Isabel está triste. Con la tristeza de quien tiene la certeza y la pena de que no habrá final feliz para su historia de amor con Mario Vargas Llosa. Una tristeza serena, porque está convencida de que no hay marcha atrás. Y una tristeza contenida, porque Isabel siempre ha sabido gestionar las emociones con corazón pero también con cabeza. Isabel está además convencida de que ha tomado la decisión correcta, y eso la hace estar tranquila. Y esa es la clave: quiere tener una vida familiar tranquila, sin sobresaltos, sin discusiones ni problemas.

También es evidente que está preocupada ante la avalancha informativa que sabe que se le viene encima. Es consciente del interés que va a levantar esta noticia y de la tormenta de noticias que están por venir. Por eso una de las cosas que ha querido subrayar es: “Mario y yo hemos decidido poner fin a nuestra relación definitivamente. No quiero dar ninguna declaración más y agradezco a los medios de comunicación que nos ayuden en esta decisión”.

Ella ha vivido siempre cerca del ojo del huracán, y aunque sabe que todo pasa, es inevitable temer el tsumani cuando sabes que se está acercando.

Isabel lo había apostado todo por esta relación, así que también hay cierta decepción en su corazón. Y, cómo no, desilusión: de ser la protagonista de una historia de amor que superaba cualquier guion de novela romántica al desamor.

Desilusionada, sí; triste, también; decepcionada, sin duda... Pero Isabel siempre ha demostrado su gran fortaleza y esta vez no será diferente.