa salía juntos cuando cuando al regresar de unas vacaciones en Grecia, se encontró a la artista en bata tomando té en la cocina de su casa. Y se levantó para prepararle a ella otra.

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Queda entonces claro así que si Ono estaba en las sesiones de grabación de The Beatles se debía más a un problema de inseguridad de Lennon que a una voluntad de dar la nota por parte de la japonesa. Lennon quería tener a su mujer a todas horas. Pegadita a él. No fuera tal vez que ella se diera cuenta de que no era lo suficientemente bueno para ella. De hecho, mientras que los cinco de Liverpool se desgañitaban en conseguir que Let it be fuera perfecta, Ono hacía punto, terminaba crucigramas, leía… En silencio. Y nunca opinaba. O sea, le importaba un pimiento, le interesaba cero y le gustaba -700. Puedes verlo en el documental The Beatles: Get Back, de Peter Jackson donde el mito misógino, chico, no way.

Y ahora, si te sientes culpable -como yo-, oh, lector, decirte que Sean, su hijo, ha creado la web del árbol de los deseos en conmemoración de su 90 cumpleaños para que sus fans escriban mensajes, anhelos, lo que quieran… y para que nosotros, los que hemos sido malos con ella, expiaemos nuestros pecados… Por cada mensaje, ella plantará un árbol. Ya… No sé donde venden cilicios…


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