Netflix vuelve a apostar por el suspense psicológico con un título que está dando mucho que hablar. El juego de Gracie Darling, un thriller australiano con tintes sobrenaturales y un misterio que avanza como un rompecabezas, acaba de llegar a la plataforma y ya es una de las series más vistas en España, codeándose en lo más alto con títulos como Stranger Things o La bestia en mí. Su atmósfera inquietante, el ritmo que no te da ni un respiro y la sensación constante de que “algo no encaja” la han convertido en la favorita de quienes disfrutan maratoneando historias que te mantienen en tensión capítulo a capítulo.
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Ambientada en un pequeño pueblo donde todos parecen tener algo que ocultar, la serie mezcla traumas del pasado, desapariciones, rituales adolescentes y la delgada línea entre lo psicológico y lo paranormal. Una fórmula que está funcionando tan bien que muchos espectadores ya la describen como “adictiva” y “perfecta para ver de una sentada”.
El suceso que lo cambió todo
La historia arranca en 1997, cuando un grupo de adolescentes de un pequeño pueblo australiano se reúne en una cabaña en el bosque para celebrar una sesión de espiritismo. Lideradas por Gracie Darling (Kristina Bogic), intentan contactar con Levi, un espíritu atrapado en el limbo que asegura observarlas y les deja inquietantes mensajes a través de la ouija. Todo se complica y Joni Grey (Eloise Rothfield), la mejor amiga de Gracie, huye presa del pánico mientras su íntima desaparece sin dejar rastro. Desde ese momento, la localidad queda marcada por la sombra de lo inexplicable y Joni por un trauma que nunca llega a superar.
Viajamos 27 años después y descubrimos a Joni (Morgana O’Reilly), ahora psicóloga infantil y madre de dos hijos. Cuando una adolescente desaparece en circunstancias inquietantemente similares a las de Gracie, regresa al pueblo junto a su madre y su familia, lo que la obliga a enfrentarse a dolorosos recuerdos y a secretos que llevan más de dos décadas enterrados. Su vuelta coincide con que los jóvenes del lugar han puesto de moda un macabro entretenimiento: El juego de Gracie Darling, un ritual en el que intentan invocar al espíritu de la desaparecida y que mantiene viva la leyenda de aquel verano que lo cambió todo.
Dispuesta a enfrentarse a la verdad, Joni decide aplicar sus conocimientos profesionales y apoyarse en el método científico para investigar junto a un amigo policía, la nueva desaparición, intentando desmontar la teoría de que Levi —el supuesto ente paranormal— sigue acechando en el bosque. Sin embargo, pronto comienza a sufrir episodios de disociación, sueños lúcidos y recuerdos reprimidos. Además, descubre que tanto ella como sus amigos ocultaron información crucial sobre la fatídica noche en la que Gracie desapareció, complicando aún más una investigación en la que nada es lo que parece. ¿Qué ocurrió realmente aquel día? ¿Qué papel jugaron los adolescentes que estaban allí? ¿Y por qué la historia se repite casi tres décadas después?
¿Por qué El juego de Gracie Darling está arrasando en Netflix?
Uno de los grandes aciertos de la serie es su mezcla de géneros. Aunque parte de un misterio clásico —una desaparición que reabre una herida del pasado—, el guion introduce elementos psicológicos, toques sobrenaturales y un retrato muy cuidado de cómo el trauma moldea la memoria. El resultado es un thriller inquietante que, a través de flashbacks a la noche de los hechos, juega constantemente con la duda y nos hace plantearnos: ¿estamos ante una presencia real o ante un mecanismo de la mente?
La ambientación también suma puntos. La ficción aprovecha al máximo los paisajes australianos, bosques densos y luz veraniega casi abrasadora para crear una sensación de incertidumbre permanente. No hay sobresaltos gratuitos, pero sí un malestar sutil que va creciendo capítulo a capítulo y que muchos espectadores han descrito como “imposible de quitarse de encima”.
A esto se une el formato: seis episodios de alrededor de 40 minutos perfectos para un maratón de tarde o de fin de semana. La serie no se entretiene con tramas secundarias ni relleno, sino que avanza siempre hacia delante dejando pistas, abriendo preguntas y obligando a los personajes a replantearse cada recuerdo del pasado.
Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de la interpretación de Morgana O’Reilly (The White Lotus), que sostiene la historia con un personaje lleno de aristas: una mujer brillante pero vulnerable, segura de su propia lógica racional pero cada vez más atrapada por lo que su mente intenta ocultar.
El germen de la historia
La creadora de la serie, Miranda Nation, explicaba en The West que la idea nació de una experiencia muy personal. De adolescente sentía una fascinación casi obsesiva por las sesiones de espiritismo y por ese vértigo que produce asomarse a lo desconocido. "Mis mejores amigas y yo lo hacíamos cada vez que podíamos. Cada una de nosotras estaba lidiando con un trauma personal, pero no podíamos hablar de ello porque no teníamos las herramientas emocionales", confesaba. "En su lugar, nos sumergíamos en este juego emocionante donde, al poner a prueba los límites de lo conocido, podíamos traspasar fronteras y decir y hacer cosas que de otro modo eran tabú. Estas experiencias intensas y sensuales, de conexión con el más allá o de hipnosis femenina colectiva, se han quedado conmigo para siempre", aseguraba.
Esa mezcla de vulnerabilidad, misterio y tensión emocional fue precisamente lo que atrajo a Morgana O’Reilly: "Soy una lectora muy lenta. Soy un poco disléxica y, aunque me encanta leer, me lleva tiempo terminar las cosas, pero me bebí los guiones porque eran tan cautivadores, intensos y visuales", explicaba sobre su primera impresión del proyecto. Acerca de su personaje afirma que "Joni no puede evitarlo y regresa bajo el pretexto de ayudar, pero eso hace que el pasado vuelva y entonces se enfrenta a la posibilidad de perder la cordura, de ver apariciones y entra en conflicto consigo misma sobre qué es real y qué no lo es".
Un thriller que va mucho más allá
Aparte del suspense, la serie no se limita solo a un misterio del pasado, también habla de cómo los traumas adolescentes dejan huella incluso décadas después, de los silencios familiares, de la culpa compartida y de los secretos que una comunidad prefiere enterrar antes que mirar de frente. También juega con esa tensión entre la lógica —representada por Joni, aferrada a la ciencia para no perder el control— y la posibilidad de que lo que ocurrió en el bosque no tenga una explicación racional, además, aborda el choque generacional entre los jóvenes y los adultos, cuyo fin es protegerlos incluso de ellos mismos.
Esa combinación de drama emocional, atmósfera inquietante y dudas sobre qué es real y qué no es lo que convierte la ficción en una experiencia que se disfruta tanto por su tensión como por lo que cuenta bajo la superficie. Un título perfecto para quien busca un thriller con algo más que sustos.
