Este 19 de noviembre, Día Nacional de Mónaco, comenzó, como siempre, con el príncipe Alberto II y todos los Grimaldi en la iglesia de Santa Devota para después darse el puntual baño de masas en el palacio. La jornada siempre arranca con mucha expectación, ya que es uno de los pocos días en los que los príncipes Jacques y Gabriella son protagonistas de un acto institucional y que Carolina de Mónaco posa con todos sus hijos y nietos, pero no suele mantener ese interés al caer la noche. Sin embargo, en esta ocasión la sorpresa ha sido máxima, ya que la princesa Charlene apareció en las celebraciones nacionales en el Fórum de Mónaco con la tiara que llevó en su noche de bodas, una pieza muy particular que, como todas las que lució en sus celebraciones nupciales, no se había vuelto a poner.
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Cierto es que el concepto de "tiaragate", como la mayoría de los juegos de palabras nació en el Reino Unido y en torno a aquellos problemas que había tenido Meghan Markle para escoger una pieza del nutrido y abundante joyero de Isabel II para su boda con el príncipe Harry. No obstante, esa idea es extrapolable a casi todas las monarquías, ya que quien más y quien menos ha tenido algo parecido en su casa: desde la tiara que Margarita de Dinamarca perdió tras el divorcio de su hijo, a los años que tardó Sofía de Suecia en tener acceso al joyero familiar que compartía la reina Silvia con sus dos hijas. En el caso de Mónaco, una monarquía en la que el uso de tiaras no es tan frecuente como en otras cortes europeas, pero que tienen joyas igual de espectaculares, el "tiaragate" no es otro que el misterio que han rodeado a las joyas nupciales de la princesa Charlene.
Si el tema de este Día Nacional ha sido la aparición de la mujer del príncipe Alberto con su tiara nupcial, es porque esa joya no había sido vista en público desde el año 2011, cuando Charlene la estrenó como princesa para las celebraciones nocturnas posteriores a su boda religiosa. Fue entonces cuando se vio, por primera y última vez hasta ahora, uno de los regalos de boda que el príncipe le había hecho a su mujer y que ella misma había diseñado pidiendo algo informal que recordara a una ola de mar.
Entonces, durante todo el tiempo que rodeó a la boda real, el tema de las joyas fue muy seguido, empezando porque se extendió el rumor en medios franceses de que el joyero de la nueva princesa era completamente nuevo porque no había habido un acuerdo para que se le cediera, entre otras cosas, un anillo de pedida de los que habían pertenecido a sus predecesoras. Nunca se ha confirmado que ese fuera el caso ni tampoco cómo es la naturaleza de las relaciones con sus cuñadas, las princesas Carolina y Estefanía, pero sí es evidente que el joyero de la princesa Charlene es tan espléndido como nuevo o, dicho de otro modo, carente de historia dinástica. Sin embargo, para su boda religiosa sí llevo una pieza de la casa, la guirnalda de floral de diamantes, que había sido de la princesa Carlota de Mónaco, madre del príncipe Raniero III y que funcionó, a ojos de los monegascos, como un modo de darle la bienvenida oficial a la casa.
Fue entonces cuando se recuperó la historia de esta guirnalda de diamantes que funciona como tiara, como tocado o como broche, recordando que tensiones a cuenta de los joyeros ha habido y habrá siempre. Sobre todo en una casa, como es este caso, que no tiene joyas de Estado como tal, por lo que se trasmiten de forma privada y personal, sin seguir un patrón institucional. No hay evidencia clara de que esto sea así, pero siempre se ha observado a la princesa Carolina como la gran depositaria del joyero Grimaldi, al menos, ha sido ella la que más joyas históricas ha lucido siempre, en parte por su propia posición como primera dama no oficial, papel que ocupó tras la repentina muerte de su madre, la princesa Grace, y también, es evidente, porque ha tenido acceso a ellas y ocasiones para llevarlas. Es por esto que siempre ha circulado la teoría de que las relaciones entre la madre de Raniero (la princesa Carlota) y su mujer, la princesa Grace, nunca fueron las mejores y eso podría haber llevado a la princesa Carlota a tomar la decisión de dejar sus joyas directamente a su nieta, la princesa Carolina, que tenía veinte años cuando ella falleció.
Esto, en cuanto a la joya que lució la princesa Charlene en su boda religiosa, pero este préstamo y la tiara espuma de mar que acaba de recuperar, no son las únicas joyas que no vemos desde entonces, ya que la nadadora recibió otro regalo de boda, también de su marido, que entonces parecía que le sería útil en su nuevo papel y que estaría presente en su vida institucional, pero tampoco la ha vuelto a llevar, al menos como tiara. Algo que históricamente ha llamado la atención, ya que a Charlene como princesa ocasiones no le han faltado, siendo especialmente llamativa su decisión de no llevar tiara en ocasiones como la boda real de la princesa Magdalena de Suecia con Chris O´Neill, a la que todas las reinas y princesas acudieron con tiara.
La tiara océano fue presentada en una exposición sobre la boda de los príncipes, celebrada de julio a noviembre de 2011, en el Museo Oceanográfico de Mónaco y se trata de un diseño de Van Cleef & Arpels realizado en diamantes y zafiros engastados sobre una base de oro blanco. En total: 833 diamantes y 359 zafiros en tres tonos diferentes de azul. Las piedras más importantes son los 11 diamantes talla pera que representan las gotas del agua.
La primera ocasión que la nueva princesa lució la joya sería como collar durante ese mismo verano, en agosto del 2011 en el famoso Baile de la Cruz Roja, sin embargo, después no se vio más en público, pero si la usó para la entrevista en exclusiva que dio a la revista ¡HOLA! en abril de 2014.
