Cumplir 20 años siempre es un punto de inflexión. Es esa edad en la que una empieza a sentirse adulta, pero aun con la curiosidad y el vértigo de la adolescencia. Un tiempo de primeras veces, pero también de primeros “no sé”. La princesa Leonor acaba de cumplirlos, y más allá de su papel institucional, hay una pregunta que cualquier joven podría hacerse con ella: ¿qué se espera de una chica de 20 años en un mundo que parece exigirlo todo, y tan deprisa? Para responder a esta pregunta, tenemos el análisis de Silvia P. Manjavacas, psicóloga experta en técnicas de atracción interpersonal.
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De la construcción al descubrimiento
Jean Piaget, uno de los grandes teóricos del desarrollo, describió esta etapa como el inicio del pensamiento formal: ese momento en el que empezamos a pensar en abstracto, a imaginar futuros posibles, a cuestionar lo establecido y a buscar sentido más allá de lo evidente.
A los 20, dejamos de repetir lo aprendido y empezamos a pensar por cuenta propia. Pero ese salto también trae vértigo. Nos preguntamos: ¿Quién quiero ser, más allá de lo que mi familia o mi entorno espera? ¿Y si no cumplo las expectativas que me rodean? ¿Puedo decepcionar sin dejar de pertenecer?
En el caso de Leonor, esas preguntas no son solo personales: son simbólicas. Representa a una generación que busca autenticidad en un mundo que la observa con lupa.
Entre la lealtad y la libertad
Desde la mirada sistémica, todos nacemos dentro de un sistema que nos da identidad, pero también nos impone lealtades invisibles. A veces, sin darnos cuenta, cargamos con mandatos como: “sé perfecta”, “no falles”, “no hagas sufrir a los tuyos”. Hacer síntoma (ansiedad, bloqueo, autoexigencia o incluso Trastornos de Conducta Alimentaria) puede ser una forma de seguir perteneciendo, de cumplir con deudas heredadas y expectativas ajenas.
El verdadero reto de madurar es poder decir: “Honro mi historia, pero elijo mi camino”. Esto no rompe los vínculos, sino que redefine las relaciones desde la libertad y la autenticidad. Para alguien como Leonor, que además pertenece a una institución y representa un rol público muy observado, el desafío es aún mayor: aprender a ser fiel a sí misma sin dejar de cumplir con su entorno y su familia, negociando cuidadosamente la propia identidad con las expectativas que la acompañan desde pequeña.
Aprender a regularse en medio del ruido
Silvia nos sigue contando que en su clínica: Muchas chicas de 20 me dicen: “Siento que tengo que tenerlo todo claro”. Pero el cerebro a esa edad aún está en pleno desarrollo: la corteza prefrontal (la zona que regula la planificación, las decisiones y la gestión emocional) sigue madurando.
Por eso, los 20 son una edad de exploración, no de perfección. Es momento de probar, equivocarse, aprender y volver a intentarlo. Y también de entender que sentir miedo o confusión no es un error, sino una señal de crecimiento. Desde la práctica clínica, acompañar a alguien a procesar experiencias pasadas (críticas, comparaciones, exposición, pérdidas) le permite liberarse del piloto automático emocional. Cuando uno logra integrar su historia, deja de reaccionar por miedo y empieza a responder desde la libertad.
Premios, gestos y relaciones familiares
En actos públicos como los Premios Princesa de Asturias, Leonor empieza a asumir roles de responsabilidad y visibilidad, mientras recibe la aprobación de su padre (a un “¿lo he hecho bien?”, recibió un “sí, muy bien”) que transmite confianza y valoración del esfuerzo. Al mismo tiempo, mantiene una relación cercana con su madre y su hermana Sofía, construyendo apoyo, complicidad y un espacio seguro para crecer, tomar decisiones y equilibrar autonomía con cercanía.
Estas experiencias y vínculos, a los 20 años, son decisivos en cualquier familia, porque marcan la manera en que los jóvenes aprenden a integrarse, asumir responsabilidades y definirse a sí mismos.
Vivir entre la exposición y la intimidad
En una época en la que todo se muestra, aprender a decidir qué compartir y qué guardar es un signo de madurez emocional. Para alguien como Leonor, ese equilibrio será fundamental. Mostrar no es malo si hay coherencia. Ocultar no es malo si hay conciencia. El reto está en encontrar un punto intermedio entre protegerse y expresarse. La pregunta no es “¿qué mostrar?”, sino “¿desde dónde lo hago?”.
Y para todas las jóvenes que cumplen 20 hoy…
Cumplir 20 no significa llegar a una meta, sino atreverse a iniciar un camino propio. Es la edad de construir una brújula interna, de cuestionar creencias, de mirar el futuro con curiosidad y no con prisa. Leonor lo vivirá con la mirada del mundo sobre ella. Las demás, quizás solo con la mirada de su entorno. Pero todas comparten el mismo desafío: convertirse en adultas sin perderse a sí mismas.
En definitiva, madurar no es dejar de necesitar la mirada del otro ni romper con lo anterior, sino dejar de vivir desde la deuda y aprender a reconocerse también desde dentro para empezar a elegir desde la libertad. Felices 20, Leonor.
