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No existe otra época en la vida de un ser humano donde las emociones se vivan más a flor de piel que en la adolescencia. Durante esta época, las vivencias que experimentamos nos parecen graves y urgentes, como si no existiera un mañana. De esta manera, las alegrías y las tristezas golpean nuestro ánimo y lo modelen tejiendo nuestra personalidad.

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