María Gil, experta en neuroarquitectura: "El verdadero bienestar nace de convivir con la naturaleza, no con pantallas"
Un hogar saludable necesita luz, referencias al medio natural y conexiones auténticas. La tecnología promete confort, pero nos aleja de nuestra biología y sobreestimula nuestro sistema nervioso.
Vivimos rodeados de pantallas, cemento, ruido constante y luces artificiales. Pero nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones no han cambiado tanto como la sociedad. Seguimos siendo seres profundamente conectados a la naturaleza, aunque hayamos olvidado cómo se siente realmente habitar un espacio que nos haga bien. Aquí es donde entra la neuroarquitectura, una disciplina que estudia cómo los espacios que habitamos afectan directamente a nuestro bienestar físico, emocional y mental.
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María Gil es arquitecta y creadora del método AENAD deNeuroarquitectura Integrativa (academiadeneuroarquitectura.com), una forma de diseñar y vivir los espacios quese basa en la ciencia del sistema nervioso, la biología humana y nuestra historia evolutiva. Su enfoque une conocimientos de neurociencia, psicología del apego, biología y antropología para crear entornos que respeten nuestra verdadera naturaleza. Porque, como ella misma afirma, “nuestras viviendas deben conciliar con nuestra biología humana”.
La neuroarquitectura integrativa parte de una idea sencilla pero poderosa: nuestros cuerpos y cerebros no han evolucionado al ritmo frenético de la vida moderna. Aunque vivimos rodeados de tecnología y espacios ‘artificiales’, nuestra biología sigue necesitando luz natural, silencio, movimiento, descanso y conexión humana real. Diseñar sin tener en cuenta estas necesidades ha provocado una epidemia de malestar: insomnio, ansiedad, estrés crónico e incluso desconexión emocional. Lo que se debe es volver a poner la vida en el centro del diseño, creando espacios que ayuden a regular nuestras emociones, respeten nuestros ritmos y favorezcan relaciones más sanas y auténticas.
Esto no significa rechazar la tecnología, sino hacer un uso responsable y ponerla al servicio de lo que somos realmente: seres vivos que necesitan naturaleza, belleza y calma para vivir en plenitud. La neuroarquitectura integrativa une ciencia y diseño, y ofrece herramientas concretas para transformar hogares en entornos que cuidan. Hay que dar un paso urgente hacia un modelo de vida más saludable, sostenible y profundamente humano, con espacios que acompañen y revitalicen. En la propuesta, un salón diseñado por Espacios Lumbre.
¿Huimos de un entorno excesivamente tecnologizado?
María considera que la tecnología ha traído confort, pero también nos ha robado momentos de conexión real. “Cada vez hay menos diálogo, menos contacto y menos miradas auténticas, sustituidos por una estimulación constante de luz, color y sonido”, señala la experta. Esto provocaun exceso de dopamina yuna disminución de serotonina, la hormona del bienestar. Además, reduce el movimiento físico, tan esencial que incluso es más determinante para la salud que lo que comemos. Hasta acciones básicas como subir una persiana se delegan a la domótica, perdiendo valiosas oportunidades para movernos y salir de la vida sedentaria.
Vivimos expuestos a una sobrecarga de estímulos, sin referencias naturales, loque activa nuestro sistema de alerta en lugar de provocar calma.
De modo que expone, “no se trata de eliminar la tecnología, pero tenemos que usarla con responsabilidad y ser conscientes de en qué empleamos ese tiempo que nos deja libres”. La experta es quien ha ideado el ambiente de la imagen superior, en una vivienda industrializada.
En el diseño interior, reconectar con la naturaleza no es una moda estética: es una necesidad biológica urgente. “Nuestro sistema nervioso autónomo, según la teoría Polivagal del doctor Stephen Porges, escanea continuamente el entorno en busca de señales de seguridad. Solo en un entorno seguro podemos conectar, descansar y regularnos”, expone María.
