Entrar en el Palacio de Monterrey es hacerlo en un lugar íntimo y a la vez un museo. No tiene los lujos de otros palacios de la Casa de Alba, como el de Las Dueñas o el de Liria, ni sus jardines en los que recrearse, pero tiene el encanto de ser un hogar habitado. Por fuera, es un edificio monumental, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura del Renacimiento y máximo exponente del plateresco; por dentro, una casa vivida.
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