La boda de Stella Banderas y Alex Gruszynski fue el epítome del amor verdadero. Con una ceremonia digna de una novela fantástica y un banquete —y fiesta— posterior que nada tiene que envidiar a los más exclusivos de la alta cocina, la hija de Antonio Banderas y Melanie Griffith empezaba el nuevo capítulo de su vida. Eso sí, los últimos pasos no los recorrió sola —su madre le brindó sabios consejos, y su padre le acompañó al altar— y su acompañante en esta nueva y emocionante etapa es el mismo que desde que tiene cuatro años. Sí, como oyen: Alex y Stella se conocen desde sus primeros años de colegio y, desde entonces, se han mantenido unidos contra viento y marea. Hubo un punto en el que sus caminos se separaron, aunque pronto se reencontraron, demostrando que la leyenda japonesa del hilo rojo del destino existe. Color que, como es sabido, representa el amor y la pasión —dos emociones que inundaron toda la jornada donde Stella le dijo "sí, quiero" a su alma gemela—.
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El onírico enclave donde se celebraron las nupcias —Abadía Retuerta LeDomaine, en Valladolid—, decorado con ese aire gótico-romántico que tanto cautiva a Stella, se volvió mágico con la incansable fuerza del amor entre los recién casados y la felicidad de su círculo más íntimo al ser testigos de esto, con quién celebraron la permanencia de lo más importante de la vida.
Porque sí, en ese momento Stella y Alex personificaron la conocida expresión "si cuando amo soy feliz, entonces eres mi felicidad". Radiantes, elegantes y lo más importante: muy enamorados. Los protagonistas de la velada emocionaron a todos los presentes no solo con sus gestos, que trazaban intimidad y la promesa del cuidado eterno, sino también con sus palabras. Antes de cortar la tarta nupcial —de dos metros, hecha de nata y frambuesa—, Alex aprovechó para declarar una vez más su adoración por su mujer, haciendo testigo hasta a las estrellas de que su corazón tiene, desde siempre, una sola dueña.
Tras cortar la tarta, llegó uno de los momentos más esperados de toda la noche: el baile. Para su primer compás en la pista de baile, Stella eligió a su padre, con quien comparte un especial vínculo. Tras disfrutar de este especial momento, el padrino de las nupcias se retiró del foco y dejó que los recién casados protagonizaran una escena digna de un clásico del Hollywood dorado, que finalizó con un beso de película, vítores, y la confirmación de que si es verdadero, perdura —o como dicen en las historias de princesas: fueron felices y comieron perdices—.