Traer la naturaleza a casa no es decoración: es salud, calma y felicidad para nuestro cuerpo y mente.
Y nos sentimos seguros en los mismos entornos que nos acogieron durante millones de años. Está en nuestra memoria genética, por eso, cuando buscamos desconectar, elegimos entornos naturales, donde nos sentimos más felices y plenos. La ciencia lo confirma: una investigación pionera del profesor estadounidense Roger Ulrich (en 1984) demostró que pacientes con vistas a árboles se recuperaban un 20% antes y necesitaban menos medicación. Y la naturaleza simulada también funciona: el mismo autor lo probó con pacientes cardíacos usando imágenes mediante pósteres y obtuvo resultados similares.
El verde que calma: cómo medir tu conexión natural
Vivir sin contacto con la naturaleza deja huella. Fatiga visual, irritabilidad, cansancio constante, ansiedad, bajo estado de ánimo, problemas de sueño, falta de concentración e incluso déficit de vitamina D son signos frecuentes en personas que pasan sus días en entornos cerrados y desconectados del sol, la luz natural, la vegetación, el aire saludable, el silencio... Una gran presencia de plantas de interior tiene esta zona de día, ideada por Amai Studio, donde se mezclan especies esbeltas y otras de porte colgante cayendo en cascada.
“La regla 3/30/300, basada en evidencia científica, recuerda que deberíamos ver al menos tres árboles desde casa, tener un 30 % de cobertura arbórea en el barrio y estar a menos de 300 metros de un espacio verde. Cumplirlo mejora la salud física, mental y social”, dice la arquitecta. El Instituto de Salud Global de Barcelona ha confirmado en estudios recientes que vivir cerca de árboles o zonas verdes mejora directamente la salud mental y puede incluso salvar vidas. Cultivar verde es cultivar salud.
¿Cómo nos afecta vivir en entornos que ignoran nuestra biología y necesidades sensoriales? María es de la opinión que en todo: sueño, energía, ansiedad, digestión, conexión social… La OMS reconoce el Síndrome del Edificio Enfermo, que afecta al 30% de los edificios modernos por su mala ventilación, iluminación deficiente o materiales tóxicos que nos enferman.
Cuando nuestras casas ignoran el aire, el silencio y la luz natural, también ponen en riesgo nuestro sueño, energía y bienestar.
Tres factores principales perjudican nuestra salud en nuestras casas (y espacios construidos), según la arquitecta:
La mala calidad del aire es el principal agente contaminante, causando millones de muertes prematuras al año. Diversos estudios, como los de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU. (la EPA), señalan que el aire interior puede estar entre 2 y 5 veces más contaminado que el exterior, en ocasiones incluso hasta 100 veces más, debido a compuestos volátiles presentes en materiales o productos de limpieza. La solución más eficaz y accesible es ventilar a diario, permitiendo la renovación del aire.
El ruido, que la ONU clasifica como el segundo mayor peligro ambiental para la salud humana.
La exposición excesiva a luz artificial constante genera una alteración profunda de los ritmos circadianos, afectando el sueño, el estado de ánimo y el equilibrio hormonal. Por eso, la iluminación debe ser dinámica, es decir, adaptarse a los cambios del día simulando la luz natural: más intensa y fría por la mañana, cálida y tenue al anochecer. Esto ayuda al cuerpo a mantener su reloj biológico en armonía.
Los materiales que nos rodean afectan más de lo que imaginamos a nuestro sistema nervioso. Los materiales naturales como la madera, la piedra o la cerámica generan sensaciones de calma, seguridad y bienestar, y nos ayudan a mantener el aire saludable. En cambio, los plásticos, vinilos y pinturas sintéticas pueden liberar sustancias químicas al aire que deterioran su calidad y afectan a nuestro organismo.
