«¡Mira papá, bueyes!». Esta exclamación, pronunciada en 1879 por la pequeña María mientras exploraba la cueva de Altamira junto a su padre, Marcelino Sanz de Sautuola, marcó uno de los momentos más emocionantes de la historia de la arqueología. Gracias a aquellos ojos infantiles y curiosos, el mundo, hasta entonces ciego a lo que se ocultaba en las entrañas de la tierra, descubrió la belleza y el misterio de unas pinturas que nadie había contemplado en 13.000 años. Hoy, los visitantes del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira reviven, quizá sin saberlo, la misma emoción que María y su padre sintieron al contemplar el arte de los antiguos pobladores de la región.
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Cantabria custodia en su seno un tesoro arqueológico y geológico casi inagotable, pues más de 6500 cuevas surcan sus entrañas. Al menos 70 de ellas contienen restos de arte rupestre, y diez han sido reconocidas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Altamira fue la primera en recibir este honor en 1985, y las demás lo lograron en 2008, pero en todas ellas se abre una ventana a un pasado remoto que susurra secretos sobre los orígenes de la creatividad humana.
El Museo de Altamira es, inevitablemente, punto de partida obligado para quienes desean comprender la magnitud de aquel descubrimiento, así que allí acudimos para que su directora, Pilar Fatás, nos guíe por un legado fascinante. Aunque solo cinco personas pueden visitar cada semana la cavidad original (para preservar sus delicadas pinturas), la neocueva –una réplica que reproduce cada milímetro de la verdadera– ofrece una experiencia inmersiva tan fiel que uno se siente transportado a un tiempo remoto en el que aquellas grutas eran, a la vez, hogar y santuario. En su interior casi se percibe la presencia de aquellos antiguos artistas que, lejos de ser los salvajes ignorantes que tantas veces ha plasmado la cultura popular, eran personas dotadas de una gran sensibilidad. Los sapiens del Paleolítico, nos explica Pilar, tenían la misma capacidad intelectual que nosotros, y las obras que dejaron en los techos y paredes de Altamira son testimonio de una creatividad envidiable.
El llamado «techo de los polícromos» es, sin duda, el rincón más reconocible. Allí, nos señala Fatás con una mezcla de admiración y fervor, se despliega un bestiario de bisontes, ciervos, caballos y uros, todos ellos retratados con una maestría que ha desafiado al tiempo, y que, según algunos estudiosos, podría ser obra de un único pintor. El poeta Rafael Alberti, que visitó Altamira en 1928, resumió a la perfección su realismo: «Parecía que las rocas bramaban». Y, sin duda, algo de esa magia aún resuena en el ambiente, capturada también en la neocueva.
A pocos kilómetros de Altamira, en Puente Viesgo, abre sus puertas el Centro de Arte Rupestre de Cantabria, inaugurado este año, y en cuyo interior nos espera Eduardo Palacio-Pérez, arqueólogo y conservador de las cuevas cántabras. El centro ofrece información detallada sobre los tesoros rupestres del territorio y aporta un contexto histórico que enriquece la experiencia de los visitantes antes de que estos se aventuren en las cercanas cuevas de El Castillo y Las Monedas, dos de las seis cavernas con arte paleolítico abiertas a las visitas.
Con Eduardo como guía, nos adentramos en las profundidades de la primera de ellas. A diferencia de Altamira, esta cueva –una de las diez declaradas Patrimonio de la Humanidad– sí está abierta al público de forma habitual, aunque cuenta con un aforo limitado: 64 visitantes al día. El enclave, nos explica Eduardo, alberga algunas de las pinturas más antiguas del mundo, con una antigüedad de unos 40.000 años. Una serie de formas discoidales y un panel con «manos en negativo», símbolos cargados de misterio, están entre las primeras expresiones artísticas de la humanidad.
La ruta por el pasado prehistórico de la región no estaría completa sin una visita a Santander. Allí, bajo el bullicio del concurrido Mercado del Este, se oculta otra cueva más –en este caso artificial–, cuyas galerías en penumbra dan forma al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC). Es Roberto Ontañón, su director, quien nos conduce ahora por sus salas para mostrarnos un sinfín de maravillas. La valiosa colección, de más de 2600 objetos, repasa la evolución histórica y artística de los primeros cántabros, desde tiempos prehistóricos hasta los primeros siglos de nuestra era. También hay espacio para exposiciones temporales, como la que ahora mismo nos acerca a la enigmática Dama Roja, cuyos restos se descubrieron en la cueva de El Mirón. Esta mujer, que caminó por estas tierras hace 19.000 años, fue enterrada con un ritual que aún hoy maravilla y conmueve a partes iguales.
La sala que recoge las mejores piezas de arte mueble, halladas en distintas cuevas, «es el sanctasanctórum del museo», nos explica Roberto con visible orgullo. Entre estas joyas se encuentran un hueso tallado con dos cabecitas de cabra o un bastón decorado con la figura de un ciervo. Todos estos vestigios son la prueba de que en el corazón de la humanidad siempre ha latido el impulso creativo, la necesidad de dejar huella. Viajar hasta estas cuevas y museos es, en definitiva, acercarse a ese latido primigenio, a ese deseo inmutable de trascender el tiempo y la muerte a través del arte.
MUY PRÁCTICO
DÓNDE DORMIR
El Hotel Casa del Marqués (hotelcasadelmarques.com) es un lujoso alojamiento con encanto ubicado en una antigua casona del siglo XV que en su día fue la residencia del primer marqués de Santillana, don Íñigo López de Mendoza. Cuenta con habitaciones dobles y triples con vistas a la terraza y el jardín, y es un centro de operaciones inmejorable para conocer Altamira, Santillana y otras localidades, como Comillas. En pleno corazón de la villa se levanta también el Parador de Santillana Gil Blas (parador.es), situado en un edificio barroco del siglo XVII, con hermosa fachada de piedra. Su acogedor interior –algunas estancias disponen de chimenea– destaca por un mobiliario de estilo montañés y su restaurante, reconocido con un Solete Repsol. En la misma localidad se encuentra el Hotel Colonial de Santillana (colonialdesantillana.com), que ocupa una antigua casa solariega restaurada con mimo y decorada con muebles procedentes de distintos lugares del mundo.
DÓNDE COMER
En el centro de Santillana del Mar encontramos Gran Duque (granduque.com), un restaurante que apuesta por una carta elaborada con productos de proximidad, con platos como el arroz marinero, las berenjenas rellenas de marisco o las carrilleras de jabalí. No muy lejos de la villa, en pleno valle de Mijares, se encuentra el restaurante Palacio Mijares (palaciomijares.es), que ofrece platos elaborados con los mejores productos de Cantabria: bacalao a la montañesa, puerros de los valles pasiegos o quesos lebaniegos. Ya en Santander, La Casona del Judío (casonadeljudio.com) se levanta en una antigua vivienda del siglo XIX construida por un indiano en el barrio de Monte. Con el chef Sergio Bastard a los fogones, cuenta con numerosos reconocimientos (una estrella Michelin, una Verde y dos soles Repsol, entre otros) gracias a una cocina de autor y de mercado, con un único menú degustación.