La decisión del Gran Duque Enrique de Luxemburgo de abdicar en favor de su hijo, el Gran Duque heredero Guillermo, marca un momento histórico para la monarquía europea y ofrece, desde el punto de vista del protocolo, un ejemplo de transición planificada, ordenada y cargada de simbolismo institucional. María José Gómez y Verdú, experta en protocolo y etiqueta, nos ofrece su visión de un hecho que marca la historia de la monarquía de este país de Europa.
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Un proceso en el que convergen tres ejes
"Lejos de ser un simple acto de renuncia, la abdicación se convierte en un proceso cuidadosamente estructurado en el que convergen tres ejes fundamentales: la legitimidad constitucional, la solemnidad ceremonial y la proyección simbólica hacia la ciudadanía y la comunidad internacional".
Una transición fluida
Un aspecto que destaca Gómez y Verdú es la preparación previa mediante la figura del teniente-representante que Guillermo asumió meses antes de la abdicación. "Esta fórmula, propia de la tradición luxemburguesa, asegura una transición fluida: permite al heredero adquirir experiencia en las funciones de jefe de Estado y evita vacíos de poder. Desde el punto de vista protocolario, representa una herramienta valiosa para reforzar la continuidad institucional".
De carácter público y solemne
El acto formal de la abdicación, realizado en el Palacio Gran Ducal y en presencia de las más altas autoridades nacionales, subraya el carácter público y solemne del acontecimiento. "No se trata de una decisión privada, sino de un acto de Estado, donde la rúbrica del monarca saliente se acompaña de la presencia protocolaria de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y municipal. Este encuadre da legitimidad y visibilidad al traspaso", añade la experta.
El juramento ante la Cámara de Diputados
"El momento culminante se produce con el juramento del nuevo Gran Duque ante la Cámara de Diputados, comprometiéndose a respetar y defender la Constitución. Protocolariamente, este juramento no solo valida el ejercicio del poder, sino que también conecta a la institución monárquica con el marco democrático y parlamentario del país. Se trata de un gesto de gran importancia, que trasciende la ceremonia para convertirse en garantía jurídica y política".
El carácter diplomático del acto y las ausencias
El protocolo también se despliega en el ámbito internacional. "La presencia de dignatarios extranjeros y representantes de instituciones europeas confiere al evento un carácter diplomático, donde la organización de precedencias, la gestión de invitaciones y la puesta en escena adquieren un peso crucial. Cada detalle, desde la disposición de autoridades hasta la música oficial, transmite un mensaje de respeto a la tradición y a la comunidad internacional".
Desde el punto de vista del protocolo institucional, son varias las razones que pueden explicar por qué ciertas casas reales no asistirán o no han sido confirmadas. "Tradicionalmente, en actos de abdicación o coronación en Luxemburgo, las casas reales más cercanas geográficamente o con lazos históricos fuertes son las que se consideran prioritarias para invitaciones de alto nivel. Casas como Bélgica y Países Bajos tienen proximidad geográfica e históricas conexiones familiares con Luxemburgo, lo que hace lógico su participación". Eso no quiere decir que casas más lejanas no puedan ser invitadas, pero será siempre en menor número o representación más limitada. "Las ausencias observadas hasta ahora, o la falta de confirmación de ciertas casas reales, no necesariamente indican desinterés, sino decisiones moldeadas por protocolo, logística y precedentes diplomáticos", apunta Gómez y Verdú.
El saludo desde el balcón
Uno de los momentos más destacados del acto es la aparición de la familia gran ducal en el balcón del palacio. Según la experta, este gesto cumple con la función de acercar la monarquía a la ciudadanía. "Estas imágenes son las que quedan en la memoria colectiva y reafirman la conexión entre la institución y el pueblo. El caso luxemburgués demuestra que una abdicación no tiene por qué ser percibida como una crisis o una ruptura. Por el contrario, cuando se organiza desde el rigor protocolario, con transparencia y previsión, se convierte en una oportunidad para renovar la institución, reforzar su legitimidad y proyectar una imagen de estabilidad".
La sucesión es un ejercicio de protocolo y de renovación
"La sucesión de Enrique a Guillermo es un ejercicio de protocolo moderno: respeta la tradición, cumple con las exigencias constitucionales y responde a las expectativas de una sociedad que demanda continuidad, pero también renovación. Luxemburgo ofrece así una lección clara: el protocolo no es mera forma, sino la estructura que da sentido, legitimidad y dignidad a los momentos de mayor trascendencia en la vida de un Estado".
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