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1. Playas de Gran Canaria: del belén de arena a las dunas infinitas
Si piensas en las playas de Gran Canaria, probablemente te venga a la cabeza una imagen: dunas doradas fundiéndose con el Atlántico. La Reserva Natural Especial de las Dunas de Maspalomas es uno de esos lugares que hay que ver al menos una vez en la vida, más aún en invierno, cuando el sol baja un poco la intensidad. Muy cerca, Playa del Inglés y Meloneras encadenan kilómetros de arena rubia, chiringuitos, paseos marítimos y hoteles donde es fácil olvidarse de todo y desconectar.
Al otro lado de la isla, Las Canteras juega en otra liga. Es una de las mejores playas urbanas del mundo, con un paseo lleno de vida, escuelas de surf, terrazas y un belén de arena gigante que cada Navidad se llena de personas con ganas de inmortalizar el momento. Y si te va más la idea de sentirte en una isla casi desierta, apunta nombres como Güi Güi o las piscinas naturales del norte (Agaete, Roque Prieto, San Lorenzo), pequeñas recompensas al final de carreteras que invitan a bajar la ventanilla y dejar que el viaje también cuente como plan.
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2. Paraíso deportivo: surf, senderismo y muchas ganas de moverse
Gran Canaria no es solo un destino para descansar, desconectar y no hacer absolutamente nada. De hecho, es uno de los grandes paraísos deportivos de Europa. La isla entera es un gimnasio al aire libre. En el mar, el menú es contundente: surf y bodyboard en Las Canteras y El Confital, windsurf y kitesurf en la costa sureste, buceo en fondos volcánicos llenos de vida… Si siempre has querido estrenar tabla, aquí las escuelas trabajan todo el año y el neopreno se convierte en tu mejor aliado.
Cuando cambias chanclas por zapatillas, llega el turno de la montaña. El interior de la isla es una red de senderos que suben y bajan entre barrancos, bosques de pino canario y miradores que justifican madrugar. La ruta al Roque Nublo, símbolo de la isla, es corta, pero intensa, perfecta para un primer contacto con ese paisaje casi lunar que hace que Gran Canaria parezca mucho más grande de lo que es. Si te quedas con ganas de más, sigue hasta el Pico de las Nieves o explora el Parque Natural de Tamadaba. Entre curva y curva entenderás por qué a la isla la han bautizado mil veces como un “continente en miniatura”, en un mismo día puedes pasar del jersey fino al bañador sin cambiar de código postal.
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3. Pueblos que enganchan: cascos antiguos, balcones de madera y plazas con vida
Viajar a Gran Canaria por primera vez sin salir de la autopista sería casi un delito viajero. Parte del encanto está precisamente en perderse por sus pueblos, dejar el coche y sentarse en cualquier plaza a ver pasar la vida. Teror es parada obligatoria. Tiene un encanto especial con casitas de dos plantas, balcones de madera, la basílica de Nuestra Señora del Pino y ese aire de pueblo canario de toda la vida donde siempre parece que huele a pan recién hecho. Tejeda, en plena cumbre, ofrece una de las panorámicas más impresionantes de la isla y es perfecto para combinar con rutas de senderismo o una tarde de café y dulces mirando al valle.
En la costa, Puerto de Mogán se ha ganado a pulso su fama. Lo de “pequeña Venecia” puede sonar tópico, pero lo cierto es que sus canales, sus barquitos y sus casas encaladas cubiertas de buganvillas tienen algo hipnótico, sobre todo al atardecer. Agaetey sus piscinas naturales, Arucas con su iglesia de piedra volcánica o Firgas y su paseo de fuentes dedicadas a las islas son otras buenas ideas para completar la ruta de cascos antiguos. En Navidad, muchos de estos pueblos se llenan de luces, mercadillos y conciertos al aire libre. Lo raro es no acabar buscando ya fechas para volver en otra época del año.
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4. Quesos artesanos, mojos y postres que justifican el viaje
La última razón para viajar a Gran Canaria –y quizá la que más recordarás– es que se come exquisito. Y se repite. Aquí la gastronomía se entiende desde el producto local de calidad: pescados atlánticos, frutas que maduran al sol todo el año, vinos volcánicos y, por supuesto, quesos artesanos. El Flor de Guía y sus primas hermanas (media flor, quesos curados de las medianías) son básicos en cualquier mesa que se precie, igual que las famosas papas arrugadas con mojo rojo o verde, el sancocho, el gofio escaldado o un buen caldo de pescado en algún restaurante familiar del norte.
Deja hueco para los postres: bienmesabe de almendra, frangollo, truchas de batata, suspiros de Moya… cada zona tiene su especialidad y lo más sensato es dejarse aconsejar. Si te acercas al valle de Agaete, completa el festín con una cata de café y vinos locales. Pocos lugares en Europa pueden presumir de ambos.
