Existen muchos tipos de besos: tiernos, formales, cariñosos, apasionados, por compromiso, de presentación... Pero si tuviéramos que quedarnos con alguno, sería con ese beso que se lleva mucho tiempo esperando, imaginando. Y, puestos a soñar, ese beso ocurriría en el andén de una estación en invierno, con un reloj de fondo cuyo minutero no frena… aunque para los enamorados parezca que el tiempo se detiene.
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Y aun así, aunque pensemos que el beso es algo “moderno” o exclusivamente humano, lamentamos deciros que no: su origen es casi más antiguo que el sol y, desde luego, no es solo nuestro. El acto de besar podría haber comenzado mucho antes de que existieran los humanos modernos, según sugiere un nuevo estudio de modelado.
El primer beso no fue humano: nació con los grandes simios
Los investigadores utilizaron un modelo informático capaz de recrear millones de escenarios posibles de evolución. Después de más de diez millones de simulaciones, llegó la conclusión sorprendente: el beso evolucionó una sola vez en el ancestro común de los grandes simios, un ser que vivió hace más de 21 millones de años.
Ese ancestro remoto es también el antepasado de los Homo sapiens, chimpancés, bonobos y orangutanes.
Y aquí viene lo más llamativo: muchos primates actuales también se besan. Bonobos, gorilas, chimpancés, orangutanes, macacos o babuinos se dan besos que no siempre son románticos. A veces lo hacen para reconciliarse, expresar afecto, calmar tensiones… o incluso flirtear.
¿Hubo besos apasionados entre neandertales y humanos modernos?
El estudio señala que los neandertales, nuestros parientes extintos, también practicaban el beso. Y no solo entre ellos. Probablemente, se besaron con humanos modernos.
La evidencia más llamativa no viene de los huesos, sino de la microbiología: neandertales y Homo sapiens compartían microbios orales idénticos, preservados en placa dental fosilizada, lo que implica un contacto de saliva más allá del simple intercambio de alimentos o agua.
¿Cómo se “inventa” un beso? La teoría de la comida premasticada
Como no podemos observar cómo besaban las especies extintas, los investigadores definieron el beso de forma científica: “contacto boca a boca, no agresivo, sin transferencia de alimento”.
El origen de este gesto íntimo tiene una raíz sorprendentemente práctica. Se cree que el beso evolucionó a partir de una necesidad biológica fundamental: en muchas especies de primates, las madres premastican la comida y la pasan a sus crías boca a boca. Lo que comenzó como un simple método de alimentación pudo transformarse, con el tiempo, en un complejo comportamiento social. Una vez establecido, el beso adquirió múltiples funciones evolutivas: sirvió como una vía para evaluar la salud y la compatibilidad genética de una posible pareja, como herramienta para calmar tensiones entre individuos y reforzar los vínculos sociales existentes. Además, se sugiere que incluso pudo convertirse en un mecanismo para el intercambio de microorganismos que fortalece la inmunidad de la especie.
No todas las culturas se besan: solo el 46 %
Aunque hoy lo asociemos al amor romántico, el beso no es universal. Un estudio amplio en antropología reveló que solo el 46 % de las culturas humanas practica el beso boca a boca. En el resto, simplemente no forma parte de las costumbres afectivas ni sexuales.
De hecho, en muchas sociedades de Oceanía, África o el Amazonas, el beso no existe como gesto íntimo y, cuando se les explica, incluso lo consideran extraño o poco higiénico. En algunas culturas indígenas de Papúa Nueva Guinea, por ejemplo, el contacto boca a boca se asocia únicamente a la alimentación infantil y no a la demostración de afecto. En ciertas comunidades de Sudán, Tanzania o Nigeria, el beso romántico no forma parte del ritual de pareja; en su lugar se utilizan caricias faciales, abrazos o roces de nariz.
Todo esto sugiere que, aunque el beso tenga un origen evolutivo muy antiguo, su presencia o ausencia depende también de normas culturales, tabúes, formas de socialización y hasta interpretaciones simbólicas de la intimidad.
¿Por qué seguimos besando? Sigue siendo un misterio
A pesar de su antigüedad, el beso sigue sin tener una explicación evolutiva clara: más que beneficios, presenta riesgos. Aumenta la transmisión de enfermedades, no aporta ventajas inmediatas para la supervivencia y ni siquiera es un comportamiento universal entre las culturas humanas. Y, sin embargo, persiste. Lo deseamos, lo evitamos, lo buscamos o lo rechazamos… pero el beso continúa siendo uno de los gestos más simbólicos y poderosos de nuestra biología.
Los científicos sospechan que quizá permanezca porque cumple funciones que no vemos a primera vista: detectar señales químicas de compatibilidad, reforzar vínculos, disminuir el estrés, sincronizar ritmos fisiológicos o incluso entrenar al sistema inmunitario mediante el intercambio de microorganismos. Nada de esto está confirmado del todo, pero ayuda a explicar por qué un gesto tan aparentemente “poco útil” ha sobrevivido millones de años.
El beso es, en realidad, un puente entre el instinto y la emoción; un comportamiento que conecta a aquellos ancestros que ya se besaban hace más de 20 millones de años con los enamorados que hoy se buscan en un andén de invierno, como si el tiempo —y la evolución— se doblaran para mantener vivo un gesto universalmente humano.
La bióloga evolutiva Matilda Brindle, de la Universidad de Oxford, lo resume así: “El beso es un rasgo evolutivo profundamente antiguo, pero aún no sabemos por qué surgió.”
