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Mejor no calcular tiempo ni distancia cuando se va conduciendo desde Peñíscola a Oropesa, lo que se debe hacer es disfrutar de lo que se ve. Porque en el camino van surgiendo calas, acantilados, torres vigía, castillos, humedales y unas panorámicas espectaculares del Mediterráneo.

 

PEÑÍSCOLA

Peñíscola es un lugar para disfrutar de la playa y del mar, aunque una vez en él, lo que apetece es recorrer su ciudadela medieval, esparcida entre las peñas de un islote, y coronar su fortaleza, cuya historia está íntimamente ligada al Papa Luna. Tras cruzar alguno de los portales de su muralla, hay que pasear por las estrechas y serpenteantes calles del casco antiguo que ascienden hasta lo alto y van descubriendo en el camino casonas señoriales y plazoletas perfumadas por jardines y madreselvas.

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También, el gran templo de Santa María y el «bufador», la gran brecha natural en mitad de la roca por la que, según los vecinos, el Mediterráneo «respira» en días de tempestad. Ya en lo alto se alinean el faro, el castillo y contigua a él, la ermita que acoge a la patrona. Pero nada que haga sombra a las relajantes vistas.

 

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CALAS, TORRES VIGÍA Y ACANTILADOS EN LA SIERRA DE IRTA

Al sur de Peñíscola está uno de los pocos lugares del levante español donde puede contemplarse la costa mediterránea tal como era antes del desarrollo turístico: la Sierra de Irta. Para empezar, lo más recomendable es visitar el Centro de Interpretación de este parque natural situado en la carretera de acceso a Peñíscola desde la N-340, donde, además de ver una pequeña exposición, orientan sobre las diferentes actividades y rutas.

 

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La Sierra de Irta tiene dos caras: una costera de calas, torres vigías y acantilados, y otra interior que esconde bosques, castillos árabes y templarios. La primera es más conocida, simplemente porque es más accesible, ya sea desde Peñíscola (el norte) o desde la agradable villa de veraneo de Alcossebre (el sur). Una pista forestal de 13 kilómetros comunica ambas y hace de espina dorsal del parque natural, que también resulta perfecta para recorrer en bicicleta.

 

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¿Qué es lo que no hay que perderse en ella? Pues los espectaculares acantilados sobre los que se alza la Torre Badum, una torre de vigilancia de las muchas que se construyeron en estas costas para avistar la llegada de piratas berberiscos; y también las múltiples playas y calas, especialmente la del Pebret, una de las pocas de arena del parque, o cala Mundina, junto al faro de Alcossebre.

 

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DE ERMITA EN ERMITA

La otra cara de la sierra es la del interior, donde la montaña predomina sobre el mar, para quedarse como telón de fondo. Pese a que las cimas apenas superan los 500 metros, el terreno es abrupto y propicio para rutas de senderismo más exigentes, como la que une la ermita de Santa Llúcia i Sant Benet y la de Sant Antoni, aunque a ambas también se puede llegar en coche. Más que por su belleza, que la tienen, de lo que más se disfruta es de las panorámicas que, en los días claros, alcanzan hasta las islas Columbretes (en la imagen), a 30 millas de la costa.

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Y DE CASTILLO EN CASTILLO

Los castillos de Xivert y de Pulpis son el principal atractivo patrimonial del parque y comparten relato en su origen árabe y después en su posesión en manos de la orden del Temple. El de Xivert (en la imagen) ha llegado en mejor forma, pero ambos son una excelente excursión por la parte más frondosa de la sierra.

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EL HUMEDAL DEL PRAT DE CABANES-TORREBLANCA

El de Irta no es el único paisaje virgen de la zona. A solo 9 kilómetros al sur se encuentra el humedal del Prat de Cabanes-Torreblanca, entre las localidades de Torreblanca y Oropesa del Mar. Se trata de una zona de pantanos y marismas en la que conviven una peculiar fauna y flora, con especies endémicas como el samaruc o la ruda del marjal, y un sinfín de aves migratorias. Cuenta también con un importante paisaje humano, el de la agricultura tradicional de marjalería, cuya red de caminos invita a perderse.

 

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OROPESA DEL MAR

Lo que todo el mundo llega buscando a Oropesa son sus playas. Al norte, más de dos kilómetros de playa virgen de arena y grava con excelentes fondos rocosos para practicar buceo, en el centro, la más urbana y amplia de la Concha, y al sur, otras recoletas como las de Les Playetes de Bellver y La Renegà. Para disfrutar también, su moderno puerto deportivo y su cara más agreste, la de los acantilados que bordean la sierra y el desierto de las Palmas, una excursión única en contacto con la naturaleza.

 

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