Eso sí, no se trata de usar solo materiales naturales sin medida, advierte María. Cada espacio necesita una elección consciente y coherente con su función. El equilibrio es clave: por ejemplo, mucha madera puede ser ideal en un spa para inducir relajación, pero puede resultar poco estimulante o incluso contraproducente en un entorno de trabajo. De hecho, para ser más productivos, en el despacho en casa es mejor no abusar de la madera, como vemos en la propuesta, en un proyecto que firma Tinda’s Project.
El precio invisible de no contar con la luz del sol
La luz natural es mucho más que iluminación: es un elemento esencial para nuestra salud física y emocional. Su presencia en los espacios que habitamos tiene efectos directos sobre el cuerpo: regula nuestros ritmos biológicos, favorece el buen descanso, mejora el estado de ánimo y fortalece el sistema inmunológico.
Privarnos de ella (como ocurre en muchos espacios cerrados o mal diseñados) no solo empobrece la calidad del ambiente, sino que altera procesos fundamentales del organismo, como la producción de melatonina, la hormona del sueño. “La ciencia ha demostrado que la falta de luz natural puede incluso aumentar el riesgo de enfermedades graves, especialmente en personas expuestas a luz artificial constante, como quienes trabajan de noche”, revela María.
La tecnología puede ayudarnos, pero nunca debe dominar. Cuando se usa como medio, puede ser muy útil para personas con movilidad reducida, baja visión, ceguera o de edad avanzada. Esta tecnología compensatoria les permite llevar una vida más autónoma y digna. Sin embargo, el problema surge cuando la tecnología se convierte en un fin en sí misma, desplazando nuestras necesidades biológicas y emocionales. No se trata de rechazar la tecnología, sino de integrarla con conciencia y establecer límites claros.
“Usar la tecnología como fin y no como medio puede desequilibrar nuestros sistemas internos y alejarnos de lo que realmente necesitamos para nuestro bienestar”, explica María.
Tareas domésticas y bienestar, más que limpieza, satisfacción
Lo saludable suele ser lo sencillo: mantener buenas relaciones, respetar los ritmos naturales del sol y vivir con atención plena. Incluso las pequeñas tareas domésticas contribuyen al bienestar. Un estudio reciente (Emanuel de Bellis y al., 2023) revela que estas actividades cotidianas aportan satisfacción y plenitud, además de mantenernos activos, lo cual es fundamental para cuidar nuestro sistema cardiovascular y nervioso.
La neurociencia confirma que “necesitamos activar nuestro corazón de 1 a 3 minutos cada hora para evitar la vida sedentaria y mantener un buen equilibrio físico y mental”, apunta la experta.
Felicidad y bienestar: pequeños momentos en un mundo digital
La fundadora de AENAD sostiene que el confort no siempre significa bienestar. Un hogar saludable es aquel que nos invita a estar presentes, a movernos y a conectar con nosotros mismos y con los demás. Sin embargo, existe una peligrosa mercantilización del bienestar que nos hace creer que está en el confort, generando nuevas ‘necesidades’ para vender: lámparas de espectro circadiano, persianas inteligentes y más.
“No necesitamos iluminación circadiana artificial; lo que necesitamos es recuperar la noche y respetarla. Tampoco requerimos más electrodomésticos si en lugar de aumentar el tiempo de disfrute con nuestra familia o con nosotros mismos, solo alimentan la distracción frente a las pantallas”, afirma.
La verdadera conexión, y con ella la felicidad y el bienestar, surge en un hogar que invita a compartir y a disfrutar de pequeños instantes lejos de las pantallas.
El padre de la psicología positiva Martin Seligman dijo "La verdadera felicidad no se alcanza al suprimir lo que nos hace infelices, sino al estimular lo que nos hace felices". Y para ello no hay nada mejor que convertirnos en recolectores de pequeños momentos felices a lo largo del día. “Nuestro hogar nos puede ayudar mucho a ello, recordando nuestra conexión con la naturaleza e invitándonos a la reunión, el movimiento, la contemplación y el descanso”, explica María.
¡El verdadero lujo del siglo XXI será vivir en armonía con nuestra propia naturaleza!